Desde la exitosa irrupción de Celda 211 no lograba una película española acaparar toda mi atención, y da la casualidad de que se vuelve a tratar de un thriller, lo cual no es poco, porque si el género suele dar con cuentagotas destellos de interés (en comparación con el número de producciones al año de factura industrial e idéntico rostro), especialmente tortuoso ha resultado el camino de la acción con suspense y credibilidad en el pasado del cine patrio.
José Coronado se convierte durante más de hora y media con convencimiento y grandes resultados en un grotesco tipejo con placa de policía y al margen de la ley (al parecer “porque el mundo le hizo así”) que responde al demasiado literario nombre de Santos Trinidad, y su deambular etílico y noctámbulo por las calles de Madrid le hace verse envuelto en un feo asunto con víctimas de por medio. El actor hace un uso exquisito de los silencios que otorgan y luce desde la sombra de un papel complejo y descarnadamente apartado de toda civilización. Un inteligente guión, que permite el lucimiento del atinado protagonista sin consentir que el personaje acapare toda la atención a base de información astutamente dosificada y la repulsión que el antihéroe de la historia provoca, da categoría a la obra en su conjunto y para gloria de Enrique Urbizu, que proclama sin estridencia pero de manera contundente una estupenda madurez fílmica a través del campo en el que siempre se ha sentido más desenvuelto.
La trama entreteje las peripecias de este mal bicho que se ampara en su placa de inspector de policía con las de compañeros que investigan asuntos judiciales aparentemente distintos y que irán dando un lento giro hacia la sorpresa del espectador ante lo que se nos va destapando cuando llega el momento, amparándose la narración en un ritmo que te atrapa y no te suelta.
Además, siento tener que aplaudir la verosimilitud de un reparto equilibrado y sereno, con interpretaciones impregnadas de humanidad. Y digo que siento aplaudir porque desafortunadamente una de las dificultades en el cine autóctono es la “poca profundidad de banquillo”, si me permiten el símil deportivo en lo que respecta a los actores secundarios, especialmente cuando hacen de agentes de la ley; no sé qué tendrá el uniforme del Cuerpo Nacional de Policía que cuando actor o actriz se lo enfunda en España, suele ser para provocar la sonrisa de quien desde la butaca acaba sin creerse nada de lo que dice o hace. No es el caso de esta destacable propuesta que nos atañe y por ello nos alegramos especialmente.
Oscuridad tanto en el sentido más literal como el más humano de la palabra, detalles minuciosamente cuidados y final que no pasa desapercibido (para bien y para mal, según gustos) son las muletas en las que se apoya esta película que no deberían perderse para evitar cojeras (o al menos evitar que se detecten). Un oasis de negrura en pleno desierto de heroísmos bobalicones: una gozada.
Puntuación: 8
corleonne76@yahoo.es
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