Postrado ante la puerta de la que fue su expendeduría de tabacos, espera Fernando García, aunque en el barrio todos le conocen como ‘El Curry’. Él fue el último heredero de un negocio centenario, ‘Casa Fernando’, nombre que tomó de su padre, pero que se remonta a una generación anterior cuando se llamaba ‘La Granaína’. “Fue fundado por mi abuela que procedía de Granada”, asegura.
Su expendeduría de tabacos fue el lugar en el que su padre instaló el primer restaurante. Corría la década de los 30. Veinte años más tarde, aproximadamente en 1954, su padre consiguió una concesión administrativa e instaló uno de los restaurantes en los que mejores arroces se preparaban “y donde hemos dado de comer a toda Ceuta”. Además de un excelente mero al rigamonti “y una sabrosa tortilla al sacromonte”.
Su restaurante, además, es de los que ofrecían servicios de ducha y vestuarios para los bañistas. En el restaurante más antiguo había una ducha de madera “y costaba diez céntimos, de pesetas claro”, en el nuevo restaurante, ya más modernas, había cuatro duchas y seis vestuarios, “eran algo más caras, allí teníamos a un guardia civil jubilado que se encargaba de la recaudación”.
Mercedes Canca pasea junto a ese mar del que se niega a desprenderse, a pesar de todos los cambios que ha sufrido el barrio, del que dice que ya “apenas reconoce”. “Benítez ha cambiado muchísimo, las vivencias que tengo de mi niñez son otras, como si hubiera cambiado de lugar”. Señala a la bahía. “En verano todo eran casetas militares, era otra forma de evidenciar la cultura de Ceuta”. Casetas que se extendían hasta Tiro de Pichón. A lo largo del paseo, frente al mar, se erige un edificio teñido de gris, hoy moderno, que se llama ‘El Cabo’. “Porque antaño vivía un cabo, Miguel, que era el encargado de cuidar y gestionar a los mulos, que eran los animales que cargaban toda la artillería”.
Repasa el cambio que se ha producido en las últimas décadas, las fábricas y negocios que antaño insuflaban vida a un barrio donde se asientan sus raíces desde hace cuatro generaciones y cuyo último baluarte familiar fue la tienda de comestibles de Juan Canca, su padre. Sin embargo, los encargados de sentar la semilla fueron sus bisabuelos. “Por parte de padre se asentaron en la cercanía de Benítez, en lo que hoy es Avenida de Lisboa, donde estaba la Loma del Pez que antaño se llamaba el Monte de Canca, porque era de mis antepasados”.
Por parte materna también existe una capítulo en la historia familiar y local que se sitúa en barriada Postigo. “Pertenece a Benítez pero tiene su idiosincrasia. Hace unos cien años mi bisabuelo vino a hacer la ‘mili’ y vio la posibilidad de instalar una panadería y, después, una fábrica de fideos. Aquello dio nombre a la barriada, que está íntimamente ligada al negocio de la panadería”.
A escasos metros de la bahía vive Lola Cantizano. Abre la puerta de su vivienda con la mejor presentación: “Tengo 88 años y soy la vecina más antigua de Benítez”. Sentada frente a antiguas fotografías y entre la brisa que se cuela por las ventana rememora emocionada su niñez. “He vivido aquí desde que nací, no puedo separarme del mar, da vida.
Cuando salgo de Benítez echo de menos su olor”. Asegura que todos los niños aprenden a nadar desde pequeños. “A mi me tiró mi padre de una barca con seis años y me dijo: ¡Venga Lola vete para la orilla nadando!, y como pude llegué, así aprendí a nadar.
Antonio Sánchez rememora una infancia estrechamente ligada al mar y cómo este bañaba una zona en la que hoy se erige el paseo marítimo y la carretera. “Creo que todas las reformas han sido para mejor, aunque se ha perdido esa atmósfera familiar que cargaba de vida al barrio”. Comenta todas las nuevas construcciones con apenas unas décadas de vida.
“Todo aquello”, dice señalando al muelle de la Puntilla, “es ganado al mar”. Una zona donde se encontraba el barrio llamado de ‘las Latas’. “Un año vino una riada, de las más fuertes que recuerdo y arrasó todo, tan solo han sobrevivido unas pocas viviendas”.
El ‘Bar-Café Juan y Rosi’ es todo un ‘clásico’ de la hostelería en la barriada Benítez. Comenzaron hace casi dos décadas y continúan “luchando, pero vamos muy bien. Hay que trabajar mucho, pero estamos contentos que es lo principal”, asegura Juan Guirado. Lleva 30 años trabajando en hostelería “y siempre en pescaíto, carnes y ensaladas, pero hace un tiempo que nos hemos metido en montaditos que es lo que se lleva ahora y tenemos la especialidad de la casa, las bravas, además del menú diario”.
Su lema ‘El tapeo hecho arte’ se hace realidad en este establecimiento. A punto de jubilarse, Juan asegura que el secreto de su éxito es “atender bien a la clientela, pero también ofrecerle una buena carta. He trabajado siempre con el pescaíto, pero ahora hemos metido más cosas y nos vamos modernizando. También tenemos croquetas de salazón con las que ganamos el segundo premio del concurso de recetas elaboradas con salazones hace tres años”.
La experiencia hostelera también se ha hecho realidad en la barriada con el bar ‘El desahucio’ a cargo de un profesional de este campo que un día decidió poner sus conocimientos al servicio de los ceutíes. Se trata de Antonio Sánchez, propietario de este establecimiento que, según él mismo cuenta, comenzó como una aventura. Después de cuatro años esa aventura ha tenido como efecto que cientos de ceutíes se trasladen hasta Benítez tan solo para disfrutar de su gastronomía y, por supuesto, de las privilegiadas vistas al mar que ofrece desde su terraza.
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