Opinión

“Nunca más a esta barbarie y a tantos años de silencio”

Durante la Segunda Guerra Mundial, el régimen nazi y sus colaboradores asesinaron a unos seis millones de judíos, hombres, mujeres y niños en un intento de aniquilar sistemáticamente a la comunidad judía de Europa.

Aquel 27 de enero del año 1945, el ejército soviético abría las puertas del infierno en Auschwitz-Birkenau, donde aún estaban algo más de 7.500 detenidos que recuperaban la libertad, tras resistir al espanto de los campos de concentración nazis, donde Adolf Hitler puso en aplicación con mortífero éxito su solución final.

Por tal motivo, la Asamblea General de las Naciones Unidas instituyó el 1 de noviembre de 2.005, en la Resolución 60/71, el 27 de enero como el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto.

En el pasaje de dicha Resolución se cita que, la Asamblea General reafirmando la Declaración Universal de Derechos Humanos, en que proclama “que toda persona tiene todos los derechos y libertades enunciados en ella, sin hacer distinción alguna por motivos de raza, religión o de ninguna otra índole”.

Mismamente, se afirma en el artículo 3 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, “que todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”.

De igual manera, el artículo 18 de esta misma Declaración junto al artículo 18 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, proclama, que, “toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión”.

Teniendo muy presente, que, el principio en que se fundamenta la Carta de las Naciones Unidas “de preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”, legitima el vínculo indisoluble que existe entre la Organización y la tragedia sin comparación de la Segunda Guerra Mundial. Este Holocausto, tuvo como resultado que un tercio del pueblo judío e innumerables miembros de otras minorías, murieran asesinadas.

Porque, lo aquí brevemente expuesto, es una cruel historia que aún permanece viva y que nos atañe a todos sin distinción, cualquiera que sea el origen, cultura o religión. Una advertencia de los innumerables peligros que nos llevan al odio, al fanatismo o al racismo y a los prejuicios más inesperados.

Una jornada explícita para inmortalizar la llama incandescente de las muchas injusticias cometidas, con aquellos millones de personas que se vieron arrastradas a la muerte colectiva en las cámaras de gas, o en el mejor de los casos, a la humillante explotación mediante el trabajo esclavo en campos e instalaciones fabriles, donde la vida y la muerte se entremezclaban diariamente y el destino era algo tan concreto e inmediato, como llegar con vida a la mañana siguiente.

Han sido muchas las experiencias que aún continúan produciéndose, dolorosamente descritas por los testimonios de los supervivientes de esta barbarie.

El deber ante la memoria de las víctimas con aquella intolerancia y por extensión, de todas las otras formas de intolerancia que existen, como una obligación moral y ética de la ciudadanía que está dispuesta a sentirse comprometida de forma crítica, con el logro de un futuro donde los Derechos Humanos sean la guía de la convivencia pacífica en el entorno más inmediato.

Pero, también, como habitantes de la aldea global, que lucha por alcanzar su preeminencia, sin renuncias ni fisuras, en cualesquiera de los rincones del planeta.

Este recuerdo de las víctimas, como el conocimiento de las circunstancias históricas y sociales que lo envolvieron, revelan la existencia del Holocausto y la eliminación de los colectivos opuestos al fanatismo ideológico y racial del Reich alemán. Debiéndonos ayudar a adquirir este compromiso ético, personal y colectivo, como una vacuna protectora ante cualquier otra barbarie similar.

Contextualizando este acontecimiento en nuestro entorno y en los tiempos que vivimos, sólo revelando las atrocidades perpetradas por los nazis, en nombre de una sospechada hegemonía racial y evocando con distinción y respecto a sus víctimas, podremos hacernos más fuertes y cargarnos de razones más que suficientes, para erradicar cualquier modo xenófobo en las sociedades aparentemente avanzadas y democráticas.

Ahora bien, la conceptualización de víctima del nazismo se amplifica, desenvolviéndose más allá de los desdichados que murieron gaseados en las cámaras de los campos de exterminio, o que fueron eliminados mediante otros métodos igualmente deleznables.

Pero, además, los miles de hombres, mujeres y niños muertos por hambre, inanición o enfermedad ante la mirada infructuosa de sus compañeros de cautividad.

También, han sido víctimas y lo continúan siendo, las viudas, los supervivientes, esposas y hermanos e hijos de quiénes penaron, sufrieron y/o murieron durante el exilio.

Millones de personas vieron cómo se arruinaban sus aspiraciones y anhelos, así como, proyectos individuales que se malograron para siempre. Mientras tanto, nos acompañan quiénes pudieron continuar contemplando la luz de la liberación en los campos, acompañados del silencio.

O, quizás, de la incomprensión más inhumana y, en ocasiones, como definió el sefardita Samuel Modiano de Rodas, sobreviviente de Auschwitz-Birkenau, “viviendo con un permanente sentimiento de culpabilidad por ser el único superviviente de toda la familia, sólo he recuperado el verdadero sentido de la vida dando testimonio de lo sucedido”.

Entre un sinnúmero de víctimas internacionales producidas por el nazismo, figura un grupo específico y cercano a nosotros, que en cierta manera nos incumbe y nos responsabiliza, tal vez, por tantísimos años de silencio.

Según se constata fehacientemente, más de nueve mil españoles fueron deportados a los campos nazis entre los años 1940 y 1945 respectivamente, de los que más de seis mil hallaron la muerte más monstruosa durante su deportación.

El delito que les dignificaba, era nada más y nada menos que ser declarados enemigos del Reich, tras haberse enfrentado en dos ocasiones contra el fascismo. Primero en España defendiendo el gobierno de la República, y más tarde, ya en el exilio, luchando contra los nazis en Francia.

Lo cierto es, que hasta el momento no se ha logrado establecer con precisión el número de víctimas de Auschwitz, ya que numerosas evidencias fueron extinguidas y los propios nazis no anotaban el número de personas llevadas a las cámaras de gas. Si bien, existen cientos de testimonios escritos, grabados en audio y vídeos o fotos de gran dureza y las certezas que persisten en los campos de concentración, en los documentos examinados de los Juicios de Núremberg, figuran 2,8 millones de personas fallecidas en este mismo lugar, o lo que es lo mismo, el 90% de los judíos.

No cabe duda, que el Holocausto trastornó los fundamentos más profundos de la civilización occidental, contradiciendo la comprensión de esa misma humanidad. Por primera vez en la historia, un estado pretendió dar muerte a la totalidad de otro, sin excepción alguna. Porque, asesinar a los judíos representaba extinguir a la civilización moderna para suplirla por una racista, antisemita, totalitaria y brutal.

En esta profunda reflexión con la mirada puesta en el cielo, se reivindica no mirar a otro lado, sino hacer lo que esté al alcance de cada uno de nosotros, impidiendo el desarrollo de instintos que acarreen el exterminio del otro y que la sociedad occidental podría patentar como propia, no porque le sea exclusiva, sino porque, la ha desarrollado a niveles que, hasta antes del siglo XX, difícilmente alguien habría podido conjeturar.

Curiosamente, el genocidio es un crimen que podemos saber cuándo se inicia, pero, tristemente no cuando acaba. Como delito de lesa humanidad es de carácter permanente, porque continúa circulando de generación en generación y aflige a una gama numerosa de personas, no sólo a las que están directamente implicadas.

Hoy, en el recién estrenado 2019, como sociedad de un Estado Social y Democrático de Derecho, ¡no podemos avalar la indiferencia o acaso, el silencio, la mentira o la falta de compromiso!

¡No podemos permanecer mudos ante la cadena de prejuicios, estereotipos, discriminación, xenofobia o racismo!

¡No podemos denunciar la injusticia sólo cuando nos afecta a título personal o cuando nos produce daño!

Porque, nada en lo que respecta a la deshumanización o aniquilamiento del cuerpo y del alma hasta que la persona queda reducida a la nada, nos debería de hacer quedar indiferentes.

A pesar de los años transcurridos desde estos perversos episodios, persisten demasiadas heridas abiertas y aun desangrándose en muchos corazones, porque, los efectos desencadenantes de esta barbarie aún no se han mitigado.

La adhesión de la Organización de las Naciones Unidas al aniversario del Holocausto, es un paso significativo en la toma de conciencia del mismo y de su impacto devastador en el viejo continente y el Mundo.

Esta conmemoración anual engrandece a las víctimas y supervivientes, pero, igualmente, impide si es nuestro propósito, que dejemos de lado a la injuria que incurrió contra el ser humano.

Han transcurrido setenta y tres años desde la finalización de aquella guerra y aún se interpela, qué, es lo que el ser humano ha asimilado desde entonces. Podríamos afirmar que hemos aprendido a enaltecer ciertos acontecimientos, pero, al perpetuar la matanza de los judíos, podemos referirnos a su significado universal como una amenaza global que envuelve a la sociedad moderna.

Por eso, el reconocimiento de estos derechos de las víctimas a la verdad, justicia y reparación, constituyen la base de un Estado constitucional, garante de los derechos humanos y desde la cual, se edifica un modelo de sociedad pacífica y justa.

No pudiendo quedar al margen, el menester inexcusable que sienten los supervivientes, ante la necesidad imperiosa de testimoniar y de hacer guardar la memoria de los desaparecidos, como la de gritar ante tanto sufrimiento y desesperanza de las víctimas ante esa inhumanidad.

Una mirada con lágrimas impregnadas en el ayer, como la de las víctimas, nos permite conocer de primera mano una parte esencial que, sin ella, sería prácticamente inaccesible.

Mantener presente esta recapitulación demasiado punzante para las generaciones que no vivieron la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial, es capital para prevenirnos del fascismo y del antisemitismo, aún impetuosos en la sombra.

Lo pasado, sucedió, porque hubo quién o quiénes se creyeron superiores. La tolerancia con los pueblos de la Tierra, como con el resto de creencias y lenguas, será quién evite, que alguna otra vez, esta sombría historia vuelva a retornar, a pesar de la progresiva desaparición de las generaciones que fueron testigos de estas atrocidades.

Pero, también, depende de todas y todos, prevenir futuros genocidios.

En nuestros días, somos testigos de numerosos crímenes de odio contra las minorías en Europa. No queda más, que contemplar con gran preocupación en algunas sociedades, a neonazis y extremistas de derecha marchando y desfilando manifiestamente en las calles y popularizando el odio.

Por si fuera poco, existen parlamentos en Europa que tienen entre sus filas a miembros de partidos extremistas de derecha.

Lamentablemente, los supervivientes del Holocausto nuevamente deberán de presenciar genocidios, crímenes contra la humanidad y entrever botas neonazis transitando al son de sus banderas.

Los informes de la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea no se quedan cortos, al afirmar, que, los crímenes de odio están incrementándose, definiéndolos como “la violencia e infracciones motivadas por el racismo, la xenofobia, la intolerancia religiosa o por prejuicios contra la discapacidad, la orientación sexual o la identidad de género de una persona”.

Aun así, las rebeldías racistas y xenófobas hacia las personas refugiadas, demandantes de asilo y migrantes persisten en la Unión Europea. El antisemitismo, antigitanismo, islamofobia, homofobia y el sexismo, son una parte de la cotidianidad para muchas personas.

Construir voces desde el sentido común, no sólo es lo pertinente y adecuado, sino de la responsabilidad en su conjunto, para que no vuelve a dominar la tesis del odio en el mundo y haga encaje de bolillos, en la sin razón.

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