Opinión

¡Oh capitán, mi capitán!

Buscando un día en los baúles de mis recuerdos colegiales, hallé una vieja fotografía de mi cumpleaños bajo una lluvia que siempre permaneció en mí, es decir, la inquietud. Por un momento sentí que el corazón despegaba rumbo a aquellos tiempos de un pensar distinto, de una palabra nueva, de un revolucionario que firma una hazaña, de una poesía que embriaga los sentidos, de un compositor que mima la fibra de nuestros pentagramas emocionales, de un artista que pinta los colores de tu lienzo corpóreo, de un historiador que divulga el pasado de la vida, de la imagen de un paisaje que tiritan tus ojos por querer visitarlo, de unos crepúsculos que te obsequia la naturaleza y que te embriagan el alma al contemplarlos y de la construcción de unos argumentos que anuncian tu propio ser: inquietud eterna.
Al poco tiempo, gateando colegialmente, fui consciente de que estaba viviendo una fantasía de mundo igualitario, puesto que mis amigos y amigas protagonizaban la desigualdad quebrante: unos, los que conformaban el barrio de mis amores, y otros, aquellos que configuraban el patio del colegio de mi infancia; es decir, los primeros con poder adquisitivo mientras los segundo con menor capacidad económica. Y yo me preguntaba: ¿¡por qué!? De esta manera, sólo me quedaban los libros para descifrar tal inequidad. Paralelamente, vi en los ojos de mi madre lo que suponía las prolongadas jornadas laborales en su despacho intentando salvar vidas en un colegio donde la marginalidad capitaneaba los días a días de las familias; donde las barrigas llenas de los alumnos y alumnas, a veces, brillaban por su ausencia; y donde la droga era, quizás, la única salida familiar tanto para subsistir económicamente como incluso, de contenido vital. Asimismo, la continua preocupación de mi madre por sacar adelante a esas familias y el esfuerzo incesante que ponía en su empeño profesional para la subsistencia académica de sus alumnos y alumnas; me hicieron pensar que yo podría dedicarme, en un futuro, a la misma profesión; es decir, la educación como herramienta para salvar vidas. Además, me di cuenta de que la inquietud iba ser el timón de un barco que me podría empujar hacia la tierra de las respuestas a mis interrogantes, incluso, convertirse en unos de los caminos que podrían contribuir en ayudar a los demás ante cualquier atisbo de injusticia; al igual que hacía mi mamá con sus pupilos. Por ello, mi inquietud se construye entre las memorables epopeyas del debate universitario; en la altivez que impugna lo establecido y ese afán por querer cambiarlo todo con el fin de aniquilar la desigualdad universal.

Como alumno, dentro de las aulas, nunca entendí la metodología del cuerpo docente en esa enseñanza preceptiva de la tarea en casa y el examen individual; ya que la educación debe ser el sendero que nos emancipe en el colectivismo para fomentar una conciencia que logre la responsabilidad grupal, y es indudable que, con instrumentos -generalmente- individualistas, jamás lo conseguiremos. Por ello, hay que proclamar las asignaturas por proyectos como vehículo tanto en nuestra manera de enseñar, como en evaluar las distintas materias con el fin de que los alumnos y alumnas aprendan a convivir en comunidad.
Por otro lado, tampoco discerní, ni ayer ni hoy, de como es posible que un libro de texto tenga las mismas, o más, unidades monetarias que el salario diario de una familia puesto que esta situación es la antítesis de la libertad; y como miembro maravilloso de la población docente no podemos consentir tal realidad, ya que el dinero poderoso no puede ser más grande que la inquietud de uno de nuestros alumnos y alumnas. En este caso, reclamo la unión de maestros y maestras para confeccionar nuestros apuntes y así apartar a “aquellas” editoriales que ponen en jaque y hacen negocio con la inquietud de nuestros niños y niñas; porque con esa inquietud ni se blasfema ni mucho menos se juega. En esta línea podríamos crear, por ejemplo, una cooperativa de libros de textos con un precio asequible y los excedentes económicos logrados dirigirlos, exclusivamente, al mejoramiento de las infraestructuras de los centros escolares para así fomentar la autogestión de tales instituciones educativas; y procurar que no dependan tanto de un Gobierno que cree más en los privilegios de sus miembros que en la educación de su sociedad, eso sí, lo digo educadamente.
Hoy estamos ante el analfabetismo del siglo XXI, que no es equiparable sólo con no saber leer y escribir, ya no. Es pobre pensar únicamente así ya que traspasa la frontera de leer un texto o escribir una actividad porque se da el caso que quien ni entiende lo que lee ni escribe con adecuada expresión y concordancia. Si mantenemos el mismo criterio de analfabeto de siempre, puede significar que alistemos a nuestros alumnas y alumnas en las batallas de la vida de pie, pero sin escudo y sin lanza. De esa manera, corren el peligro de que pierdan la guerra de sus inquietudes, de sus argumentos; es decir, de la capacidad de elección para ofrecerse correctamente al mercado laboral en esa búsqueda incesante de una independencia económica que les facilite su felicidad; adaptándose, según sus características innatas, en un maravilloso trabajo. Por ello, no existe alumno y alumna sin inquietud, somos nosotros y nosotras, profesores y profesoras, los que poseemos la facultad, con nuestra tiza, como recurso más hermoso, en encontrarles tal virtud y a partir de ahí que se labren en los senderos inefables de sus propias historias.
Siempre que percibo cómo evoluciona la sociedad y como ésta se va enfrentando ante nuevas situaciones, no paro de pensar en cómo ajustar conceptos anclados en el pasado, ante las realidades de hoy, y de ahí el analfabetismo, entre otros. Asimismo, enfrento visualizar cualquier concepto que mira al pasado y vestirlo con ropaje vanguardista, como una manera de que la alternativa, es aniquilar conceptos de contenidos convencionales y establecidos para emplazarlos por nuevas verdades que no vienen en la razón, sino que palpitan desde la pasión. En este caso, es necesario repensar y reconceptualizar el concepto clásico del analfabetismo para edificar algo nuevo, realizar una reflexión para rescatar la esencia y la verdad de tal concepto, que las tiene, e ir despidiéndonos de lo que siempre hemos dado por sentado y así reaprender en un analfabetismo que se ajuste ante las nuevas necesidades socioeconómicas de la ciudadanía.
Esto no significa tener que olvidar todo lo aprendido en relación tanto con el analfabetismo, como con la metodología educativa que implementamos hoy, que puede estar obsoleta en función de los desafíos societarios que corren; sino hay que ser críticos con nuestra esencia de pensamiento y métodos escolares, iniciándose desde el principio y dilapidando esas verdades absolutas que nos imponemos y nos limitan como docentes. Además, maestros y maestras tenemos que hacer entender a nuestros pupilos y pupilas que en los libros de texto no reside la verdad absoluta, sino todo estaría inventado y el mundo sería demasiado aburrido.
Por eso, nosotros tenemos que ser la herramienta útil para que ellos alumbren otras veracidades, en cualquiera de las disciplinas académicas, poniendo en jaque lo establecido y abriendo sus mares de inquietudes hacia otros horizontes que todavía estén por descubrir. Insisto, el papel de un profesor y una profesora no puede quedarse arrinconado en un din A4 - triste, soporífero, y tedioso- donde sólo albergue el aprendizaje memorístico y teórico de unas asignaturas coartadas por leyes escritas por unos legisladores que, en muchas ocasiones, no han pisado ni siquiera un aula. Esto va mucho más allá de un folio evaluativo preestablecido, se trata de que el alumno y la alumna pongan en duda lo que se considera un hecho, de incomodarles en la lógica ordenada, de que indaguen en lo abstracto, de potenciar su creatividad, de empezar en lo colectivo, de que el interrogante sea el timón de su barco, y de que les aparezcan las ansias para obrar en un mundo mejor en sociedad. En esta tesitura, rompamos la hoja del papel del examinador tradicional y proporcionémosles el universo a las clases y ya serán los chavales y chavalas los que mediante sus corazones inquietos adornen esos pupitres con planetas, estrellas y galaxias, respondiéndose así a sus preguntas infinitas.

En un planeta cada vez más cambiante, más individualista, más competitivo ferozmente, más egoísta, más globalizado, más contaminado, y que cada vez fluye más deprisa es necesaria una educación que, por un lado, navegue en unas asignaturas capaz de entender y enseñar desde un plano donde las verdades no son fijas ya que derivan en una continua evolución y circunstancias cambiantes; y, por otro lado, hay que hacer entender que la enseñanza debe de servir como mapa en ese aprendizaje asociativo. Así que, una educación basada en el esfuerzo común, las asignaturas con respuestas ilimitadas, y la inquietud como matrícula de honor desde el profesor hasta el alumno se convertirá en un instrumento fundamental para el desarrollo humano y la vida en comunidad.
La educación es una madre agricultura, con las manos manchadas de tiza, que te enseña labrar los campos de los interrogantes para cuando vueles a cualquier tierra tenga los utensilios suficientes para no sólo sembrar los conceptos adquiridos sino para recoger los frutos del ser inquieto y transformarlo en un oficio que te permita desarrollarte como persona y complemente tu felicidad. Es hora por parte del docente de quebrantar unas “ies” que mata la naturaleza inquieta de la persona. Empezamos por la “i” de intolerancia. Hay que aceptar cada pensamiento –a no ser que atente contra el individuo- mostrando tu opción a través del argumento y el debate. La segunda, la de la “ignorancia”. No se puede permitir tal concepto en las aulas porque un pueblo ignorante dinamita toda posibilidad de desarrollo territorial. Le sigue la “i” de la “impaciencia”. Hay que hacer entender que viviendo en la sociedad de la prisa y del “click”, es decir, donde con dos toques en el ratón de un ordenador o con un movimiento táctil, tenemos una infinidad de posibilidades para satisfacer cualquier necesidad (desde poder realizar un trabajo académico, pasando por aprender un idioma extranjero, hasta la creación de una empresa inmediatamente, entre otras opciones). Así que, es conveniente exponerle que, aunque existan medios que pueden facilitar una tarea, el premio final requiere de mucha paciencia, esfuerzo y la cultura de la fuerza de voluntad. Individualismo, es cierto la relevancia de la nota individual ya que no todos se comprometen de la misma manera, sin embargo, si queremos una sociedad con responsabilidad grupal no queda otra que fomentar acciones educativas con mayor visión asociativa. Tener en cuenta la indolencia, un alumno y una alumna no pueden ser perezosos ante los fallos de la sociedad, y más, si cabe, si existen realidades socioeconómicas injustas puesto que, de lo contrario, la desigualdad seguirá postergado en cada una de nuestras calles. Y por último, imagen donde la adoración por la superficialidad, el marketing de una red social que nos transforma en logotipos creyéndonos superiores a los demás y el ego de ser los más guapos y guapas, están eclipsando el verdadero patrimonio que poseemos: la inquietud. Por ello, lidiemos educativamente contra las seis “ies” que lastra la cara oculta de una población que va en contra de su ser a causa un sistema que no quiere que te plantes nada y que sólo te enamores de ti mismo como “Narciso”. Y abanderemos una educación bajo el binomio “i”: imaginación-inquietud, que nos sirva para cuestionarlo todo, plantear alternativas en conjunto y trabajar en equipo.
¡Oh capitán, mi capitán inquietud! Integrante de tu tripulación, libros de tu timón, con una eslora infinita de reflexiones e interrogantes que nacen en los océanos de mis entrañas -tanto a babor como a estribor-, y divisando las contestaciones a mis preguntas desde tu cofa, bajo el estruendo: ¡respuesta a la vista!
¡Oh capitán, mi capitán inquietud! Dicen que pueblo inquieto, pueblo que mata las desigualdades. En este caso, hace tiempo que el mío naufraga en el culto al conformismo y de ver la cultura su enemigo. Por ello, las carabelas de las injusticias bogan, en nuestros piélagos callejeros, como piratas a sus anchas, sin que ninguna armada, cuya bandera adorne como efigie el signo de interrogación, plante batalla a millones de tsunamis inequitativos que nos ahogan en una sociedad postergada al individualismo, superficialidad e insensibilidad.
¡Oh capitán, mi capitán inquietud! Dicen que pueblo inquieto, pueblo que mata las desigualdades. Por eso recomiendo a profesores y profesoras que derramen olas de inquietudes a nuestros estudiantes para embarcarnos en ese utópico mundo más igualitario.
¡Ay! Inquietud me robaste el corazón e indagaste en mi interior, me diste la virtud y el defecto del propio ser humano y lograste un desenlace poético enamorándome de ti, signo de interrogación. En las bibliotecas te llaman libro; mientras en las terminales de aviones, estaciones trenes, puertos de barcos y carreteras de alquitrán te denominan viaje. Elegiste al azar, y yo también, quizás una bendita locura o quizás una locura no tan bendita. Pero, sinceramente, llegado a esté punto de amorío contigo, ya no se distinguir si nos hacemos daño, o de lo contrario nos embelesamos en el cariño.
De momento, sigo detrás de las velas de tu fragata, al son de tus nudos marineros de inquietudes, navegando contigo para encontrar cada una de mis respuestas. Como Ulises busca a Penélope en sus mil y un viajes, convirtiéndote así en mi odisea inmortal haciendo que la vida merezca la pena.
Mírate bien los bolsillos y no te preocupes si no andan monedas de acero y billetes de papel, ya que la verdadera indigencia es la escasez de cultura; la misma laguna que devora a la sociedad en cada instante que perdemos por no entender lo que leemos y escribir sin expresión. Que no te roben la mayor de nuestras riquezas, la inquietud, cítate con ella a solas, no te desasosiegues si ese día no te da el sol porque te regalará la luna; y dale al botón del tiempo para que se detenga, mientras estás con ella, para que cuando vuelvas a enfrentarte al mundo tengas que ofrecer una solución.
Profesores y profesoras, nuestra mejor defensa sigue siendo la escuela, pero no la escuela tal como la tenemos hoy, todavía desterrada en aulas del siglo XIX y confinadas con metodologías del siglo XX. En este siglo XXI, el analfabeto será, por tanto, aquel que no aprendió en comprender lo que lee ni escribir con propiedad, sin golpe de cimentarse argumentos, quedándose atrapado en un ser vacío. Y una de las funciones del docente, está claro, es desencadenar este analfabeto actual por medio de transmitirle inquietud, de manera asociativa, para que se defiendan en un mercado laboral más competitivo y que logren florecer en una órbita planetaria con mayor generación de oportunidades para todos y todas.
¡Oh capitán, mi capitán inquietud! Que tu brújula sirva de guía para todos los alumnos y alumnas que habitan entre los cincos océanos que bañan nuestros continentes para que así atraquemos hacia la victoria siempre de unos hemisferios ecuánimes que dibuje la sonrisa de un niño y una niña; con coloretes color cárdeno tiritando su sonrojo al amor; de una mirada cautivadora que detone luces ante cualquier injusticia; de un abrazo continental, como salida a la equivocación, desde la humildad del perdón; y de un beso canalla, valiente y libre que propicie un cuento sólo escrito por ti y por mí . X la revolución de los desiguales..

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