Nos conocimos en sexto curso de Bachillerato en el único Instituto de la época. Lorenzo acababa de llegar a Ceuta con su familia tras el éxodo forzado de su padre de Tetuán con el final del Protectorado, dada su condición de funcionario. Repatriado en principio a Murcia, un año después era trasladado a Ceuta, donde su progenitor, víctima de una repentina y grave enfermedad, fallecía a los pocos meses, dejando viuda y cuatro hijos, dos de ellos de corta edad. Es fácil imaginar el trauma al que debía de enfrentarse Lorenzo, máxime en una ciudad desconocida, como sus propios nuevos compañeros de curso. Ubicado en el pupitre de mi izquierda y percatados de que podría estar atravesando un difícil momento, no dudamos mi amigo Miguel y yo en abrirle los brazos de par en par, surgiendo así una entrañable y fraternal amistad que ha sobrevivido al paso de los años. Ya por aquellos tiempos estudiantiles, Lorenzo me confesaba la sana envidia que le producía observar en cuantos componíamos la pandilla juvenil, lo orgullosos que nos sentíamos de nuestra primitiva identidad portuguesa. Un hecho trascendental, hoy lamentablemente minusvalorado y casi escondido, pese a que significó el inicio de la globalización, permitiendo la incorporación de Ceuta a la civilización y al mundo occidental, sin el que hoy ni estaríamos aquí y ni por asomo seríamos una prolongación de Europa en el continente africano. -¿Y cuáles sin mis raíces? -me decía y se sigue preguntando todavía mi amigo-. El Tetuán en el que nací y viví casi los tres primeros lustros de mi vida, una vez desaparecida su identidad española, es ya para mí algo así como un espectro. De ahí aquella envidia mía hacia vosotros, sentimiento que aún permanece en mí, especialmente al no acertar a comprender cuanto estoy viendo hoy en día. Claro que por aquellos tiempos de nuestro Bachillerato en el viejo Instituto del Llano de las Damas, además de tener que superar un excelente y duro plan de estudios por su exigencia científica y académica, el centro contaba con una de las mejores plantillas del profesorado de su historia. Unos docentes plenamente identificados con la ciudad y que en tantos casos supieron acercarnos a conocer y amar nuestro legado portugués. Les hablo muy especialmente de los inolvidables, y ya fallecidos, Manuel Gordillo, Carlos Posac o el mismo José Fradejas desde su cátedra de Literatura. Publicaciones, visitas, conferencias, apuntes o simples lecciones ocasionales supieron marcar en nosotros una inquietud imborrable de esa huella histórica. La misma que, ahora, por incapacidad, cobardía o por puros y deplorables intereses electoralistas, sea por acción o por omisión, algunos persisten en difuminar o ignorar de un plumazo, pese a que, de continuo, nos salgan al encuentro tantos presentes lusos como el escudo y la bandera de la Ciudad, el Pendón, el Aleo, la propia imagen de la Virgen de África, la de la Portuguesiña, las Murallas Reales con el foso que las circunda, los olvidados fosos de San Felipe y el seco de la Almina, que ahora se quiere recuperar, el Castillo de San Amaro; calles con apellidos lusos, un Instituto de Bachillerato, el ‘Luís de Camoens’… A Lorenzo y a mí, como a tantos otros ceutíes, no se nos ha olvidado el lamentable silencio institucional por el que discurrió el 600º aniversario de la llegada de los portugueses, al obviarse por completo cualquier conmemoración oficial pese a lo que significó tal acontecimiento para la ciudad. Tan sólo el Instituto de Estudios Ceutíes supo estar en su sitio blandiendo la bandera del Centenario con todo el rigor, el despliegue y la excelencia propios de un hecho de tan singular relieve, con la organización de un Congreso Internacional al respecto, y vaya por delante que ello no es corporativismo por mi parte. Y ahora, a vueltas de nuevo con el Día de Ceuta. Después de veinte años, hay quienes insisten, cada vez con más firmeza, en el cambio de la fecha del 2 de Septiembre, instaurada en honor del día en el que, en 1415, Pedro de Meneses se puso al frente del primer gobierno de Ceuta en su nueva época histórica. ¿Qué dirían las distintas CC AA, de consumarse, como me temo, que podría suceder con tan insólito proceder, algo impensable para una cualquiera de ellas sin excepción? ¿Otro duro varapalo para nuestro pasado portugués? Y así se escribe la historia. ¡Ay, mi pobre y olvidado Pedro de Meneses! Ahí sigue su estatua sentada en una fuente de la Marina sin la menor alusión ilustrativa sobre su nombre y su figura, a diferencia de tantas otras que pueblan esa zona centro de la bahía norte. Y que conste que ya tenía un azulejo en su anterior emplazamiento en el que rezaba: “Don Pedro de Meneses, alférez del infante D. Duarte, conde de Vila Real y de Viana do Antojo, gobernador de Ceuta 1415 – 1437”. ¿Hasta cuándo ese silencio? Y termino. Permíteme, querido y admirado Paco Olivencia, plagiándote y suscribiendo plenamente, al respecto de cuanto escribo hoy, el último párrafo de tu artículo del pasado domingo: “¿También tendríamos que repudiar y borrar de nuestra memoria todos estos inequívocos símbolos de uno de los más significativos, trascendentes y, a la vez, bello capítulo de la historia de Ceuta? No quisiera ni pensarlo, pero…”
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