Opinión

Un obispo residente para Ceuta

Con la Iglesia hemos topado, que diría el tópico cervantino. La frustrada venta de la sede de ‘Amor Fraterno’ a la Ciudad por su disparatado precio final y cuanto ha conllevado el urgente desalojo y traslado del centro de Infantil allí ubicado, ha sido la gota que ha colmado el vaso del descontento institucional y de varias asociaciones y movimientos cristianos locales.
Llueve sobre mojado. Monseñor Zorzona dio muestras de actuar más como obispo de Cádiz que de Ceuta. Claro que, por lo general, los prelados gaditanos han mirado siempre más por aquella diócesis que por la nuestra con todo lo que ello llevaba consigo. Ceballos Atienza, el antecesor de Zorzona, de gratísimo recuerdo en la ciudad, como su propio Vicario General, Francisco Correro, el querido ‘Curro’ para tantos feligreses, han sido la excepción.
Cuando hace más de tres décadas se supo por este diario de la venta en nueve millones de pesetas de los terrenos de la antigua Vicaría, sobre los que se levanta hoy el edificio ‘San Luís’, las críticas afloraron. Allí estuvo el Palacio Episcopal, sede de nuestro último obispo residente, Juan Sánchez Barragán y Vera, el venerado prelado fundador del Banco de Pescadores y gran amante y protector de tan sufrida y abnegada clase trabajadora, a cuyas familias atendía en todo cuanto podía. De aquella ubicación, precisamente, la calle tomó su nombre, y aunque los liberales la rotularan oficialmente como la de Riego, el pueblo la siguió llamando siempre como la del Obispo.
Fallecido Barragán en 1829, la sede no se cubrió con un nuevo titular hasta que en 1851 fue agregada su administración al obispo de Cádiz. Tan anómala situación concluyó con el nombramiento de Ramón Pérez Platero, quien figuró ya también como prelado de Ceuta, hasta que a Gutiérrez Díaz se le ocurrió lo de obispado de ‘Cádiz – Ceuta’, cuyo guión añadido fue objeto de muchas confusiones que aún subsisten, pese a que se volviera a la terminología de ‘Cádiz y Ceuta’. No hubo ni hay fusión alguna. Se trata de dos diócesis diferentes y distintas, cada cual, en teoría, claro, con su propia autonomía, aunque estén regidas por un mismo obispo, conservando la nuestra su Cabildo y dignidades eclesiásticas, y representado el prelado en sus funciones por un Vicario General, con su Catedral ‘ad reducem’.
Visto que hay asociaciones religiosas que barajan la posibilidad de poner en conocimiento de la Santa Sede cuanto está sucediendo, ¿no será éste el momento oportuno de reivindicar de nuevo el restablecimiento de la figura de ese Obispo Residente para Ceuta? Un prelado cercano que pueda regir a pie de obra el día a día su diócesis, sumergiéndose en su problemática específica, máxime teniendo en cuenta nuestra insularidad y sus distintas culturas.
Por dos veces ya se intentó ese nombramiento, especialmente en tiempos del alcalde García Arrazola. Muy cerca estuvo de producirse el hecho, pero los intereses y el centralismo gaditano parece que primaron decisivamente para que todo siguiera igual. Patrimonio y posibilidades, creo entender, tiene suficientes nuestra diócesis para su subsistencia. Sin ir más lejos, por ejemplo, esos dos millones de euros que desde Cádiz se han pedido por ‘Amor Fraterno’. Y si se considera pequeña la sede por su número de habitantes ahí tenemos otras diócesis como las de Osma – Soria o Ciudad Rodrigo, por ejemplo, con parecidas circunstancias.
Razones históricas no nos faltan tampoco para reivindicar esa causa en la que deberían implicarse de lleno las instituciones, codo con codo junto con las hermandades y cofradías, movimientos cristianos y asociaciones religiosas. Nuestra diócesis ya existió en la época romana y en la bizantina, antes de la invasión musulmana, para volver con Portugal, en 1417, como sede restaurada, una vez erigido por el Papa Martín V el Obispado de Ceuta por la Bula Romani Pontificis y a Gonzalo Silva como su obispo, a la sazón también el último prelado septense tingitano, fallecido en 1645 . De tal suerte, han sido más de cuatro siglos de presencia de obispos residentes en nuestra diócesis hasta la muerte del citado Sánchez Barragán.
Recuerdo, hará una década, la lucha que en este sentido sostuvo desde estas páginas mi gran amigo y entusiasta colaborador de este diario, Emilio Cózar, llamamiento que, por desgracia, no tuvo la repercusión ni el interés que un asunto como este requería.
Insisto, que con la problemática que aflora ahora, es el momento de reclamar ese obispo para la diócesis septense. El que le correspondería por su historia para su mejor gobierno y asistencia directa, con sus propios recursos, disponiendo de ellos plenamente desde aquí y sin la menor dependencia o criterios de la lejana sede episcopal gaditana de Hospital de Mujeres, 26.

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