Los hechos dolorosos que, en mayor o en menor escala estamos sufriendo todos, deberían ayudarnos a abrir los ojos para descubrir verdades “falseadas”. Tras escapar del bullicio y de las prisas podríamos aprovechar para, a solas con nosotros mismos, pensar sobre asuntos olvidados y preguntarnos si seguiremos siendo fieles a ese “individualismo” insolidario y suicida que frena nuestro crecimiento humano. La primera conclusión es que o nos salvamos todos o todos pereceremos. Tengo la impresión de que, a pesar de las cifras diarias de contagiados y de muertos por el coronavirus, no somos suficientemente conscientes de que nos necesitamos los unos a los otros. Esta desgracia nos debería hacer comprender que, incluso en el aislamiento impuesto para evitar los contagios, hemos de estar pendientes de los demás, vivir más unidos y compartir lo poco que tengamos.
En estos momentos no tenemos más remedio que lanzar un mensaje potente y claro a todos los destinatarios: a los mayores y, sobre todo, a los jóvenes. Todos hemos de tomar conciencia de que somos transmisores de los últimos rebrotes en España del coronavirus. Para que estos avisos lleguen a los destinatarios es imprescindible que los repitamos con claridad en los periódicos, en los informativos de las televisiones, en las emisoras de radio y, sobre todo, en los canales que más utilizan los jóvenes y los adolescentes para comunicarse. Existen evidencias de que los botellones -prohibidos durante todo el año antes de la pandemia- y, en general, el "ocio nocturno" aumenta bastante el riesgo de contagios porque no es compatible con el uso de la mascarilla ni con el respeto a las medidas de seguridad cuando el alcohol se apodera de cuerpo y mente. Efectivamente, más que de normas impuestas, el problema y la solución dependen de la responsabilidad personal.