Decir que el Poder político saca a relucir su infinita reserva de rancia caspa con tufo a naftalina ya no resulta, desgraciadamente, ninguna novedad. Desde los casi recién estrenados coches oficiales y las butacas de clase Business, sin ningún tipo de rubor y amparados por el “eso es lo que hay”, se está procediendo, de forma sistemática, a un brutal allanamiento de morada en todo lo relativo a los avances/conquistas sociales duramente logradas. Para estas acciones, el argumentario de tapas azules muestra las directrices a seguir: escudarse en tres de las argumentaciones más socorridas: “imposición de los mercados”, “tampoco nos gusta a nosotros, pero hay que hacerlo” y “no se puede imaginar como nos ha dejado el patio el anterior inquilino”; política de altura, como pueden comprobar. Claro que, según ellos, despiezar concienzudamente la res publica a mayor beneficio de quien más tiene es, sin duda, lo que más nos conviene a todos. El problema es que somos tan cortitos, damos para tan poquito que apenas si podemos vislumbrar esa casi subida al paraiso social que nos están imponiendo. Seguramente será que somos tan poco aguditos que para eso están ellos, los inteligentes que nos mandan, para hacernos ver lo blanco negro, y todo siempre y exclusivamente por nuestro bien, lógicamente.
La particular subida al Séptimo Cielo neocon es fácil de resumir: menos enseñantes, menos formación a estos enseñantes, menos profesionales de la sanidad, menos calidad asistencial, menos servicios públicos a la comunidad o menos funcionarios para asegurar equidad en la aplicación de normas y leyes es, entre otras lindezas, el caballo de batalla de quienes, cuales abnegados chicos de los recados de los que mandan de verdad, se afanan en hacer aquello que va directamente en contra de los intereses de quienes les votaron y dicen defender. ¿Cómo era eso de que el que paga exige?
El panorama que vivimos, perdón sufrimos, es el de hospitales públicos a la deriva donde operarse o tener cita con un especialista para obtener un tratamiento es toda una lotería, escuelas públicas saturadas donde segregar a alumnos “buenos” de los “malos” es una palpable realidad, funcionarios públicos que deben desdoblarse para realizar su cometido son unas verdades que han dejado de ser secretos a voces para convertirse en algo evidente. Por si fuera poco, este montón de lamentable realidad viene envuelto en un hecho agravante: todas estas actividades públicas tienen su alter ego en lo privado.
Así, a poco que sólo se piense levemente mal nos asalta el nauseabundo olor de la bastarda intención de hacer más ricos a quienes ya son insultantementes ricos con, eso sí, el beneplácito y apoyo, como no puede ser de otra forma, de los chicos de los recados, sus fieles y serviles empleados.
Escuelas privadas, hospitales privados, empresas de seguridad privadas, son algunos de los ejemplos palmarios de lo antes expuesto. ¿Y a pesar de todo esto, qué?
Pues a pesar de todo esto, y paralizados por el miedo impulsado desde los bastidores de la perversa comunicación de la manipulación, apenas si se osa alzar la voz, y menos aún hacer nada por eso de que “podría ser peor”; resultado: cada vez nos hundimos más sin que, y a pesar de que nos repitan las bondades de convertirnos en una suerte de Titanic, todo este tinglado nos vaya a suponer mejora alguna, ni mucho menos.
Los campos están más que definidos. En una parte están ellos, los representantes del omnipotente Poder que, como el legendario caballo de Atila, convierten en yerma tierra todo lo que pisotean…Y en la otra parte están “los otros”.
“Los otros” son los que simplemente intentan decir que esto no puede ser, demostrándolo incansablemente, negro sobre blanco con los pocos medios que tienen.
“Los otros” son los que se ven tildados de todo lo tildable por mirar siempre de frente; primero son antipatriotas, después son subversivos y, finalmente, neoterroristas sociales, cualquier cosa menos ciudadanos que piden lo que de justicia les corresponde.
“Los otros” son los que intentar ser etiquetados y ridiculizados por las sucesivas capas del Poder con “cariñosas” apelaciones tipo perro flautas, yayoflautas, adoctrinadores o hijos de Goebbels; sería para desternillarse si no fuese tan fascistamente insultante.
“Los otros” son quienes osan enfrentarse a “lo que dios manda”.
“Los otros” son los que sienten que el acorralamiento a las libertades ha pasado a ser un estrangulamiento en toda regla.
“Los otros” son los que tienen que soportar, cual nauseabuendo vómito populista, que los sindicatos son un nido de vagos subvencionados... a este paso ya falta poco para que se argumente que lo mejor es un sindicato grande, donde tengan cabida obreros y patronos ¿os suena la vertical sugerencia? ¿Vuelven las camisas negras?
“Los otros” son los que deben soportar argumentaciones vacuas, a la par que peligrosas, como las que afirman, cutremente, que los parados quieren vivir del cuento o que los alimentos que les dona Cruz Roja o Cáritas son convenientemente revendidos. Repugnancia me producen.
“Los otros” son los que entre líneas leen, en los comunicados de los sempiternos ministerios de la Verdad, que los descontentos no son otra cosa que unos peligrosos antisistemas que queman contenedores “helenizando” la Sociedad española.
“Los otros” son los que se asquean de que un ministro mal llamado de Educación desprestigie ese nombre (el de Educación, claro) y afirme que cuantos más alumnos haya en un aula, más sociables se volverán. Está claro, nos toma impunemente por imbéciles.
“Los otros” son los que consideran que la palabra copago en Sanidad es una mentira cuando en realidad se debería hablar de sobrepago porque la Sanidad ya la pagamos entre todos.
“Los otros” son los que, a pesar de las amenazas veladas… y no tan veladas, han decidido que no se puede llegar a menos, salvo si se quiere dejar, cualquier madrugada y para siempre, la dignidad en una desolada cuneta.
“Los otros” son los que luchan para que la Educación no se transforme en la obligada antesala del Inem ni en amorfos y estériles aparcamientos de bancas y pupitres.
“Los otros” son los que no comprenden por qué se amnistía en masa a los defraudadores pero se machaca a los que tienen nómina e hipoteca (en el mejor de los casos, claro) que apenas si pueden llegar a fin de mes y se desahaucia a quienes la Crisis de los poderosos ha terminado ahogando.
“Los otros” son los que se indignan cuando escuchan a políticos -eso que siguen viajando en potentes coches negros con chófer y matrícula institucional- diciendo que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.
“Los otros” son a los que se les revuelve el estómago cuando los gobernantes hablan de perseguir el fraude fiscal mientras coleccionan a corruptos e inmorales en sus filas.
“Los otros” son, en definitiva, quienes creen que, más allá del fin de la historia que nos quieren hacer digerir a base de patadas en el alma, otro modelo de sociedad es posible.
Podría parecer utópico pensar que aquí, Al Sur del Edén, alguien tenga todavía fuerzas para levantar la mano y decir “No”. Por los tiempos que corren podría parecer imposible seguir oyendo una voz crítica, podría parecer hasta ingenuo imaginar sólo un poco de disidencia entre tanto absolutismo y pensamiento uniforme… Y, sin embargo, sólo hace falta asomarse a Twitter, o incluso a Facebook, para rendirse a la evidencia de que algo de mucha envergadura está en marcha y, aunque todavía ese movimiento no es tan importante como nos gustaría, sin duda tiene mucha más amplitud de lo que el Poder jamás desearía.
Ya lo dice mi mañica preferida, cuanto más se intenta cercenar la Libertad y los derechos pensando que el cortijo está más que vallado, más espontáneo y grande es el movimiento para desalambrar. Ejemplos, desde luego, no nos faltan.
Y es que, nos guste o no, lo creamos o no, lo admitamos o no, frente a un sistema que no duda en masacrarnos para favorecer a los de siempre, Nosotros, ya lo sabe, somos “Los Otros”.
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