Opinión

Nuba la viajera

Virginia contrajo la enfermedad del Pozo Oscuro, llamada así porque al percutirlo el abdomen sonaba como la piedra que cae al fondo del pozo. La enfermedad estaba provocada por la picadura de una mosca de las arenas. Allá, a finales del s. XIX, sucedía al igual que en otra época, que la Ciencia no estaba tan adelantada como e necesitaba. Los pronósticos no eran buenos. Virginia pidió que Jamila Nuba la visitara. Al conocer el comprometido estado de salud de la niña, Nuba dejó los preparativos para la boda de su sobrina Amila Samsa que había de casarse con el joven Serek Saim. Consultó a las estrellas e hizo sus mancias, mediante las formas de las nubes o lanzar las tabas. El porvenir de Virginia se desveló a sus ojos como una oscura serpiente.

Nuba abrió entonces una cajita de metal forrada en cuero verde donde guardaba sus pertenencias más valiosas y sacando una bolsita de rubíes que brillaban como el sol de primera hora , se despidió de su marido, hecho a sus escapadas, y se dirigió a la casa de Virginia en Ceuta. Llegó en el momento que ante el portal se detenía un coche tirado por dos lustrosos caballos, bajando un doctor recién llegado de la Península. Salió a recibirlo el padre de la enferma que alcanzó a ver a Nuba y le franqueó la entrada. Nuba aguardó en la sala contigua a la habitación de la pequeña. Por fin, el doctor salió y habló utilizando el morigerado tono de lo que no tiene vuelta de hoja. “Una enfermedad apenas estudiada hasta el momento” “Todo lo más es aplazar el desenlace” Al padre se le escapó un sollozo seguido por el llanto de la esposa. El doctor, sentado ya, prescribía los medicamentos, cerrando a continuación el hueco maletín.

De la hermosa niña que Nuba conoció poco quedaba. La enfermedad se había extendido a lo largo de las vísceras provocando una barriga similar a la de un sapo. La niña se mostró contenta de verla, lamentando que la ocasión no fuera todo lo buena que ella hubiera deseado pues ya quedaba poca luz del día.

-¿Cuánta luz necesita mi niña querida?

-Habré de conformarme con la que hay.

-Veo que te gustan los libros-dijo Nuba refiriéndose a la variedad de ellos que reposaban en el lecho. Virginia lanzó una risa. Le gustaban las aventuras de Nuba. A través de los libros había aprendido a querer y a admirar también a la gran familia de Nuba, los Inb Bark, y sus travesías por el desierto.

-En tanto yo no hago nada. Estoy aquí , echada en la cama, como una boba.

-Todos hacemos algo. Todos tenemos ante nosotros el duro sendero. Llámese el Haij de los musulmanes, el Compostela de los cristianos o el Pésaj ,Shayuot y Sucot de los observantes judíos. Tú eres ya una auténtica peregrina.

A cada instante, la alafa que las unía se hacía más fuerte y se consolaron de los malos pronósticos abrazándose.

Al despedirse de los padres, Nuba les mostró la bolsita de rubíes, asegurando que era lo que gastaría en encontrar remedio para Virginia. Ante la enormidad de lo escuchado, la madre alcanzó a responder con tono quebrado que en ese caso le donaría cinco veces más e, incluso, le daría su propia vida.

Nuba se dirigió a Tánger, a las oficinas del katib eadl Abdallá Abbassi de cuya sabiduría se nutrían los tratantes de libros. Le pidió si pudiera encontrar el nombre del médico que en su tiempo tratara la terrible enfermedad del Pozo Oscuro, pues estaba segura de que en sus estantes lo encontraría. Ante demanda tan singular, el librero pidió tres días de plazo, tras los cuales dijo haber encontrado el nombre de un médico que allá por el siglo IIII de la Éjira trató con éxito la enfermedad en cuestión Así pues conocía su nombre y el libro que escribió pero nada acerca del tratamiento. El tal médico se llamaba Rayab Idali Rekab y escribió el Risalat fi al'Amrad. Nuba necesitaba más y así lo exigió. De halarse el libro en algún lugar, aventuró el librero, él diría que pudiera encontrarse en la Ciudadela de Al-Fassar. Allí ejerció el médico y en la actualidad allí pervivía una importante biblioteca, así que si en algún lugar existía un ejemplar, debía de ser en sus estantes, pero el lugar el lugar estaba demasiado lejos y era demasiado incierto como para llegarse allí basándose sólo en una suposición. Si, a pesar de todo, decidía ir , era mejor que se agregara a la caravana de Suleyman Al-Hadir . Él sabría indicarle.

-¿Dónde lo encontraré?

- En la localidad de Uarzarzate, al otro lado del Atlas, donde se forman las caravanas que llegan hasta Timbuctú.

Nuba se hizo con ropas miserables y con una mulilla con sarna y mataduras varias, flaca por lo mucho que trabajó toda su vida, y echó a caminar hacia Marrakeh. Los bandoleros que se cruzaban con ambas en la soledad de aquel inmenso país las dejaban en paz. Agregada a un grupo de pastores, ascendió por los barrancales del Atlas teniendo a la vista la mole nevada de Yebel Toubkal, cruzando las alturas entre granizos y ventoleras hasta bajar en medio de la nevada hacia Uarzarzate, a tiempo de formar parte de la caravana de Suleyman Al-Hadir, al que encontró en la casbah . Resultó que aquel jefe había oído hablar de ella , de manera que pronto formalizaron el trato. Nuba compró en los tenderetes ropas nuevas que vistió luego de darse un baño en las aguas ferrosas de las cuevas, que pasar de la cuba fría a la caliente fue disfrutar el cielo.

En cuanto a la ciudadela de Al-Fassar, Suleyman afirmó que en la caravana siempre había algún comerciante que , antes de llegar a Timbuctú , se separaba para ir al lugar. Así que él la avisaría en el momento oportuno, mediando un donativo.

-¿Con cuántos camellos tiene previsto comerciar?- le preguntó el codicioso jefe - Puedo encargarme de su mercancía a cambio de un porcentaje.

Le alcanzó a Nuba para comprar cinco camellos. Lo primero que hizo Suleyman fue cargarlos de sal en Hadiqat Bayda. Así que cuando el sol del amanecer alargó las sombras, el Ras Aalqafila dio la voz de salida luego de la ṣalāt al-ṣubḥ, iniciando la marcha la larga hilera de hombres y animales que en ambos sentidos se perdía en el horizonte.

Cada noche Nuba colocaba su tienda en el lugar designado, al lado de la jaima de un joven matrimonio formado por Husseim y Saray. Supo de sus esfuerzos por lograr descendencia. Algunos matrimonios en situación parecida practicaban la estrategia de prestar a sus mujeres mediante un precio convenido, esperando que con ello quedaran en cinta. Hussein tomó la costumbre de alquilar a su esposa. Ella, de carácter delicado, aceptaba sólo lo mejorcito porque no era plato de gusto refocilarse con el primer patán, aunque el asunto fuera ir en busca del ansiado embarazo. Husseín poseía un puñal tunecino que dejaba colgado junto al lecho. En cierta ocasión, el joven despertó en mitad de la noche presa de gran inquietud. Un olor conocido y alarmante penetro en su nariz, percatándose de que no se oía la respiración de su mujer. Extendió la mano hacia ella y la retiró mojada. Se incorporó de un salto porque aquel olor ,aquel tacto, era el de la sangre. Encendió una luz y contempló horrorizado el puñal tunecino clavado en el pecho de su mujer, refulgiendo la empuñadura a la luz que él portaba. Una gran mancha de sangre cubría el lugar de la esposa. Las facciones de ella aparecían muy pálidas, contraídas por el dolor y enmarcadas por los negros cabellos que se derramaban sobre los cojines que formaban la cabecera. Hussein salió de la tienda en demanda de ayuda, y fue entonces cuando Nuba despertó, la cual, al entrar en la jaima, no pudo creer lo sucedido a dos pasos de ella.

En medio de toda clase de comentarios, Suleyman Al-Hadir reunió a sus notables y seguidamente hizo entrar al marido en la jaima donde permanecía el cadáver de la desafortunada.

-Cuenta tu historia y que corra el aceite por la regaifa -le instó el ayudante de Suleyman- Enarbolando el puñal te lanzaste contra la pobrecilla…

-¡Eso es mentira! -replicó el viudo, viéndose ya decapitado. Pese a sus protestas de inocencia nadie lo creyó. Únicamente encontró apoyo en Rámsés ,un comerciante que se las daba de importante y que era de esa clase de hombres que solamente preguntan algo si ya saben la respuesta. Ramsés puso la mano sobre el hombro de Hussein, brindándole todo el apoyo que el viudo pudiera necesitar.

-¡Pero qué apoyo...! -gruño Qadar, el segundo-¿Por qué perder más el tiempo? Que el verdugo se encargue del cornudo.

Suleyman dio orden de sepultar a la joven y de proseguir la marcha, sin tomar de momento otra decisión porque no veía a Husseim capaz de asestar un golpe semejante y , mucho menos, a sangre fría, y a su querida esposa, porque el tipo a pesar de alquilarla , parecía quererla a su forma.

La caravana sorteó despaciosamente los barrancales de Dissalak, región que daba entrada al verdadero Teneré, vastedad donde era necesario trazar el rumbo por medio de la brújula Las montañas negras del Adrar Bous se vislumbraban al fondo de la ondulada llanura. Por el sur, el arenal se alargaba hacia las Montañas del Air. En tanto, al desdichado Hussein la gente de la caravana no le dirigía la palabra. Estableció relación con Nuba, aunque tampoco hablaba mucho con ella. Sentado sobre la estera, con la cabeza apoyada sobre los brazos, ya se veía aferrado por los guardianes que lo llevaban en volandas al patíbulo entre los gritos de ira de los que otrora fueron sus amigos. Hussein no se atrevía a mirar a derecha ni a izquierda. Solamente levantó la cabeza cuando Ramsés se le acercó.

-Casi con toda seguridad, he matado a mi esposa -sollozó el joven.

-¡De modo que lo confiesas! -exclamó Ramsés maravillado por lo estúpido que era.

-Si no ¿dime tú quien ha sido? Por favor, quítame de la cabeza este embrollo -Ramsés se apartó del pusilánime, riéndose por lo bajo a causa de lo bien que se desarrollaban los acontecimientos.

Después de meditarlo, Nuba argumentó ante Soleyman que realmente sólo había una posibilidad y era que Husseim fuera el más perfecto simulador pero, al contrario, transmitía tanto dolor y sinceridad que era como para tomar a cierto cuanto decía.

-Pregúntale. Averigua lo que puedas - la encargó Suleyman.

Nuba le preguntó al viudo si tenía un enemigo capaz de algo así

-Ya se ve que sí -repuso él moviendo pesaroso la cabeza -, pero por más que pienso no doy con él.

-Ese Ramsés parece confiar en tii. ¿Por qué? ¿Qué le contaste para convencerle?

-¡Ni una sola palabra! ¡Ojalá todos fueran como é!

Ya a salas con el jefe Nuba ofreció entregarle al culpable.

-Yo te entregaré al vil matador, a esa sucia rata, a cambio de la toda ayuda que necesitaré para llegar a la ciudadela de Al-Fassar.

A cualquier otra probablemente Suleyman no la hubiera atendido, pero tratándose de aquella mujer aventurera , se mostró de acuerdo y aseguró que nada le complacería más que consiguiera su propósito.

Según dijo Nuba, un grupo debía de regresar a donde se hallaba enterrada la mujer. Suleyman dio la orden.

-Creo que todo marchaba bien entre el joven y su esposa, según ellos habían convenido -dijo Nuba durante el camino-. Sin embargo, alguien deseaba dominar a la hermosa para que esta cumpliera el menor de sus deseos. Al no conseguirlo, el criminal entro en la jaima dispuesto a vengarse. Sin duda se trata de uno de los hombres que pagaron por tenerla sin quedar satisfecho debido al deseo de gozarla él solo. Puede tratarse de un pudiente comerciante, un engreído a quien la edad arrincona, la presa se le escapa y sabe que por la vejez les resultará muy difícil sustituirla. Ese hombre deseaba cualquier cosa que ella apreciara. Tal vez el hijo que el matrimonio buscaba y que el fulano creyera haber engendrado. Luego del crimen se ha escondido entre los demás y puede tratarse de cualquiera de los que nos acompañan, incluso de aquel que se proclame amigo del acusado y que en realidad trame para condenarlo definitivamente.

Desde entonces el jefe de la caravana no quitaba ojo a Ramsés, que iba en el grupo por haberse ofrecido, cosa que ahora lamentaba, y que sentía como se le erizaba el vello.

La mujer de Husseim fue desenterrada y comprobaron que se hallaba embarazada. En la tensión de tales momentos, Nuba se giró hacia el comerciante Ramsés y lo acusó señalándolo con dedo categórico. El fulano se encogió y trató de escapar, siendo atrapado, juzgado y condenado a una sentencian tan dura como inmediata.

Antes de llegar a Timbuctú , término de la ruta, Suleyman le habló de un comerciante llamado Omar . Pese a los bandoleros que merodeaban por el lugar, Omar era de los pocos que se atrevían a alejarse de la caravana, en compañía de su ayudante Abü Jafal , que recibía el singular sobrenombre de Libertador.

Omar montaba habitualmente un corpulento asno, vestía blanco caftán y se cubría la cabeza con un turbante a la manera siria. Cualquiera lo hubiera tomado por lo que en realidad era, un rico comerciante, con ojos como rastrillos para todo lo cómico y voz jocunda que solía acabar en carcajada. Se moría por el oro de Walata , por el polvo de oro de Tivel y por las mujeres hermosas en general. Tenía la intención de llegar al oasis de Al- Fasr y comprar entre otras mercancías libros, libros que en Occidente alcanzaban precios fabulosos, conviniendo en reunirse con los demás en la localidad de Tadjane.

-¿Qué te parece el fulano? - le preguntó a Nuba el jefe de la caravana.

-Jacarandoso -repuso ella.

-¿Jacarándoso? -repitió el jefe extrañado porque en la vida se le hubiera ocurrido la palabreja en relación al andana.

Omar se negó en absoluto a llevarla. Solo al saber de quien se trataba y de que el jefe tenía tanto interés en que consintiera que pudiera tornarse peligroso, dio su brazo a torcer,

Por el camino, una y otro intercambiaron experiencias acerca de sus correrías. Nuba se refirió a la cicatriz que le cruzaba la tetilla izquierda. Él mostró la mano derecha falta de dos dedos.

En remota comarca, el fuerte de Al-Fasr levantaba sus murallas haciendo frente a los vendavales.

La ciudad se enriqueció al paso de las caravanas de opio. Tras la conquista de los musulmanes, cayó en decadencia, siendo utilizada como karavasar de las caravanas. El fuerte poseía doce torres y cuatro puertas, hallándose sus callejas protegidas del sol ya que los aleros se solapaban. Abundaban las casas de tres y cuatro plantas hechas con piedra arenisca y adobe, con fachadas adornadas mediante columnas y celosías que se desmoronaban entre las disputas de los perros callejeros que se disputaban una roída osamenta.

Omar se detuvo ante un portal que en lugar de número llevaba grabado “قيقتك اختر” , “ Elige tu verdad”. Un largo corredor en penumbra ornado con medallones coloridos de azul y encarnado daba acceso a un gran patio techado donde las celosías tamizaban la luz del día. Al fondo de la gran estancia, una bailarina danzaba al son del kanun y del derbake para un grupo de comerciantes. Pasaron por salas donde todo estaba preparado para el disfrute.

A través de larga galería, se llegaba ante un recio portón que guardaba los dominios del librero. En la inmensa estancia, los libros reposaban en plúteos de yeso y madera, encontrándose en presencia de la imponente humanidad de Hisäm al-Waqqasï, jefe de escribas.

-¡Omar, el mayor de los tunantes! - exclamó al verlo-¡Hijo de un cocodrilo y de un avestruz! ¡Me debes doscientos pavos!

Omar lo abrazó, volviéndose hacia Nuba:

-¡Cuidado con él! -la previno-Su padre fue ahorcado por ladrón y él es el mayor de los mentirosos porque se hace pasar por librero sin saber leer ni escribir.

-No lo crea. Mis ventas mejoran a cada minuto. Y dime lo que quieres o dejaré de atenderte porque no puedo perder demasiado tiempo con un cliente de medio pelo como tú.

Omar hizo una petición de veinticuatro Códices. Una vez que los ayudantes los trajeron a su presencia, Omar los revisó uno por uno y sólo al finalizar dio el visto bueno para que iniciaran la copia de los ejemplares. Contábase que huyendo del incendio de la Biblioteca de Alejandría, los al-Waqqasï distribuyeron su biblioteca, dispersándose en el desierto para preservar los valiosos manuscritos. Hisäm acrecentaba su biblioteca con los originales que traía de Oriente. Nutrida por las caravanas y copiada incesantemente por un ejército de escribas, la biblioteca de Hisäm no hacía sino crecer. Este se dirigió a Nuba y ella le habló con el ánimo encogido del Risalat fi al'Amrad del médico Rayab Idali Rekab, por si el ejemplar se encontrara allí. El librero asintió. Los tratamientos y prescripciones del citado doctor eran frecuentemente solicitados.

-Quiero copia exacta. Si advierto un solo error no te pagaré.

Detrás de una estancia venía otra y , a continuación, otra, sucediendo que el mismo propietario de varias casas derribaban los tabiques que las separaban. Debido a esto, se tenía la posibilidad de recorrer la ciudadela sin salir a la calle.

Pasaron por varias tumbas donde la gente apostaba incluso los turbantes, y por dos serrallos encontrándose las dependencias de estos invadidas por la voluptuosidad del opio. Nuba bebió un sorbo del preparado que le ofreció Omar y ambos acabaron por perder la noción del tiempo. Todo parecía lejano, sin importancia y accesible al mismo tiempo.

Abü Jafal recibió las copias manuscritas que su amo y Nuba solicitaron. Al ser copias al detalle, los facsímiles eran aptos incluso para la práctica de la Cábala por parte de los doctos, siempre ávidos de saber, de las universidades de Ghana, Melli y Songay.

Abü Jafal cargó los ejemplares en los camellos y buscó a su jefe y a Nuba en el dédalo de galerías y al dar con ellos los sacó de la estancia y los ató a la cola de los camellos. Tras la caminata nocturna, Abú Jafal les dio de beber agua en abundancia y leche de camella , la cual les aflojó los intestinos, contribuyendo a la purificación, cosa que en opinión de Abú Jafal lograron luego de una semana de caminar nocturno y de tanto trasero de camello que fue hartazgo . Al cabo de la dura experiencia, Nuba comprendió por qué Abú Jafal era llamado Libertador.

En Bakhara, el puerto fluvial de Timbuctú, Nuba vendió mercancías y camellos dándole a Suleyman su porcentaje. Contrató barquero por él recomendado y navegó río abajo, cruzándose con las barcas cargadas de mercancías que iban a Bakhara y sucediéndole en aquellas regiones fluviales incidentes como para completar un tomo igual al que llevaba bajo el braz. A ambos lados del río se formaban grandes lagunas donde siempre había hombres y mujeres que sembraban, salpicando sus cabañas las dilatadas márgenes. Ganados y pastores vadeaban el río con el agua hasta las orejas. Dieron con unos cerdos tan voluminosos como elefantes que corrían con rapidez por el fondo del río, expulsando tanta bosta como para cambiar el color de las aguas. La última noche vararon la barca en el delta del Niger en tanto cruzaban el firmamento estrellas fugaces. Al amanecer, Nuba y el barquero sufrieron un sobresalto pues alrededor de ellos se originó un enorme estruendo. Nuba se dio por arrestada a causa de que la guardia del Sultán siempre andaba exigiendo portazgos aunque estuvieran en pleno arenal, pero se trataba de las voces de miríadas de aves que en animada cháchara sonaban por doquier. Millares de ellas vadeaban las aguas o iniciaban el vuelo y describían círculos batiendo sus largas y delgadas alas y mostrando los colores de su plumaje. Nuba lo consideró un buen presagio. Desde el puerto de Asaba tomó el primer barco de vapor hacia el Norte y al cabo de dos semanas y media de viaje y transbordo llegó al puerto de Ceuta donde entregó el manuscrito por si el médico Rayab Idali Rekab ,que vivió diez siglos antes , aún tenía algo que decir.

La boda de su sobrina Samsa Ibn Bark con el joven Serek Saim resultó excelente durante las dos semanas que duró, en las cuales la música no dejó de sonar. En la tarima, sentada en una silla porque todavía le flaqueaban las piernas, Virginia, vestida a la usanza de los invitados, era la que más reía y más ruido metía, pidiéndole a Nuba que subiera a bailar, cosa que esta hizo con giros y contoneos que resultaron muy aplaudidos según sus merecimientos.

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