Circunstancias que se relatan a continuación, nos han llevado a tener que frecuentar una Notaría de pueblo desde hace ya bastantes meses. El primer contacto fue allá por el mes de abril. Se trataba de legalizar la compraventa de una pequeña vivienda familiar. Se formalizó el oportuno contrato de compraventa y se hizo el depósito de la cantidad correspondiente para la reserva del inmueble. A continuación, se fijó una fecha en la que nos reuniríamos todas las partes en la notaría escogida y, ante el Sr. Notario, procederíamos a firmar los documentos oportunos. La parte vendedora tenía que venir desde otro país, en representación de todos los copropietarios de la vivienda.
Y llegó el día. La Notaría no era muy grande, pero estaba muy bien adornada. Lo que más resaltaba eran pinturas de barcos de guerra y de tipos de banderas bajo las que los barcos surcan los mares. También había un gran cuadro, con figuras geométricas muy raras y leyendas parecidas a formulas matemáticas y letras ordenadas en forma de jeroglíficos. Daban la impresión de representar a alguna logia masónica. No pudimos descubrirlo. También nos dimos cuenta de que la temperatura era bastante fría, lo que contrastaba con la humedad y la calima propias de un lugar de la costa tropical granadina. Había mucho ajetreo. Los empleados no paraban de escribir y llevar documentos al despacho del Sr. Notario.
Después de esperar a que estuviéramos todos presentes, el Sr. Notario nos llamó a su despacho. Se trataba de un señor algo mayor, vestido de forma muy elegante. Por su aspecto, se le veía un hombre tranquilo, bonachón y “muy versado”. Era la viva imagen de lo que yo había pensado siempre que debía ser un Notario. Nos llamó la atención su forma de vestir. Nos invitó amablemente a sentarnos alrededor de su mesa. Se colocó sus gafas, que le permitían mirarnos por encima de las mismas. El primer documento que sacó era, justo, el que impedía que la operación siguiera adelante. El poder que exhibía el representante de la parte vendedora no era un documento original.
Después de estudiar distintas alternativas, se decidió suspender la operación y esperar hasta que la parte vendedora consiguiera una copia original de sus poderes, siempre que los mismos no estuvieran revocados. El Sr. Notario nos explicó, con todo lujo de detalles, que él no podía certificar con su firma dicha operación al no tener evidencias ciertas de que el vendedor tenía la autorización jurídicamente válida del resto de propietarios para actuar en su nombre. Aunque hubo algún enfado,finalmente nos dimos cuenta de que llevaba razón y que actuaba en defensa de nuestros intereses. De los de todos.
Tras varios meses de espera, por fin se podía realizar la operación. Los poderes ya se habían legalizado adecuadamente y los documentos originales habían sido enviados a la Notaría, al objeto de que los mismos se comprobaran y se les diera validez. Pero surgieron varios inconvenientes. Mientras que se esperaba a tener correcta toda la documentación, había cambiado la legislación hipotecaria y ahora se obligaba a unos trámites algo distintos. El más importante era el deber del Sr. Notario de informar a los compradores de todo el detalle de la operación que iban a realizar y de las consecuencias que esto tendría en caso de impago. Asimismo, entre que esta documentación se enviaba a la Notaría y se firmaban las escrituras, debían transcurrir, necesariamente, 10 días, para que el comprador tuviera tiempo de pensar la operación que iba a realizar. Si esto hubiera sido obligatorio en la anterior Ley Hipotecaria, quizás no habría tantos cientos de familiar arruinadas, viviendo de la caridad, cuando se han visto atrapadas por la crisis económica y no han podido hacer frente a las deudas de los préstamos hipotecarios de sus viviendas, de cuyas condiciones no fueron informados adecuadamente en su día.
Lo anterior ha tenido otras dos dificultades añadidas. La primera, derivada de que, en el mes de agosto, media España está de vacaciones y la otra mitad está a medio gas. La segunda, a consecuencia de que el Sr. Notario cesaba en esa notaría a final de mes, por cambio de destino. Justo en el día de su cese, que coincidía con el último día del mes de agosto, era cuando legalmente podíamos firmar la operación. Esto nos llevó a tener que viajar, pese a las dificultades del tráfico, y a tener que esperar pacientemente a que nos tocara el turno en una notaría que ese día estaba especialmente saturada, a consecuencia de las circunstancias explicadas.
Pero, previamente a esto, unos días antes, ya habíamos estado con el Sr. Notario para atender sus explicaciones y responder a una especie de cuestionario, estipulado legalmente, que trataba de verificar que habíamos entendido perfectamente la operación que íbamos a firmar. Ese día estuvimos allí casi toda la mañana. El Sr. Notario, que para firmar algo, tenía por costumbre leer las partes más importantes de todo el documento, antes de recibirnos tuvo que estudiarlo concienzudamente, pues esta nueva Ley lleva en vigor poco tiempo. Mientras esperábamos intentábamos resolver varias de las dudas que teníamos. La temperatura especialmente baja creemos que se debía a que, si no hubiese sido así, el Sr. Notario no habría podido ir con traje, pese a los 40 grados de temperatura y humedad superior al 70%. Sin embargo, sobre el cuadro con signos masónicos, no fuimos capaces de descubrir los enigmas que encerraba.
Y por fin llegó el día. Contando el día previo, estuvimos ante el Sr. Notario atendiendo a sus explicaciones casi cuatro horas. Si a esto le añadimos otras cuatro horas de espera, más las casi cuatro del día que se tuvo que abortar la operación, hemos pasado en la Notaría unas doce horas. Que no está nada mal, en el sentido literal de la palabra. Evidentemente, en notarías que firman de media 90 escrituras por día, es imposible estar todo este tiempo. Aunque, tampoco te enteras mucho de lo que firmas. Pero este tipo de notarías de pueblo son entrañables. Como lo son los señores notarios que velan por las esencias de su profesión. Si ellos están para dar fe y cobran por ello, lo tienen que hacer a conciencia. Sobre todo, mirando por los intereses de los indefensos consumidores que acuden a sus despachos sin saber a lo que van.
Nosotros nos fuimos muy contentos. Algo cansados de tanta espera, pero contentos de saber con certeza en lo que nos metíamos y de las consecuencias que tendría para nuestra economía si se nos ocurría no pagar las correspondientes cuotas mensuales. Tan contentos, que le llevamos un pan ecológico y artesano de regalo al Sr. Notario y a cada uno de sus empleados. Porque, artesanos ya vamos quedando pocos. Y si no nos apoyamos mutuamente unos a otros, acabaremos devorados por la terrible sociedad de consumo en la que nos movemos.
Quién nos iba a decir a nosotros que íbamos a escoger una Notaría con un Sr. Notario de los de toda la vida, y que íbamos a ser casi los últimos en firmar una escritura con él, justo el día que, aunque avanzado en edad, partía para su nuevo destino. Le deseamos suerte en el mismo, que siga siendo fiel a sus principios y que continúe dando luz a los indefensos ciudadanos que requieran de sus servicios. Por nuestra parte, que tenga la completa seguridad el Sr. Notario de que, si se nos ocurre no pagar una cuota de la hipoteca, y esto nos acarrea nefastas consecuencias, no habrá sido por falta de sus advertencias. La culpa será entera nuestra.
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