Al caminar por los campos españoles vamos descubriendo nuevas sensaciones ante los distintos paisajes con los que vamos topándonos. Lo más gratificante, al menos para mí, es poder contemplar la naturaleza en su estado más puro, es decir, sin que haya sido horadada por máquinas que, tras devorar bosques y prados, inyectan toneladas de hormigón para crear enormes estructuras en forma de puentes, centrales nucleares, urbanizaciones, hoteles... Otras veces es el fuego el protagonista del desastre, pues tras la desaparición de la vegetación llega la implacable desertización. Desolado y triste espectáculo.
Indudablemente la intervención humana se hace necesaria e imprescindible, porque van surgiendo nuevas necesidades según el tiempo corre y la sociedad reclama urgentes soluciones, entonces está más que justificada , pero por el contrario, otras veces nos irrita contemplar cómo las causas no son ni más ni menos que la miserable especulación de los de siempre.
Todo ello viene a propósito de lo ocurrido en el Camino Portugués que parte de Tuy. Lo recorrimos en el año 2000. Si durante kilómetros y kilómetros nos vimos obligados a marchar por la C.N.550 y más tarde por el polígono industrial de Porriño. Luego todo se vería más que compensado al introducirnos por zonas de tanta belleza al natural que, durante años , a todos aquellos que me solicitaban información al respecto, les recomendaba dicho itinerario. Los arroyos brotaban por las lindes del Camino, otras veces las aguas discurrían mansamente bajo pequeños puentes medievales entre frondosos bosques autóctonos donde se desarrollaban espesos helechos y silvas que ricamente protegían las corredoiras con sus frescas sombras. Diez años más tarde, recorríamos el Camino Portugués de la Costa, que partiendo de La Guardia, coincide con el anterior en Redondela. Al salir de Pontevedra se desvanecería la ilusión de volver a contemplar la paradisíaca senda que algunos manteníamos en la memoria, ya que a pocos kilómetros nos encontrábamos con la fantástica autopista que partiendo de La Coruña cruza de norte a sur toda Galicia. En consecuencia, aquel tramo había cambiado y , por tanto, casi nada tenía que ver ya con nuestros felices recuerdos. Desolador panorama.
Algo parecido ocurrió en el Camino del Norte. Abandonada VIllalba nos dirigíamos a Baamonde, cuando nos interceptaba otra construcción vial, la prolongación de la autopista del Cantábrico, que se realizaba con tal ritmo, que justo al pie de la masa terrosa que avanzaba demoledoramente, había quedado solitaria y abierta la casa de unos aldeanos, que al dejarla lo debieron hacer con tanta urgencia que allí quedó casi todo el mobiliario incluyendo electrodomésticos como la tele, el frigorífico, la cocina… También quedó el erguido hórreo de madera que primorosamente alguien decoró con suaves pinceladas de colores, dándole así una imagen tan infantil que su desaparición parecía aún más trágica.
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