Esta insensata política migratoria ha desencadenado una serie de falacias que los proinmigracionistas y los multiculturalistas han aprovechado para ponerlas en circulación y los ciudadanos se las han tragado con una ingenuidad que asusta, sin siquiera detenerse a echarles un vistazo.
Esta necia, imprudente y alocada política inmigratoria ha traído consigo unas leyes liberticidas (o endurecimiento de las que ya había), que son un ataque en toda regla a la libertad de expresión. Leyes que conminan al ciudadano a cogérsela con papel de fumar si intenta evacuar una opinión en nada políticamente correcta sobre estas invasiones de africanos sobre nuestras dos ciudades. Ha de andarse con mucho ojo si no quiere acabar sentado en el duro banquillo de los acusados cual peligroso delincuente. A estas alturas habrá que dar por muerta, lamentablemente, la libertad de expresión y de opinión.
Asimismo, se ha hecho creer que los guardias civiles y demás integrantes de los Cuerpos y Fuerzas de la Seguridad del Estado están ahí en la frontera y en el perímetro para facilitarles el paso a los asaltantes en vez de impedírselo. O para que les rompan la cara. Y que, invocando los derechos humanos, en modo alguno han de utilizarse los medios antidisturbios contra los asaltantes violentos, armados de palos, navajas y botellas, medios antidisturbios que sí se emplearon sin pudor y con toda la dureza posible en el Gamonal burgalés, en disolver las manifestaciones de los antisistemas en la Puerta del Sol, contra los pescadores gallegos en Vigo, o contra los manifestantes de la Gran Vía barcelonesa que se solidarizaron con los del Gamonal en Burgos. ¿Qué tienen a su favor los inmigrantes violentos que asaltan nuestras fronteras que no tengan los ciudadanos españoles? ¿Es que esos míticos derechos humanos no nos alcanzan a los españoles, tan sólo a los inmigrantes legales e ilegales? ¿Por qué somos considerados ciudadanos de segunda o de tercera respecto de los inmigrantes ilegales? ¿Dónde estaban ACNUR, Caminando Fronteras o Prodein o el arzobispo de Tánger cuando estaban moliendo a palos a los españoles del Gamonal, a los pescadores gallegos o a los catalanes de la Gran Vía barcelonesa? Sí estaban, pero callados como putas babilónicas. Total, tan sólo son españoles a los que estaban majando a palos, ¿verdad? Esas ONG no quieren darse cuenta de que con su actitud a favor de los asaltantes violentos y en contra de la defensa de las fronteras y de la legalidad vigente alientan las avalanchas en nombre de esa nueva religión llamada derechos humanos, pero tan sólo para los inmigrantes. Han generado un claro “efecto llamada”. Esas ONG nos engañan con la peregrina idea de que “rompiendo fronteras” el mundo será mejor, pero, por el contrario, estas invasiones nos conducen directamente al abismo, empujados por el capitalismo salvaje y financiero internacional al amparo de los grandes poderes sionistas y masónicos.
Mientras la casta política parasitaria siga sufragando estas invasiones a golpe de ayudas sociales no habrá manera de detener estas avalanchas. ¿Cómo es posible que vengan a un país de seis millones de parados o más? Pues porque aquí los inmigrantes viven a cuerpo de rey sin dar un palo al agua. Casa gratis, dinero de bolsillo gratis, comida gratis, vestimenta gratis, teléfonos móviles gratis, y aquí me las den todas. Mientras se les siga acogiendo y favoreciendo con todos los servicios sociales, seguirán llegando. ¿Por qué tenemos la obligación de acoger a toda la miseria del mundo?
Pero es tan proverbial el grado de atontamiento, necedad y estulticia del ciudadano, que calla sin pudor ante el asalto a su propia ciudad y a su propio país de masas de africanos violentos dispuestos a hacerse con la mejor parte del pastel sin haber hecho ningún mérito para ello. Los ciudadanos no se sienten concernidos por estas invasiones debido a que la casta política parasitaria, la izquierda política y sindical, las ONG, la prensa silente y vendida, la iglesia y sus obispos y los tontos útiles colaboradores necesarios, los han manipulado de tal manera que han hecho posible que los ciudadanos se sientan cohibidos de manifestar en público su rechazo a estas invasiones. Al grado de indiferencia de los ciudadanos ceutíes se une una desinformación proverbial de lo que sucede en su ciudad. Y en caso de estar informados, les importa un bledo. Así el domingo día 23 de febrero pasado, este diario publicó una entrevista con un integrante de los Grupos Rurales de Seguridad (GRS) que por su gravedad reproduzco íntegramente: “(…) A uno de ellos al cachearlo nos encontramos una fotografía en un bolsillo en la que aparecía con dos cabezas degolladas, una en cada mano, con un cuchillo colgado en la espalda, un machete”. ¿Cuántos como este individuo y de otro jaez se nos habrán colado por las fronteras? Pero, ¿a quién le importa, verdad? No he oído decir nada a este respecto al arzobispo de Tánger y demás proinmigracionistas.
Asimismo se ha llegado a decir que los asaltos a la frontera y al perímetro son cuestión de orden público y por eso no se debe enviar el Ejército a defender las fronteras. ¿Y qué cojones hace el Ejército en Afganistán y en Líbano? Es tal la desvergüenza e hipocresía a la que se ha llegado para justificar estas avalanchas y para no blindar las fronteras, que prefieren pasar por necios e insensatos antes de defender las fronteras como es debido. No es un problema de orden público, como en el Gamonal, estúpidos, es un problema de seguridad nacional.
La justificación primaria de un Estado, entre otras, ha de ser la defensa del territorio y de las fronteras que lo definen como una unidad soberana. Las fronteras son inviolables y deben ser respetadas y las amparan la legalidad internacional. El Estado ha de garantizar la protección de la vida, así como los bienes de sus administrados, el mantenimiento de un sistema jurídico basado en la idiosincrasia y costumbres de los ciudadanos, usando para ello, si es preciso, el monopolio de la violencia justa y la defensa del territorio, de la vida y bienes de sus administrados. Al menos, eso dicen, ¿recuerdan?
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