Opinión

El nombre de las cosas

El lenguaje es el principio del hombre; con él podemos comunicarnos de todas maneras, señalar la realidad, objetivar lo que nos sucede, escribir poemas, dar órdenes o expresar emociones.

El lenguaje se convirtió en palabras estructuradas, rígidas, objetivas. Una silla vale para pensar todos los millones de sillas, el “hombre’ somos todos los hombres, con el permiso de la ministra de igualdad que diría: “los hombres y las mujeres poblaron la tierra” seguro que la nombran letra M de la Real Académia de la lengua.

Así creamos el mundo, el pensamiento, el futuro, pasado y presente, la historia, la memoria depositada en las palabras, la escritura.

Hemos dejado de ser Tarzán llamando a los animales o ET pidiendo volver a su casa.

Los filósofos han hablado sobre este asunto: “El lenguaje es la casa del Ser en la que los poetas y los Filósofos son los gobernantes” Heidegger. “De lo que no se puede hablar es mejor guardar silencio”, “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” Wittgenstein. “Hay que reivindicar la metáfora frente al concepto” Nietzsche.

Luego usaron lenguajes formales vacíos de contenido sacándole las tripas y haciendo una autópsia de los significados y sus relaciones. Quién no se acuerda del P implica Q. ( Modus ponens).

Así, la humanidad ha inventado palabras de todo tipo para poseer la metafísica de la totalidad

¿Pero qué pasa con lo que no podemos nombrar? ¿Qué hacemos cuando el concepto, la palabra no nos vale para atrapar lo que sentimos? ¿Cómo nos las arreglamos?

Designar el dolor cuando unos padres pierden a un hijo, explicar un estado de depresión, reflejar en un espejo la ira, el amor, la solidaridad, el vacío o el mismo Dios que inventamos para no ser nihilistas.

Nos faltan diccionarios que recorran el alma, no tenemos herramientas lingüisticas.

El aroma de una flor, un sabor desconocido, un miedo inexplicable, una emoción indescriptible... Siempre decimos: “No hay palabras”.

Puede ser que tengamos que nombrar todo pues necesitamos un GPS para vivir con los demás. La comunicación es eso, una trama de verdades encubiertas que significan un contrato de ciudadanía.

“El Ser se dice de muchas maneras”, decía Aristóteles

Mi amigo Pedro mantiene los matices que tiene la palabra “Amor”. Defiende que fotografiar una palabra es tan ridículo como coger el mar en un cubo. Hay cosas innombrables, nombrarlas es hacerlas añicos, diseñarlas, modificarlas para un museo. No todo se puede entender para dominarlo, para cazarlo, para echar la red llena de palabras a las que le ponemos un significado.

Hay otros dialectos que no usan letras de un vocabulario de sonidos: El sonido del CAÑONAZO, la relación con tu mascota, las lágrinas, las sensaciones. Es lo que dice mi amigo Pedro, esa ridícula manía de poseer una palabra para secuestrar todos sus significados. Cuando decimos que “Una imagen vale más que mil palabras” expresamos lo inefable, lo que no se debe nombrar; si lo hacemos la palabra será una flor marchita que dormirá en las páginas de un libro.

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