Opinión

Nuestros mayores. Los más vulnerables frente al coronavirus

Conforme transcurren las jornadas nunca antes sospechadas, las cifras no dan tregua en cuanto al número de contagiados y fallecidos, pero, también, de recuperados, al mismo tiempo, que se van conociendo nuevos datos, no ya sólo acerca de la prevalencia del COVID-19, sino de sus características.

No cabe duda, que nos enfrentamos a un virus clasificado dentro de las enfermedades respiratorias graves, teniendo similitudes con la gripe o la neumonía, por lo que su diagnóstico es complejo a la hora de encuadrarlo en patologías tan frecuentes en la época en la que nos encontramos.

Mismamente, la familia de los coronavirus es bastante extensa y constituye diversas infecciones que abarcan desde el resfriado común hasta el síndrome respiratorio agudo severo. En algunos casos, las personas contaminadas pueden ser asintomáticas, no desarrollando la enfermedad, pero, pudiendo transmitirla y convertirse en fuente de contagio.

Las estadísticas evidencian que en uno de cada seis casos de la pandemia, existe la posibilidad de desarrollarse neumonía y problemas respiratorios.

En clave a esta realidad, resulta fundamental el establecimiento de los protocolos de prevención con los grupos de población más sensibles: los individuos de edad avanzada y aquellos otros que manifiestan padecimientos previos con un sistema inmunológico débil, como resultado del VIH o cáncer, que adquieren mayor incidencia ante una posible transmisión.

Consecuentemente, el modo en que se debilita el sistema inmunitario es la causa por la que la enfermedad infecciosa se ceba principalmente con este colectivo. No obstante, el virus actúa en personas de cualquier edad, por lo que el curso en la evolución de la epidemia son idénticas tanto en un niño como adulto.

Si bien, las etapas de su avance no son una herramienta completamente fiables para la gestión de la enfermedad. Indudablemente, el espectro clínico de esta pandemia es sorprendentemente extenso y se prolonga desde los cuadros asintomáticos hasta las dolencias más complicadas capaces de ocasionar la defunción del enfermo.

Obligatoriamente, estos últimos casos convierte a los mayores en una encrucijada sin salida, al ser los más vulnerables e indefensos ante la agudización de los trastornos crónicos y la inmunodepresión.

Luego, no nos estamos refiriendo al indicativo en cuanto a la edad, sino, más bien, al estado general de salud de la población.

Y es que en nuestro país, el coronavirus está haciendo estragos, fundamentalmente, con este grupo, contabilizándose por decenas y decenas los miles de óbitos en residencias de la Tercera Edad.

Algunas y algunos de los fallecidos, recientemente hallados por componentes de la Unidad Militar de Emergencias cuando se aprestaban a desinfectar estas instalaciones, se toparon con imágenes que nunca hubiesen deseado ver: ancianos cuyos cuerpos totalmente desamparados, permanecían indefensos en las camas en condiciones absolutamente espeluznantes. Aunque en pleno siglo XXI parezca un episodio de ciencia ficción, entre algunos de estos hallazgos inhumanos, tal como se quiera considerar, existían residentes conviviendo con dichos cadáveres.

Con lo cual, quedaría por decir, que en estos tiempos de zozobra para todos, es especialmente despiadado para nuestros mayores.

Ellas y ellos, nuestros mayores, son el mejor ejemplo de responsabilidad, comprensión y afecto que un ser humano puede ofrecer, cuando contra viento y marea en trechos lejanos junto a otras generaciones, hubieron de luchar en otras batallas con realidades extremas

Ante una emergencia sanitaria global de este calado, debería proporcionarse la información destinada a los más frágiles de este escenario y dar con la tecla en las fórmulas más beneficiosas para llegar a lugares insospechados: tal vez, los que viven solos o en sectores rurales, o incomunicados y presenten niveles de alfabetización o insignificante acceso a los medios de comunicación.

La carencia de recursos sanitarios o las dificultades derivadas de la movilidad geográfica, con el añadido de trasladarse a los centros de salud; o la ignorancia a la hora de acceder a cierta información de interés público, contribuyen a contextos de discriminación por razón de edad.

Evidentemente, para atenuar estos entornos por momentos acuciantes, los sistemas de salud deben reforzarse para garantizar sus servicios durante la vejez, así como, ante el detonante que nos azota en todos los aspectos.

Es sabido, que las personas mayores que conviven en residencias, están más expuestas al COVID-19 y en este sentido, existen diversas medidas adoptadas para simplificar el vaivén de los contagios que garanticen su bienestar. Sobra decir, que cuántas personas se dedican en cuerpo y alma a los cuidados, han de estar preparadas, equipadas e informadas lo más adecuadamente, para protegerse y proteger a cuántas vidas penden de un hilo.

Para ello, es crucial hacer eco de aclaraciones sobre qué acciones de previsión implementar, o cómo tiene que configurarse la interacción con el mundo exterior y actuar en caso de infección. Es más, el distanciamiento social es una regla de oro para contrarrestar la enfermedad, pero, a día de hoy, una gran mayoría de estas personas no están en las más óptimas circunstancias para hacer frente a un aislamiento o cuarentena, porque precisan de atenciones puntuales y apoyo habitual. Conjuntamente, los que residen en sus domicilios, están condicionados a ayudas tan prioritarias como hacer la compra o ir a la farmacia.

Con estos precedentes iniciales, no queda la más mínima duda que nos encontramos ante el desafío más grande de la Historia reciente. Un adversario intangible que se hace visible en el abatimiento, trastornando un pasado, el presente y un futuro como el que se nos cierne sombrío y a corto plazo, lo más inmediato.

La interrogante que subyace en las mentes y corazones, es el cambio de paradigma que, posiblemente, hubiese adquirido la estrategia de este marco para combatir el virus, si se hubiesen dispuesto convenientemente los tests masivos y selectivos, para determinar con precisión la presencia real del coronavirus.

Por lo tanto, el virus incide en los entornos de la cotidianidad, con sus anonimatos de incertidumbre que comporta el crecimiento exponencial de una nueva propagación, en la que no resulta descabellado conjeturar el debate de perplejidad que se vive a diario en los hogares, e inexcusablemente, la alarma en el colectivo de mayores que está librando la guerra de las guerras más importante de sus vidas: la supervivencia.

Con el matiz, de persistir aislados y no recibir más visitas que las ineludibles; lo que indiscutiblemente, les condena a un aislamiento y soledad, sin precedentes.

Este desapego social al que me refiero, es el contrafuerte del control epidémico y origen del confinamiento de hoy en día, que es un serio inconveniente entre la población susodicha.

En España, según nos indica el Instituto Nacional de Estadística, por sus siglas, INE, poco más o menos, 12 millones de habitantes ha alcanzado los 65 años de edad o más, lo que implica el 20% de la urbe. Asimismo, se le reconoce como el primer grupo de riesgo ante su letalidad que se agranda a mayor edad.

Por ende, nos atinamos con un hecho irrefutable: tristemente estas personas alcanzan el registro más elevado de defunciones, sobre todo, aquellas y aquellos que arrastran afecciones médicas subyacentes.

Téngase en cuenta, los antecedentes proporcionados por el Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, al corroborar que el 95,4% de los muertos, tenían más de 60 años. Pero, dentro de este percentil, el 67,2% de los óbitos, aglutina a personas con más de 80 años.


Estos guarismos confirman, como antes se ha citado, que los mayores, sobre todo, los que sufren alguna patología previa deben incrementar al máximo la prevención para impedir el contagio. Sobre todo, tal y como lo plantea el Ministerio de Sanidad, quienes van a remolque con enfermedades cardiovasculares o pulmonares crónicas, hipertensión arterial, diabetes, cáncer o inmunodeficiencias.

Sin soslayarse, que para los que se le añaden algún tipo de demencia, las encomiendas de las autoridades sanitarias son idénticamente las mismas que para el resto de la población en general. Toda vez, que es deseable que el aislamiento sea absoluto, eludiendo salir de casa: aconsejándose, que las compras básicas, tanto la comida como los medicamentos o menesteres como depositar la basura, sean realizados por algún familiar o vecino más cercano.

Del mismo modo, deben extremarse con más ahínco la higiene personal, el lavado de manos con agua y jabón y la limpieza del lugar de residencia, como la desinfección de superficies; sin obviar, el seguimiento de una alimentación e hidratación proporcionadas y la observancia terapéutica, o lo que es lo mismo: la toma exacta de la prescripción médica.

Pero, no van a ser menos, la conservación de una movilidad acorde a los medios, entrelazadas con algunas ocupaciones lúdicas que refuercen el sostenimiento del estado anímico en períodos fluctuantes e indeterminados como los de ahora. Llegados hasta aquí, las imágenes de envejecimiento activo alejadas de cualquier modelo de discapacidad física o mental, predominan, porque, ser mayor es socialmente aceptado y aceptable, pero, siempre y cuando, esto no repercuta en la vida de otras personas.

Pese a ello, las trágicas reseñas de residencias de ancianos en televisión, nos calan en un abominable baño de vergüenza, que descompone innegablemente nuestros retratos estereotipados de este colectivo. Lo que estamos advirtiendo con estupefacción, no son seres humanos saludables y dichosamente prendidos de cariño, sino, todo lo contrario: desguarnecidos y atemorizados, víctimas de una perturbación de los que muchos renegamos por el confinamiento al que estamos sometidos.

Ellas y ellos, nuestros mayores, son el mejor ejemplo de responsabilidad, comprensión y afecto que un ser humano puede ofrecer, cuando contra viento y marea en trechos lejanos junto a otras generaciones, hubieron de luchar en otras batallas con realidades extremas.

Hoy, estas personas encarnan uno de los apoyos más esenciales para la mesura de los menores en los hogares españoles. Y, ante todo, no le demos la espalda, porque, en la medida que lo cuidemos y atendamos, se redefinirá la otra cara de una misma moneda en que seremos asistidos en el mañana.

¡Qué vanas dan la sensación de quedar estas palabras, entre tanto sufrimiento!

Porque, mientras doy forma a este pasaje, soy testigo por algunos medios de información decanos que destacan entre la amalgama de noticias, algo que poderosamente me llama la atención: si se llegasen a colapsar las Unidades de Cuidados Intensivos, por sus siglas, UCI, tendrían prioridad los contagiados con más perspectivas de vida.

Al respecto, ninguna guía señala claramente la edad como norma para fijar quién ingresa o no en los cuidados, pero, es preciso diferenciar las definiciones científicas de los ‘Pacientes con Prioridad 1’ y los ‘Pacientes con Prioridad 2’, extraídas de las “Recomendaciones éticas para la toma de decisiones en la situación excepcional de crisis por pandemia COVID-19 en las Unidades de cuidados intensivos”.

La Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias, por sus siglas, SEMICYUC, detalla en consonancia a lo fundamentado: “que ante dos pacientes similares, se deberán priorizar la mayor esperanza de vida con calidad”.

Primero, los ‘Pacientes con Prioridad 1’ aglutina “a los que se encuentran en estado crítico e inestables. Necesitando motorización y tratamiento intensivo, que no puede ser proporcionado fuera de la UCI (ventilación mecánica invasiva, depuración renal continua…); segundo, o séase, los ‘Pacientes con Prioridad 2’, “precisan monitorización intensiva y pueden necesitar intervenciones inmediatas. Son pacientes que no estarán ventilados de forma invasiva, pero con alto requerimientos de oxigenoterapia con PaO2/FiO2 menor de 200 o menor de 300 con fracaso de otro órgano”.

Las trágicas reseñas de residencias de ancianos en televisión, nos calan en un abominable baño de vergüenza, que descompone innegablemente nuestros retratos estereotipados de este colectivo. Lo que estamos advirtiendo con estupefacción, no son seres humanos saludables y dichosamente prendidos de cariño, sino, todo lo contrario: desguarnecidos y atemorizados, víctimas de una perturbación de los que muchos renegamos por el confinamiento al que estamos sometidos

Ahora bien, las “Recomendaciones Generales a tener en cuenta en la toma de decisiones en la asignación de recursos limitados”, en su punto 16, dice literalmente: “Ante dos pacientes similares, se debe priorizar a la persona con más años de vida ajustados a la calidad (AVAC) o QALY (Quality-Adjusted Life Year), que son un indicador combinado del estado de la salud que aúna cantidad y calidad de vida”.

En resumen, prevalece la mayor esperanza de vida con la calidad.

No es necesario ahondar demasiado para interpretar que se propone una más que presumible ‘eutanasia’ y ‘eugenesia social’, predestinada a aniquilar a nuestros mayores si ello fuese factible, en aras de los más jóvenes y resistentes.

La coyuntura actual nos pide altura de miras. Se nos ha reiterado por activa y por pasiva, que permanezcamos en casa, puesto que somos portadores latentes del virus; pero, éste, no lo hace con todos por igual: la peor parte se la llevan los mayores. Normalmente, la solidaridad intergeneracional se mueve de arriba abajo, de mayores a jóvenes. ¡Ya es hora de invertir esta dirección! Pelear contra el coronavirus, nos responsabiliza imperiosamente a lidiar contra otro potencialmente ofensivo, dilatado, mortal y considerablemente infeccioso: el virus del edadismo.

Utilizando otra retórica, el edadismo pertenece a una de las tres formas de discriminación en el comportamiento social a la cola del racismo y el sexismo. Amén, que en el ‘Plan Internacional de Acción de las Naciones Unidas’, se asienta la nebulosa del agravio a las personas mayores dentro del quebrantamiento de los Derechos Humanos Universales.

Posicionándome que este colectivo se halla en desventaja con el coronavirus, quedan delimitados a una disminución paulatina de sus facultades físicas y mentales. La segregación que experimentan se amordaza y con la invisibilidad se desencadena su vulnerabilidad.

De lo planteado en estas líneas, es palpable que España está ante un enemigo imponente y colosal. Aquí, de nada vale, ser la primera potencia mundial, o si acaso, estar provisto del armamento más sofisticado. De lo que se trata, es iluminar la gestión de la crisis del Gobierno y ubicar en su debido lugar a cada elemento, en atención a su naturaleza.

Con razón de ser, se elogia el empeño y dedicación de quienes velan por los enfermos y apoyan con su labor desde las distintas esferas de la sociedad como la Seguridad Ciudadana o la logística y el aprovisionamiento, o las Fuerzas Armadas, aunque, quedan más omitidos y ni mucho menos por no merecerlo, los Servicios Funerarios, íntegramente desbordados por el enorme parámetro en los decesos.

Subrayo, que todos sin reservas, merecen las felicitaciones que no serán las suficientes para valorar la entrega encomiable de sus actos, pero, el colectivo de mayores que permanece en sus casas o en las residencias, merecen todo tipo de cumplidos, cuidados y recursos. El precio de sus vidas no es menos que la de otros. No son un peso, ni los autores de los colapsos habidos en los centros sanitarios, como tampoco, los promotores de nada. Colapsa quien no lo coordinó debidamente, o no previó ni se adelantó a las limitaciones que estaban por llegar.

En estos días incesantes de extendidos aplausos e intermitentes caceroladas con alocuciones ante las adversidades, debemos vigilar con escrupulosidad a nuestros mayores que invisiblemente están solos.

No podemos negar que se concatenan infinidad de muestras solidarias, pero, por encima de todo, es urgente su atención, revisando los protocolos y el rastreo imprescindible para dotarlos de los recursos básicos.

La cuestión no es hacerlo por lástima, sino por la legitimidad que les complace como ciudadanos de pleno derecho; sus vidas resistirán siempre y cuando le aportemos servicialmente lo mejor de nosotros.

Queda claro, que las personas mayores, son un tesoro en vasijas de barro con experiencia acumulada, un espejo en el que mirarnos y aprender que si lo relegamos a un segundo plano ante la pandemia del coronavirus, el cristal se hará añicos y desaparecerán en nuestro rumbo referencial.

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