Los vecinos de Zurrón dicen que los que no se sientan a gusto allí “es porque son bichos raros”. Como la mayoría de las barriadas de la ciudad ha cambiado. Nuevas generaciones y nuevos tiempos que trasforman el modo de vida de antaño; sin embargo, esta zona que reúne a unos cuantos cientos de vecinos todavía conserva su esencia que definen como “familiar y entrañable”.
La barriada José Zurrón nació en 1969, le debe su nombre a un antiguo alcalde de Ceuta que, según sus vecinos, fue el “culpable” de su construcción. Fue entonces cuando vecinos de otras partes de la ciudad se fueron instalando en alguno de los 39 bloques que se construyeron en la zona. Uno de estos respondía a un prototipo de barriada y, al contar con un bajo, dispone de 11 viviendas en lugar de 10 como en el resto de inmuebles. Por tanto, son 391 familias las que residen en este tranquilo barrio, algunas de ellas casi desde su fundación. Los edificios que emergen a lo largo de toda la zona, que guardan una fisonomía similar a los de las barriadas colindantes, fueron el verdadero germen del barrio.
Estas construcciones obedecen a la piqueta municipal que por aquellos años establece como objetivo erradicar el chabolismo y, hasta los mismos, trasladaron a un conjunto de familias que residían en las barracas que se ubicaban en diferentes puntos de la periferia. De origen humilde, dedicadas a las labores relacionadas con el mar y la pesca, estas familias son las verdaderas fundadoras del barrio. La mayoría todavía reside o ha dejado el legado a sus vástagos, que se niegan a abandonar la zona, “porque aquí se vive muy bien”, reconoce Alejandro Postigo, al que sus vecinos llaman ‘el embajador’, por ser uno de esos precursores de Zurrón. Se encuentra en uno de los principales lugares de reunión del barrio, su cafetería. Un establecimiento que, recuerda, comenzó como una fábrica de helados. “El Estrecho, una de las primeras heladerías de Ceuta”, recuerda.
Trasladarse hasta Zurrón es dejarse invadir por la tranquilidad y el desasosiego, carentes en el centro urbano. Vecinos que pasean y se saludan por unas calles que guardan una de las principales curiosidades de la barriada, su nomenclatura. Son siete calles con el nombre de los siete planetas. Aunque sin deberse a una mayor explicación, los vecinos reconocen que vivir en Zurrón es hacerlo en un planeta propio. “Es un mundo aparte, un planeta maravilloso”, manifiesta Postigo.
A Alejandro Postigo sus vecinos lo llaman ‘el embajador’, precisamente porque es uno de los habitantes de Zurrón más antiguos. Han sido 45 años desviviéndose y disfrutando de un barrio del que se niega a salir “porque aquí se vive de lujo”. Poco ha cambiado, reconoce, “más allá de su fisonomía”, aunque en una vuelta al pasado le es imposible no recordar a todos aquellos que tanto hicieron por su barrio, por su casa, aquellos que realmente “son los verdaderos artífices de Zurrón”. “Había una señora muy conocida que se llamaba Paca Lune, pero la llamábamos ‘Lunes’. Era una mujer un tanto cascarrabias, pero estaba dispuesta a ayudar a todo el mundo, creo que se ha volcado, por lo menos, con el 90% del barrio. Al igual que ella, y que tampoco están, fueron el antiguo presidente conocido como ‘El lapi’, Pepe Benítez o Domingo Ramos, todos ellos son vecinos que han luchado mucho por conseguir lo que hoy tenemos”. En ese viaje a tiempos pasados, Postigo destaca como anécdota la relación que mantenían con sus vecinos del Mixto, con los que tuvieron alguna que otra trifulca. “Cuando llegaba la fecha de San Juan, que antiguamente era una fiesta muy celebrada en los barrios, los vecinos del Mixto depositaban en la zona donde ahora se encuentran los pisos del Rocío, leña y madera que habían recogido a lo largo del mes, y nosotros esperábamos a que la tuvieran toda para ir a quitársela y traerla a nuestro barrio. Aquello generó algún que otro enfado, pero en general nos llevamos bien. Mixto y Zurrón son primos hermanos”.
Manuel Rodríguez llegó a Zurrón en sus primeros años de vida y desde entonces allí sigue. Lo define como “un barrio familiar y hasta ahora lo estamos consiguiendo”. Para este veterano de Zurrón su esencia y lo más destacable “son los vecinos y la convivencia que siempre hemos tenido”. Recuerda que durante aquella infancia y juventud pocos eran los que se dirigían al centro de la ciudad. “No hacía falta, aquí lo teníamos todo”.
‘La Palmera’ es un lugar acogedor que se resguarda entre un bloque de edificios a pocos metros de la avenida principal que atraviesa Zurrón. Su nombre se lo debe a esa especie arbustiva que le rodea y en él se concentran desde sus orígenes del barrio tanto pequeños como mayores. Sus vecinos apuntan que “todos pasan por la Palmera”. Un lugar de paso y encuentro que se posiciona como el corazón de la barriada y que ha visto crecer a varias de sus generaciones. Un parque infantil y varios bancos configuran este espacio que también atrae a vecinos de los barrios colindantes.
Aseguran sus vecinos, no exentos de orgullo, que los quioscos son uno de los símbolos de Zurrón. Eran uno de los centros de encuentro y reunión. “Las personas mayores se concentraban en los quioscos”, recuerdan y, por supuesto, “los niños”, ávidos de esos famosos y prohibidos dulces. El barrio llegó a congregar hasta cuatro quioscos. Una elevada cifra para las dimensiones de la zona. En ellos se vendía “de todo”. Desde sus típicos productos, hasta café, azúcar, leche o pan. En la actualidad la cifra ha quedado mermada a la mitad, aunque, eso sí, mantiene el espíritu con el que surgieron.
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