Categorías: Opinión

Oiga, un gusto

Las encuestas vaticinan unas urnas que darán resultados muy fraccionados, y pese a que la Ley D' Hondt intenta evitar la desestabilización de las administraciones por esta causa, nadie se cuestiona que los futuros gobiernos que dirijan este país, tanto en el ámbito local, como en el regional, o en el nacional, pasarán por la formación de pactos entre dos o más partidos. La cuestión sólo es, quiénes formarán la coalición.

Lo que a priori pudiese parecer bueno y saludable democráticamente, como lo fue el primer gobierno de Aznar, no es tan trivial. Nada garantiza que volviesen a concurrir las mismas condiciones de antaño; ya que Aznar no es Rajoy, ni el PNC y CiU de entonces son Ciudadanos-C's, ni Vox, ni UPyD, ni mucho menos Podemos; y para colmo de agravantes, la actual situación socio-económica no permite muchos antojos ni desajustes. Además, no está nada claro que el futuro Gobierno pase por un PP en mayoría insuficiente, ya que la izquierda, donde incluyo a Monago, nunca ha respetado la victoria de otros, y siempre ha sido muy propicia a los mentalmente insanos Pactos del Tinell o Cinturones sanitarios, y nada podría impedir que fructificasen en un renovado frentepopulismo.
Está claro que el sentido de Estado es lo que debiera prevalecer a la hora de formar cualquier Gobierno. La defensa de una Administración Pública capaz de sostener lo que queda del estado de bienestar –y el que piense que queda poco, que mire al otro lado de la valla–, es el principal interés de una España que se debate entre la debacle económica, una sociedad empobrecida, una integridad territorial violentada por independentistas, y la amenaza de un terrorismo de diferentes maldades originarias. Esta cuestión, nada baladí, debería configurar el color de nuestra papeleta.
Me resulta difícil imaginar un buen gobierno de los agoreros del apocalipsis, intentando manejar las riendas del país lanzando soflamas propagandísticas al más puro estilo de Nicolás Maduro, o de la avezada jugadora de Candy Crush, Celia Villalobos. España no puede, ni se merece esto; porque una cosa es gobernar, y otra muy diferente es instalarse en cómoda postura, desde la oposición callejera o parlamentaria, a todo lo que se dice o se hace. Y aunque un futuro debate parlamentario pudiese ser más entretenido que un culebrón venezolano, dejemos que Venezuela se quede sólo en eso para España, en un culebrón, y no en un modelo a imitar. En estos momentos, España no necesita un parlamento con sal y pimienta, sino con mucha tila y serenidad que avalen el dantesco esfuerzo realizado por todos, para que no se quede en una victoria pírrica.
La opción no es entre la cleptocracia o el desgobierno. Es entre el camino de la estabilidad con unas pinzas en la nariz hasta que pase el hedor, o la política de tierra quemada que acabará con todo y con todos. Oiga, un gusto.

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