Es un antiguo consejo contenido en la Epístola de Santiago y que, a través de todos los tiempos, se ha ido haciendo más firme y necesario, como norma de conducta, en la vida de relación humana, cualquiera que fuera el nivel de la cuestión que se tratara.
Echar la culpa a los demás, incluso a aquellos a los que se aprecia, parece que es el sistema primario para eludir cualquier responsabilidad. ¿Cuesta tanto mantener la fortaleza de la verdad, aunque sea en pequeñas cosas?
Somos frágiles y cualquier pasión nos arrastra, como las hojas secas son juguetes para el viento, aunque éste sea escaso. No se trata de un vendaval sino de una ligera brisa la que mueve las hojas caídas de las ramas de los árboles; como lo hacen en el sentir humano unas ligeras corrientes de opinión que llegan y que pasan, pero que dejan en el ánimo la sombra de la duda.
De ello, de lo más reciente, se habla durante un tiempo y se señala a los protagonistas de lo que nos ha causado alguna perturbación en el ánimo; no lo podemos asegurar pero se da por cierto que de ahí nos llegan los males - mayores o menores - que nos agobian. ¿Por qué ese afán negativo, esa disposición a murmurar de unos u otros, a deshacer lo que dicen o pretenden hacer?.
Tal vez sea que nos falta capacidad de acción positiva - la necesaria para ordenar bien las cosas - o incluso la capacidad de entender bien lo que se nos propone y lo que sucede en el mundo, que cada día es más pequeño, menos ajeno a lo que toda persona, cualquiera que sea su condición, debe conocer con exactitud y dar la respuesta adecuada para el bien de todos.
A pesar de las graves dificultades que se están sufriendo, no se hace frente común para intentar solucionar todo cuanto sea posible, sino que se dedica el mayor esfuerzo a desprestigiar a otros, bien sea a través de los medios de difusión o por la actitud personal.
A veces hasta con ingenio que sería muy deseable fuera aplicado a la unión de esfuerzos, tanto porque son posibles como necesarios.
Parece que no acaba de entenderse lo delicada y peligrosa que es la situación mundial y que es imprescindible la aportación universal para llegar a encontrar la solución eficaz; la que todos necesitamos para que la vida no sea una tragedia sino una gran posibilidad creadora de hacer el bien y llevarlo a todas partes.
Ahora mismo se acaba de producir un cambio importante en la constitución del Cámaras legislativas de los Estados Unidos de Norteamérica. Es una llamada de atención, muy seria, proporcionada por el sentido político del pueblo de ese gran e importante país.
Es la forma adecuada para actuar inteligentemente y no la de envolverse en murmuraciones de unos y otros que conducen a la confusión, a la enemistad y a la pérdida de capacidad de acción.
A poco que se reflexione, tanto sobre lo más próximo como en lo lejano, la conclusión no es otra que trabajar, seria y conscientemente, por el bienestar general, la de unir los esfuerzos con ilusión y alejar esas murmuraciones que no conducen a nada bueno.
En esa Epístola de Santiago, antes citada, se nos pregunta, a todos, ¿quién eres para juzgar a tu prójimo? No es mala cosa pensar en ello; seguro que no hace daño.
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