Opinión

El nuevo dibujo de la OTAN ante la amenaza incuestionable de Rusia

Ni que decir tiene, que la capital de España levantaba sus mejores galas para el acontecimiento más significativo de la seguridad militar de Occidente en más de una década. Y no era para menos, porque en medio de un conflicto bélico sin un final próximo en el Este de Europa y una escalada mucho más que dialéctica entre los actores de la Guerra Fría, la Cumbre de la OTAN asumía la tarea de revitalizar la estrategia de la Alianza Atlántica y allanar las bases de la principal entente militar del mundo para los próximos diez años. A decir verdad, más de cincuenta delegaciones y treinta jefes de Estado concurrían a este evento. Entre ellos, representantes de estados ajenos a la Alianza como la República de Finlandia, el Reino de Suecia o el Estado del Japón, que daban buenos indicios del replanteamiento de concepciones estratégicas que han contrastado el funcionamiento de la OTAN desde la caída del muro de Berlín, y una exhibición de fortaleza y unidad frente a Rusia. Recuérdese al respecto, que la anterior Cumbre de la OTAN se celebró en 2010 en Lisboa, contando con la intervención exclusiva de un asistente exclusivo, el entonces presidente ruso Dmitri Medvédez (1965-56 años). Literalmente decía en relación a las rigideces superadas con Estados Unidos por el Escudo Antimisiles de George W. Bush (1946-75 años): “Ahora miramos con optimismo al futuro”. A lo que el secretario general Anders Fogh Rasmussen (1953-69 años) citó al pie de la letra: “Por primera vez en la historia, la OTAN y Rusia colaborarán para defenderse”. Como es sabido, en un abrir y cerrar de ojos todo permutaría con la sacudida ucraniana de la Revolución de la Dignidad (21-XI-2013/22-II-2014), con manifestaciones y disturbios de índole europeísta y la anexión de Crimea por parte de la Federación de Rusia, que volvía a operar con Vladímir Putin (1952-69 años) como presidente. La anexión de Crimea convirtió en infructuoso no ya solo la totalidad de lo dialogado en la Cumbre de Lisboa, sino en el conjunto de la estrategia de la OTAN en las últimas décadas. Si bien, desde la conclusión del bloque soviético los países se habían predispuesto a un espacio unipolar, o séase, sin contendientes, donde la supremacía económica, tecnológica y militar norteamericana no estaba en disputa. Además, la gestión de la OTAN se atinaba en lo que los militares denominan la ‘gestión de crisis’, con misiones en el exterior o incursiones puntuales de naciones ingobernables. Crimea puso en efervescencia que la desenvoltura de la OTAN se había quedado obsoleta, porque la noción estratégica de la Alianza no tenía pronosticada una contestación ante algo similar. Con lo cual, si la destreza de la OTAN de los últimos treinta años se sustentaba en la influencia de Estados Unidos y ésta, la Cumbre de Madrid pretendía adecuar la organización a un mundo multipolar con diversos actores que inquietan la preeminencia atlántica, poniendo el conflicto bélico en el centro y acondicionando a los países de la Alianza para un contexto irresoluto. Por lo tanto, la OTAN debía de precisar qué es eso de la defensa colectiva de la institución, una idea que en ningún tiempo había tenido que ponerse en juego y que se hallaba desatendido después de los años de superioridad estadounidense y sin adversarios a la vista. Fijémonos en la innovación del Artículo 5 de la OTAN, en el que las partes convienen que “un ataque armado contra una o más de ellas que tenga lugar en Europa o en América del Norte, será considerado como un ataque dirigido contra todas ellas”, no particulariza qué supone un ‘ataque armado’ y, sobre todo, tampoco esclarece cómo se activa el concepto de ‘defensa colectiva’.

“En estas dos jornadas de intensa dedicación se ha percibido un pronunciamiento riguroso, severo y punzante: el del más puro existencialismo de los países y bloques en disputa, pero una muestra más de la unidad sin fisuras de los Estados miembros”

Aparte de clarificar la ‘defensa colectiva’, se sugería examinar otro de los grandes criterios que demanda desde hace más de siete décadas la geopolítica mundial: la ‘disuasión nuclear’. Parecía una buena idea valerse de la amenaza incesante del holocausto radioactivo para vencer guerras sin combatirlas y la destrucción mutua afianzada para impedir choques directos entre las grandes potencias. Pero la escapatoria no es el desarme, sino una nueva generación de armas nucleares. Aunque se constatan bombas atómicas cien veces más poderosas que las detonadas en Hiroshima y Nagasaki, el itinerario de armas nucleares va en la trayectoria inversa: misiles inteligentes con una décima de potencia que las consumidas en 1945, a prueba de escudos y que puedan emplearse sin caer en la cuenta de la devastación mutua garantizada. El revival de las armas nucleares resulta de las dos caras del antiguo telón de acero. Tanto Estados Unidos como Rusia tantean la viabilidad de aplicar este prototipo de armamento ante peligros existenciales, o cuando aparezcan en dificultad los intereses indispensables de sus países. Sobraría mencionar en estas líneas, que otra generación de armas atómicas se está generando y que en este encuentro era de obligado cumplimiento revisar el progreso de las capacidades nucleares, con nuevos formatos y el preámbulo de la inteligencia artificial y engranajes de consulta entre los estados miembros, ante escenarios circunstanciales de riesgo en la inercia de las armas nucleares. Y no solo se reavivarán los arsenales nucleares, asimismo las aeronaves preparadas para transportarlas, los silos de misiles, los submarinos o los misiles hipersónicos con suficiencia para trasladar cabezas nucleares. Pero los arsenales para las guerras del momento no estarán únicamente satisfechos de armas nucleares, porque otra generación de armas lleva años perfeccionándose y podría alterar el trazado de las disyuntivas internacionales. Obviamente, entre estos marcos de inestabilidad, la guerra en el ciberespacio condensa cada vez más pujanza y veinte años más tarde de que la OTAN comenzara a inquietarse por esta cuestión, se ha erigido en el centro del planteamiento de la Alianza Atlántica en el componente de disuasión y defensa. En contraste con el armamento nuclear, actualmente se objeta que no milita la noción de ciberdisuasión y el ciberespacio se encuentra en discordia, no ya solo mediante agresiones informáticas a organismos, redes e infraestructuras, sino con procederes de amagos híbridos que todavía enmarañan más el entorno de seguridad. En otras palabras: quien resalte en estas tecnologías disruptivas provistas de inteligencia artificial, robótica o biotecnología, obtendrá el peso hegemónico político, y en esto la República Popular China lleva la delantera. Luego, lo que se sospechaba como una confluencia de transición, se ha transformado en una cita vital para el devenir de la Alianza. Al atacar Ucrania, Rusia ha infringido los límites lógicos, quebrantando el derecho internacional y las convenciones que defienden los Derechos Humanos. Por este fundamento lo que en Madrid se dirimía estaba llamado a cambiar y revitalizar la OTAN. Ahora, muy distantes quedan en el recuerdo las etapas de Bush o de Donald Trump (1946-76 años), en los que los aliados se encaraban entre sí dando una apariencia de disgregación. Sin embargo, en este momento todos arriman el hombro y se exhiben inquebrantables en la consecución del designio por el cual se estableció la OTAN: detener a Rusia y conservar a Europa libre y democrática. De ahí, que en la hoja de ruta se pormenorizasen seis grandes contenidos. Primero, desde que Rusia ocupara Crimea y el Donbás en 2014, la visión de la OTAN con respecto al Kremlin se ha ido afinando. En cierta manera, Rusia ha desenmascarado su indiscutible talante, un estado impulsivo e imperialista que ambiciona conquistar los territorios habidos y por haber. Por ello, la Alianza se preparó para preservar su Flanco Este con la amplificación de cuatro Multinacional Battlegroup en Estonia, Letonia, Lituania y Polonia, a los que se han incorporado otros cuatro en Rumanía, Bulgaria, Hungría y Eslovaquia. En suma la Alianza mantiene activados 140.000 hombres, 130 aviones en alerta y 140 barcos desplegados entre el Mar Negro y el Báltico. Cada una de estas fuerzas vigilan porque Rusia no se adentre en la zona amparada por el Artículo 5 del Tratado de Washington, una disposición que conllevaría a que los miembros contestaran unánimemente ante una acometida como la acontecida en Ucrania el 24/II/2022. Sabedor que los esfuerzos se han duplicado con este hecho injustificable, la Alianza lleva tiempo robusteciendo su deber con el Flanco Este y modificando su doctrina. Prueba de esta confirmación es el acogimiento del Readiness Action Plan en la Cumbre de Gales en 2014, o la admisión de la Deterrece and Defence Posture Review en la Cumbre de Chicago de 2012.

"He aquí una Alianza Atlántica que no surge de una afinidad apasionada ni de grandes doctrinas transformadoras o refulgentes, sino del menester y el recelo a que actores como Rusia, pueda aniquilar todo aquello que declara atender con desvelo en su carta fundacional”

Y es que, Madrid estaba predestinada a ser el frontispicio de una nueva OTAN, sin obviar que el pistoletazo de salida se inició hace ocho años en Gales, cuando la Alianza comenzó a rechazar el envite ruso mirando a Ucrania y el Kremlin se anexionó ilegítimamente Crimea. Segundo, tal y como se contempló en la Cumbre de Madrid de 1997, Ucrania es un estado crucial en la seguridad de Europa, fomentado unos vínculos excepcionales con la Carta de Asociación de 1997, con su revisión en 2008 o la plasmación de la NATO-Ukraine Commission en 2009. Lejos de congelarse estos lazos, la invasión de Crimea ha robustecido la ya estrecha relación con la aceptación del Comprehensive Assistance Programme ratificado en Varsovia en 2016, permitiendo a Ucrania tomar las medidas pertinentes para los ciberataques o la guerra híbrida. La incursión perpetrada en tierras ucranianas ha movilizado a la OTAN para ajustar sus planes de asistencia, desde la remisión de armas hasta la asistencia humanitaria. Como no podía ser de otra manera, Ucrania obtendrá un empuje tanto en su integridad territorial como independencia y, aunque por el momento la Alianza no vislumbra su integración, para Kiev esta materia es una preferencia como quedó contenido en su Estrategia de Seguridad Nacional de 2020. Tercero, desde el desmoronamiento de la antigua URSS, la OTAN ha dado luz verde a dos conceptos estratégicos: Washington, 1999 y Lisboa, 2010. Ambos guardaban elementos en común, pero en los dos había un factor que precedentemente los distinguía de los suscritos. Me refiero a que la OTAN no incluía a ningún rival estatal. Indudablemente ya nadie profundiza de esta manera y uno de los principales contrastes del concepto estratégico es la declaración de Rusia como el contrincante número uno, algo que ya realizó la OTAN en la Cumbre de Bruselas de 2021. Pero, por encima de todo, el concepto estratégico de Madrid aglutinaba la voluntad de optimizar la Alianza, franqueando los impedimentos de algunos líderes que en el ayer hicieron lo posible por entorpecerlo. Así, en el instrumento se afianzan los valores comunes y los desempeños, así como los requerimientos para afrontar los riesgos del momento. Y en medio de estos dilemas nos topamos con China, quien no resultando como una amenaza general se le cataloga de desafío sistémico. Cuarto, si algo ha sabido implementar la OTAN en los últimos treinta años se justifica en explorar programas de asociación. Tomemos como ejemplo el Partnership For Peace que acomodó a los estados del Este para la ampliación; o el Mediterranean Dialogue que inspiró los comedimientos de confianza con los países del Mediterráneo Sur; y el Global Partnership aproximó alternativas con socios apartados como Japón, Corea del Sur, Israel y Australia, intercambiando información que precisa la interoperabilidad. Producto de esta colaboración, Finlandia y Suecia hasta ahora neutrales, pronto se incluirán a la OTAN y serán miembros de pleno derecho, convirtiendo a Escandinavia en territorio de la Alianza. Y en el punto de mira, aún quedarán en curso la integración de Bosnia y Georgia, algo que tarde o temprano se alcanzará. Quinto, tal y como los acaecimientos han caído empicados en la espiral de lo que, hoy por hoy, es la silueta del siglo XXI, la OTAN se ha amoldado a las nuevas intimidaciones y el surtimiento de otras hace que la Alianza tenga que estar en un evolución de constante cambio. Llámense el terrorismo, o las crisis migratorias, los ciberataques o las campañas de desinformación, son algunas de las apuestas por las que ha de hacer frente. Para ello, desde Bruselas se proyectan medios innovadores como el Defence Innovatation Acelerator o el Innovation Fund, que operan con las tecnologías para contrarrestar estas amenazas y que a simple vista se presentan como inapreciables e imperceptibles. Del mismo modo, es oportuno hacer una distinción al cambio climático, una pugna que la Alianza no pude dejar en el tintero y que en el futuro será el detonante de un sinfín de inconvenientes de la seguridad. Y sexto, la intervención de los Estados Unidos en la Primera y Segunda Guerra Mundial, el conato de contención de la URSS durante la Guerra Fría y la ayuda armamentística y financiera a Ucrania, son complementos de una misma manifestación: el vínculo transatlántico. Europa y Estados Unidos coinciden en los valores y como tal, gravitan en la defensa de los mismos. Desde este enfoque, existe un bloque de estados (OTAN y aliados) que combaten frente a otros como Rusia, China, Venezuela, Irán, etc., que se afanan por catapultar dichos valores. Curiosamente, si Trump consideró a la Alianza de “obsoleta” y recientemente Emmanuel Macron (1977-44 años) declaró que estaba “en muerte cerebral”, la intrusión de Rusia a Ucrania ha confirmado que la OTAN es más dinámica y que el Artículo 5 es el elemento que coarta los deseos imperialistas del Kremlin. A tenor de lo referido, la Cumbre de Madrid además de ser la carta de presentación en sociedad de la nueva OTAN que se moldea, ha sido un marco atrayente para demonstrar que los aliados están comprometidos y dispuestos a neutralizar cualquier amenaza, incluso si esta procede de Rusia. En consecuencia, los líderes de la OTAN han rubricado una declaración política que encaminará las determinaciones de la Alianza en la próxima década y que reemplaza a la de Lisboa de 2010. El reconocimiento abarca la distinción de los aliados de innovar su disuasión y defensa ante los retos que percuten, así como un paquete integral de ayuda a Ucrania para que se escude y defienda de la incursión rusa y un posicionamiento compartido mirando a China, el terrorismo y los ciberataques. De forma, que el documento especifica con rotundidad a Rusia como “la amenaza más significativa y directa para la seguridad en la zona euroatlántica”, y encara a China, por vez primera, por el amplio desafío que conjetura para la seguridad, los intereses y valores de los miembros de la OTAN. Literalmente señala: “No podemos considerar a la Federación Rusa como nuestro socio”. En cuanto a la situación de China, al pie de la letra maneja una “amplia gama de herramientas políticas, económicas y militares para aumentar su presencia global y proyectar poder, al tiempo que mantiene la opacidad sobre su estrategia, sus intenciones y su acumulación militar”. De igual modo, la OTAN avisa del amplio potencial armamentístico de países como Corea del Norte, la República Islámica de Irán o la República Árabe Siria, porque “el propósito fundamental de la capacidad nuclear de la OTAN es preservar la paz, prevenir la coerción y disuadir la agresión”. Mientras prevalezcan las armas nucleares, la OTAN continuará siendo una alianza nuclear. No olvidemos que la finalidad es un mundo más protegido para todos, demandando establecer un entorno de seguridad para una aldea global sin armas nucleares. Asimismo, asegura el manifiesto “el ciberespacio es objeto de disputa en todo momento”. También, los aliados manifiestan que “los actores malignos buscan degradar nuestra infraestructura crítica, interferir con nuestros servicios gubernamentales, extraer inteligencia, robar propiedad intelectual e impedir nuestras actividades militares”. A este respecto, se han implicado de lleno en apresurar el salto digital, adecuar la Estructura de Mando de la OTAN para la era de la información y perfeccionar las ciberdefensas, redes e infraestructuras. En la misma línea, “las operaciones híbridas contra los aliados podrían alcanzar el nivel de ataque armado y llevar al Consejo del Atlántico Norte a invocar el Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte”. Y como no, en este documento se hace alusión expresa a la frontera Sur de la OTAN, exponiendo que “los conflictos, la fragilidad y la inestabilidad en África y Oriente Próximo afectan directamente a nuestra seguridad y la de nuestros socios”. Las apuestas que se tratan a la población meridional de la OTAN son “proporcionar un terreno fértil para la proliferación de grupos armados no estatales, incluidas las organizaciones terroristas”. Sin obviar, la obstrucción desestabilizadora y coercitiva por parte de rivales estratégicos, pormenorizando que este contexto “contribuye al desplazamiento forzoso, alimentando el tráfico de personas y la inmigración irregular. Estas tendencias plantean graves problemas transnacionales y humanitarios”. Por último, cada uno de los representantes de la OTAN se han involucrado formalmente en salvaguardar “cada centímetro de territorio aliado”, en una tentativa por “preservar su soberanía e integridad territorial para prevalecer sobre cualquier agresor”. Así, la Alianza ha subrayado que se valdrá de “todas las herramientas militares y no militares que se encuentren a su disposición para responder a las amenazas contra su seguridad en el momento en que corresponda”. Esta maniobra se enmarca en una política de 360 grados que pretende vigorizar el porte de defensa y disuasión de la OTAN en plena invasión rusa de Ucrania. Para ello, se pondrá en marcha el automatismo de fuerzas “preparadas para el combate” que operarán con una infraestructura reformada, comprendiendo el equipamiento y la munición apropiadas para el momento. En definitiva, la Cumbre de Madrid ha iluminado una OTAN sin precedentes. Más compenetrada, sólida, múltiple y más previsora de los peligros que incurren y de la premura de no aletargarse ante ellos. Es una Alianza Atlántica que no surge de una afinidad apasionada ni de grandes doctrinas transformadoras o refulgentes, sino del menester y el recelo a que actores como Rusia, pueda aniquilar todo aquello que declara atender con desvelo en su carta fundacional. A saber, “la libertad, la herencia común y la civilización de sus pueblos (…), la democracia, las libertades individuales y el imperio de la ley”. Otros métodos, singularidades e instrumentos que a ciencia cierta verifican que el universo en el que alternábamos hasta no hace demasiado, ampliamente se ha invertido y que hay en evolución una Segunda Guerra Fría. En estas dos jornadas de intensa dedicación se ha percibido un pronunciamiento riguroso, severo y punzante: el del más puro existencialismo de los países y bloques en disputa, pero una muestra más de la unidad sin fisuras de los Estados miembros. Porque, quien hace diez años era por entonces un integrante estratégico como Moscú, hoy se ha convertido en la “más significativa y directa amenaza a la seguridad de los aliados y a la paz y estabilidad del área euoatlántica”. Finalmente, como ha concretado el secretario general de la mayor alianza defensiva Jens Stoltenberg (1959-63 años), “la guerra de Rusia contra Ucrania ha hecho pedazos la paz y alterado seriamente nuestro entorno de seguridad”.

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