Por triste que parezca, hay historias que nadie tiene quien las cuente. “Vivimos muy cerca de los dramas que nos resultan lejanos y desconocidos. Mi familia es de Conil y jamás he visto llegar una patera”. Así se presenta María Iglesias (Sevilla, 1976), quien se lanzó a escribir El granado de Lesbos (Galaxia Gutemberg) en una situación valle de su propia vida: la crisis del periodismo y su maternidad la obligaron a reinventarse.
Como en todas las presentaciones que implican mirarse en el espejo y comprobar que el rey está desnudo, allí solo estaban los suyos y la prensa. Peor para quien no fue. Porque se perdieron la oportunidad de conocer a una joven madre que no paraba de sonreír, y que viene a ser la imagen de la prudencia y la templanza. A ratos, también, de la ingenuidad. Vive entre la realidad y la esperanza. “El granado de Lesbos se escribe entre la frivolidad y la vehemencia”, se justifica quien llegó a Ceuta con la caravana 'Abriendo Fronteras' y que lo primero que hizo, nada más llegar, fue visitar la barriada de El Príncipe.
Paloma Fernández Coleto, la presentadora, se encargaba de darle forma a la introducción del libro. “No es un ensayo sino una realidad en forma de novela”. Y tenía razón. Cuando se leen distintos fragmentos del libro, rápidamente se comprueba que la prosa de Iglesias es directa, sincera, despejada de artificios. Narra lo que ve sin pretensiones. Parece curioso que alguien que conoce el intenso significado del afrancesado verbo epatar, no sea capaz de considerarse a sí misma una activista después de haber conocido el drama del Mediterráneo en sus propias entrañas. Pero no evita se reconoce impregnada por el efecto Lesbos: “sinergia positiva entre personas no activistas que se conectan mediante el reflejo del horror en las miradas de la gente”.
Sin embargo, no puede evitarlo. El relato de Iglesias es el de una mártir entre ateos que ignoran una de las más dramáticas situaciones del mundo: que las personas mueren a causa de la propia crueldad del ser humano. “Estamos conminados a mejorar el sistema”, se reafirma. No tiene empacho en poner cada cosa en su sitio: “creo en la política y en el sistema de partidos de la democracia parlamentaria”, dice quien podría apuntarse al carro del adanismo. A pesar de ello, no se resiste a la ilusión. “Qué vidas más indignas íbamos a vivir siendo cómplices de esta masacre”. Quizá ésta haya sido su mejor razón para escribir este libro.
El granado de Lesbos es un tratado de memoria histórica actual contra la hipocresía de un mundo que hace ojos ciegos a la verdad. “Por nuestros hijos, por los hijos de ellos”. Como un Santo Tomás que necesita meter los dedos en las llagas de la pasión del mundo, Iglesias reconoce haber tenido que ir al Egeo para descubrir el drama migratorio. “Fue como un sartenazo en mi cabeza”. Allí vivió en primera persona la acción humanitaria de oenegés y órdenes religiosas –las cita por igual-, de las que también extrajo una lección. Como una agregada de la obra, no reniega al todos y en todo. “Cada uno en su ámbito. Hay mucho espacio para la acción”.
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