Normas ‘antienchufes’

Tras la última sesión plenaria la Ciudad se comprometió a aprobar una norma que fuera contra el enchufismo. Ayer, tras el Consejo de Gobierno, se le dio formalidad a lo que el lunes era un aviso. Claro, con esta salida, ya hay quien habrá tenido su orgasmo particular después de lanzarse besos para celebrar lo transparente que es en esto del empleo. El resto nos quedamos con cara de tontos. Primero, porque hay que tener tragaderas para quedarse tan pancho vendiendo eso de que el acceso al sector público se hará en base a los principios de mérito, capacidad, transparencia, publicidad... ¿Pues cómo carajo se hacía antes?, ¿en base a qué parámetros, al arrastrarse de rodillas o  al ser más palmero que nadie? Hay asuntos que nunca entenderé.
Ahora sí, dicen, se hará todo conforme a lo que siempre debía haberse hecho. De esta manera se supone que no nos toparemos con sociedades municipales hinchadas de manera vergonzosa porque han servido para alimentar los compromisos del poder con lo que se hace denominar alternativa. En el juego de la política todo el pescado está vendido, hasta el podrido, y la infraestructura que ha crecido a nuestra vera ha arrastrado auténticos atentados contra lo políticamente correcto y lo moral.
Pero bueno, ahora que ya no se puede contratar todos somos buenos y todo se hace cumpliendo las normas y sin reconocer, evidentemente, que antaño se hacía mal. Con dejarlo caer ya está bien. Aunque claro, para el resto ese ‘ya está bien’ no resulta suficiente, como tampoco son suficientes las explicaciones que acostumbran a darse a historias para no dormir que conocemos por flashes verbales. Flashes como el que lanzó Aróstegui en el pasado pleno: ¿cómo que una empresa cobró 100.000 euros de facturas sin consignación?, ¿cómo que nos quedamos tan panchos después de escuchar semejante barbaridad?, ¿cómo el portavoz del Gobierno zanja el asunto con ‘lo sabemos’?, ¿cómo que, sí por esto sí, no acude la oposición a la Fiscalía para que investigue de quién se trata?
Las formas con las que últimamente se adornan algunos mensajes políticos son acojonantemente insultantes. Pero no pasa nada, o nadie quiere que algo pase.