Tristeza y decepción sientes cuando sabes que amigos de ahora y siempre se van marchando, con la soledad que te ofrece la parca, a ese lugar que los creyentes avistamos con la Fe que un día pasado nos otorgó la educación emanada de nuestros padres, los que hoy se van en silencio después de haber dado su vida para el bienestar de otros. Se fueron haciendo hermanos de la vida, de aquellos que un día fueron enemigos para luego comprenderse, buscando el bien común. Quien podía pensar que viviríamos el terror de una guerra sin armas pero manchada de bacterias y virus malignos. De qué manera se podía asimilar que, en el silencio de la madrugada y el sueño del amanecer, podíamos sentir el dolor que insufla saber que, nuestros grandes amigos y otros que no lo fueron tanto, se irían sin ser velados y tristemente solitarios en su último viaje. En estos días de reclusión sin haber cometido ningún delito, es lo que hace pensar si, como seres humanos, pagamos el precio de una existencia marcada por el desprecio, la desidia, la envidia y la lujuria. Hoy y seguramente el martes, será el día que los cristianos celebremos la Resurrección de Jesucristo Nuestro Señor, y es posible que sea el momento de hacer un acto de contrición profundo y pedir perdón por todo aquello que, en su momento, no supimos enfrentar, con el corazón abierto y pidiendo que exista un mañana donde impere la humildad y el respeto al prójimo. Desde esa humanidad mordida por la libertad que nos aprieta para decidir dónde está el bien y donde se esconde el mal, se muere nuestra bondad y pulula sin control el deterioro de la maldad. Solo se muere por fuera, dejando en nuestro interior lo que realmente sobrevive que es, sin duda, lo único que quedará de nosotros. En estos días tristes, tomaron el camino de la gloria amigos a los que veré cuando el cielo nos vuelva a cruzar… Juan, Pepe Mateo, Salvador, aquel hombre que un día me dijo,-hay que caminar, hacer deporte-. Y sí, hice caso a su consejo porque en los últimos tiempos me había abandonado, me había dejado. Hoy él, paso a paso, camina por los entresijos del mas allá, después de haberlo intentado, sin saber que la muerte le seguía a pies juntillas, con el brillo del salitre en la piel, cerca de su mar y muriendo por su amor, ella que, en su penitencia, siempre lo tuvo presente, para que la esperara, que no se fuera sin dedicarle un último “Te amo”, para dejarle ese beso en la frente… es posible que, por temor, no le dijera que sin él “no podría vivir”.
Hoy quiero dejar la política a un lado y desechar la culpabilidad de los que tenían y tienen la responsabilidad de cuidar de sus ciudadanos. Será su conciencia la que les abrume en la soledad de su vida, de saber dónde se equivocaron, en qué lugar dejaron a un lado un misterio que algún día les conminará, heridos de muerte en su podredumbre vital, en ese pasillo oscuro sin salida, en esa morgue virtual donde yacen esos amores perdidos.
A primera hora de la mañana, alguien nos dirá cuántos seres que tenían vida, dejaron de tenerla… y lloraremos y nos estremeceremos. Es el precio de la pasión, de la tristeza, de preguntarnos por qué un virus letal juega con la vida, con nuestra vida, sin obtener una respuesta concreta.
Silvetris dijo: “Lo mejor y lo peor, la luz y la oscuridad, lo correcto y lo incorrecto, la felicidad y la tristeza: todos se unen para formar el milagro que es la vida, y ninguno puede existir sin el otro”.
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