La miseria humana se evidencia en esos mensajes publicados en redes sociales, ocultos tras un pseudónimo además de falsos. Como víctimas, los más débiles, aquellos que no pueden defenderse, mucho menos cuando están muertos.
Con la inmigración ocurre lo de siempre: el odio (porque lo es) al otro se mezcla con las excusas del “nos van a quitar el trabajo” o “vienen a por la paguita”… de ahí pueden añadir todo lo que quieran.
Ni muertos los dejan en paz. Las mentiras perversas en torno a la inmigración asoman cuando se cuestiona una repatriación, cuando se critican los entierros, cuando se afea que se dé espacio a esas historias.
No, ustedes no pagan nada: ni una repatriación, ni un entierro, nada. De quien carece de empatía no se puede esperar un mínimo sentimiento. Viene en el paquete: odio, mentiras y protestas porque la realidad se conozca.
Y así vamos contando lo que sucede en una ciudad frontera que en su himno recoge que atiende a los que a sus tierras llegan. Un himno que caballas de pro no llevan a gala ni lo representan, peor aún, maldicen porque se cuente lo que sucede con aquellos que no se han echado al mar o han saltado una valla por gusto.
La generalización, ese gran crimen, mezclada con las falsedades da forma a una sociedad y un pensamiento malicioso, perverso, indecente.
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