Tenía previsto escribir este espejo de hoy sobre una cuestión relacionada con la actualidad política de Ceuta, pero desde que se produjo el fatal accidente que les ha costado la vida a los pequeños Ilias y Naira, soy incapaz de dejar de pensar en el dolor de sus padres. Un dolor tan desgarrador y profundo que me es imposible describir, un dolor palpable y que ha dejado, a toda la sociedad caballa, profundamente conmocionada. Tampoco hay palabras con las que se les pueda consolar, o al menos a mi no se me ocurrieron.
La muerte de un ser querido siempre es algo doloroso, y, personalmente, creo que nunca se supera; es cierto que aprendemos a vivir con ello, pero no se supera; a veces un simple gesto de alguien, una palabra, una comida, un olor o una prenda de vestir nos recuerda a la persona que ya no está, entre otras cosas, porque es inevitable echar de menos a aquellos que nos aportaron tanto y que influyeron y marcaron nuestras vidas. La muerte de nuestros seres queridos nos sacude, arranca una parte de nuestro ser, nos hace ver que, en la vida, a veces, damos importancia a cosas realmente absurdas o que realmente, no se merecen tanta importancia. En realidad, hasta que no se pierde a alguien verdaderamente querido, por mucho que se empatice, no se conoce la crudeza de ese indescriptible sufrimiento. Tal vez por ello, y teniendo en cuenta que es ley de vida, lo mejor que podemos hacer es intentar disfrutar y estar con los que nos quieren y con los que queremos, porque nunca se sabe cuántas veces más podremos hacerlo.
Dicen que la muerte de un hijo es muy dolorosa, de hecho, personas que los han perdido, así me lo han expresado en algunas ocasiones; me hablan de cómo quedan marcadas para siempre por ese fatal hecho y de lo difícil que les resulta tirar para delante, entre otras cosas, porque uno nunca cree que sus hijos se irán antes.
La muerte de dos, es una auténtica tragedia; a poco que cualquier persona se ponga en el lugar y en la situación de Nadia y de Abdelkader, se nos pone la piel de gallina y la angustia recorre nuestro cuerpo y alma, y desgraciadamente, lo único que podemos hacer es acompañarles en sus sentimientos y darles nuestro total e incondicional apoyo, además de esperar, que el tiempo y Dios les ayuden a sobrellevar estos tristes momentos.