Categorías: Opinión

No sólo puedes sino que debes ser persona de fe

Han sido dos días de júbilo; de entusiasmo por la visita de Su Santidad Benedicto XVI a Santiago de Compostela y a Barcelona. Hemos tenido ocasión de vivir, con todo detalle, cada uno de los actos en los que intervino el Papa, gracias a los programas de la TV nacional y autonómica. Era natural la ilusión de mucha gente de no perder detalle alguno y, de alguna forma, se ha podido sentir la fortaleza de la fe del peregrino y la de quienes trabajan por hacer patente esa fe por medio de su labor en la construcción de un templo, en el que son innumerables las manifestaciones de amor cristiano.
Han sido dos días de enseñanza, de muestra a seguir en la vida de todo cristiano y, por supuesto, en la de cualquier persona que sea capaz de sentir en su alma la hermosa llamada de la verdad de la vida; hermosa porque en ella tiene sus más profundas raíces la caridad,
Han sido dos días llenos de acciones ejemplares, tanto en detalles muy pequeños y que fácilmente podrían pasar inadvertidos, como en aquellos otros en los que se ponían de manifiesto el gran amor y delicadeza de los oficiantes de la Santa Misa; de todos ellos, desde el Santo Padre hasta los acólitos.
Han sido dos días importantes, de esos que dejan huella honda en el alma y en el sentir todo de cualquier persona con sensibilidad. Son hechos - los de esos días - que no son pasajeros sino que acompañarán toda la vida, tanto la de los más jóvenes como la de aquellos que ya hayan vivido muchos años; son hechos que no se olvidarán y de los que hay que sacar jugo en cada instante a vivir, para aplicarlo en todas y cada una de esas acciones que hayan de realizarse.
Han sido dos días creadores de responsabilidad, de esa responsabilidad que no es motivo de queja o de pesar sino de alegría por poder hacer realidad la fe recibida; es la fe manifestada con obras, la que toma vida de la Vida del Amor.
Se nos ha recordado ahora el mensaje a Europa que, desde Santiago de Compostela, hizo público Juan Pablo II.
Allí, en la Catedral, frente a la tumba del Apóstol Santiago, está esculpida esa frase que no se debe olvidar nunca . “Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo.... Te miran y esperan de ti la misma respuesta que Santiago dio a Cristo. Yo puedo”
Esto mismo es lo que ahora se nos vuelve a recordar, que cada cristiano tiene la obligación de ser luz de vida del alma para todo el mundo y que no sólo puede sino que se debe hacer realidad por medio de nuestro trabajo personal, por nuestra dedicación a ser nobles y justos, por el amor a la vida, por la atención permanente al necesitado, por dar lo mejor del alma a todo el mundo sin pedir nada a cambio. Servir con amor.
Es cierto que se suele ser más débil de lo que uno quisiera, pero a pesar de ello, a pesar de tantas debilidades y dificultades como existen, hay que tratar de que nuestra fe se traduzca en obras, aunque no lleguen a tener la grandiosidad y belleza de la Basílica de la Sagrada Familia, en Barcelona.
Bueno, todo es cuestión de empezar.

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