La madre superiora Terese Ariyamannil encabeza en Ceuta una antigua congregación religiosa cuya trayectoria en la ciudad se remonta al año 35. La vida de las hermanas Adoratrices se basa en la adoración y reparación al amor hacia el prójimo, y sus rasgos característicos son la suavidad, la dulzura y la amabilidad, un carácter del que dejan evidencia durante su encuentro con El Faro las seis hermanas que componen esta congregación situada en el Sardinero. Entusiasmadas y pletóricas, aunque intentan disimilarlo a través de esa personalidad humilde, cuatro de ellas: Ariyamannil, María Lagave, Nieves Velasco y Charo Carlosa, acompañadas de la mediadora social, Hanna Odela acuden a este encuentro con motivo de su reciente reconocimiento en la lucha contra la violencia de género.
En su séptima edición el jurado, reunido el pasado lunes bajo la presidencia de la consejera de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Adela Nieto, propuso por unanimidad esta distinción a la comunidad religiosa como reconocimiento a la labor de acogida y atención que desarrolla en Ceuta hacia las mujeres que sufren violencia machista. “Estamos muy contentas por esta distinción porque siempre da ánimos para seguir, pero este trabajo es el sentido de nuestra vida, es nuestra vocación, el camino que emprendimos para estar al servicio de los demás”, declara Ariyamnnil.
La congregación tiene como misión principal desde su fundación la acogida a chicas y mujeres víctimas de malos tratos, abandono, prostitución, embarazos no deseados, inmigración y otros muchos problemas “en los que la mujer se ha visto en una situación de marginación, ejerciendo su labor los 365 días del año”, exponía el jurado. Las mujeres llegan a la residencia de las Adoratrices a través del convenio que las religiosas mantienen con Asuntos Sociales. “Primero se realiza un estudio y en función de los perfiles las derivan”, explica Odela. Con una capacidad para 13 mujeres, en la actualidad dan cobijo a tres féminas y a dos de sus progenitores. “He percibido que en los último años la edad media de las víctimas por violencia de género ha disminuido, muchas tienen nada más que 20 años”, expresa la mediadora social.
Mujeres extranjeras -principalmente de Marruecos-, de familias desestructuradas, procedentes de centros de menores y con un bajo nivel de alfabetización, es el perfil de las usuarias a las que atienden. “Llegan con mucho miedo, muy asustadas y recelosas”, dice la hermana Carlosa. “Lo primero que hacemos es sentarnos con ellas y conocer su vida, abrirnos nosotras para que ellas también lo hagan, hacerles ver que este también es su hogar”, comenta. Y así se convierte, porque la residencia con el paso del tiempo, aún cuando las usuarias al fin “echan a volar” sigue siendo su hogar, un lugar donde “siempre tendrán cobijo”, dicen las hermanas.
La comunidad de las Adoratrices desarrolla varios programas con las mujeres acogidas. Es una lucha en la que buscan su integración en la sociedad, las ayudan en los aspectos de alfabetización y a regular sus situación administrativa o burocrática cuando es necesario, así como ejercen como mediadoras entre sus respectivas familias. “Más del 80% consigue ese cambio que perseguimos, pues nosotras desde el momento en que las atendemos lo que queremos es que llegue el día en que sean personas”, manifiesta Carlosa. Y cuando ese día llega, confiesa Ariyamannil, la felicidad entre la comunidad es plena. “Recuerdo a una chica que atendimos, llegaba encorvada en todos los sentidos, cabizbaja, no hablaba nada de español.... hoy nos visita y es increíble. Es una mujer que ha hecho su vida, habla el idioma perfectamente, tiene una casa y una familia, ese es el trabajo que nos llena de orgullo y el motivo por el que elegimos esta vida”.
Los rostros de estas mujeres se iluminan cuando conversan de su labor, de ellas, las usuarias, porque “son nuestras niñas, son nuestra familia”, pero también se atreven a analizar la situación social y el trabajo que “todavía queda por acometer” y, ahí el rostro se época, no es resignación es un “seguir luchando” porque “todavía queda mucho por conseguir”. Señalan que en materia de violencia de género se ha avanzado pero la victoria llegará con la erradicación. “Entonces sí podremos celebrarlo”. Para ello las hermanas Adoratrices indican que es esencial “la educación” y que la otra lucha “contra esta lacra” se debe focalizar en “desnormalizar socialmente” ciertas conductas que “hacen mucho daño a la sociedad y no dejan avanzar”.
Y ese es el camino seguirán porque recuerdan que esta labor que desempeñan “no es única en Ceuta” es la tarea de una “gran congregación”, es la base de su creencia con la que, no solo predican, sino a la que se entregan. Muestra de ello son no las decenas, sino los cientos de mujeres a las que ‘levantaron’, acogieron, empoderaron y les dieron ‘alas’ para alcanzar su sueño: ser libres, ser dignas y “tener una vida”.
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