La actividad política en nuestra Ciudad está completamente desnaturalizada. Probablemente también sea así en el resto del país. El persistente vaciado ideológico, las malformaciones congénitas de nuestro remedo de democracia y la consentida ausencia de ética en las conductas públicas; han llevado a concebir la política como un medio de vida, o como una forma de obtener réditos individuales. Del concepto primigenio, sustentado en el debate de ideas como inspirador del esfuerzo generoso y colectivo para modelar una sociedad mejor, no queda ni rastro. Todo es sórdido. Ruin y mezquino. La inmensa mayoría de quienes se acercan a la política lo hacen persiguiendo un interés propio. De este modo, lo que debería ser una confrontación ideológica fértil y gratificante, se transforma en una vulgar batalla de conquistas personales, librada en los aledaños del poder.
El escenario no puede ser más desolador. Los partidos políticos anteponen la lucha por el poder a cualquier otra consideración ética o ideológica. Los ciudadanos interpretan el voto en clave mercantilista pensando no en lo que pueda reportar al conjunto de la sociedad, sino en lo que pueden obtener de él. Los medios de comunicación, carentes de principios y de una línea editorial definida en sintonía con el interés general, son aparatos de propaganda subastados al mejor postor.
En medio de esta maquiavélica maraña de intereses cambiantes, Caballas intenta consolidar un proyecto político ahormado por la forma más noble de entender la política. Caballas sólo dispone de ideas, palabras y voluntades. No tiene poder. No tiene dinero. No tiene medios de comunicación. No tenemos bando, porque no podemos albergar expectativas de ocupar el Gobierno de la Nación. Luchamos contra todos y contra todo. Hemos asumido además el reto (acaso utópico) de intentar destruir los prejuicios raciales que obstruyen el futuro de nuestra ciudad. Algunas noches de luna clara se ve la tenue figura del quijote cabalgar sigilosamente entre La Mujer Muerta y el Monte Hacho.
En estas circunstancias, no es extraño que Caballas se haya convertido en el centro de todas las iras. Es un cuerpo extraño. Romper moldes nunca es aplaudido, porque la sociedad es acomodaticia y conservadora por naturaleza; y todo aquello que implique quebrantar el orden establecido se percibe como hostil.
Creer en la interculturalidad no sale gratis en esta ciudad. Se cuentan por miles los ceutíes refractarios a esta idea en sus diversos matices e intensidades. Oímos constantemente la falacia “Caballas solo defiende los intereses de los moros”. No importa que los hechos objetivos demuestren la falsedad de tal afirmación, se acuña como sentencia de la “sabiduría popular” y se propala malintencionadamente. Caballas defiende los intereses de todos los ceutíes, sin excepción, desde la perspectiva de una sociedad intercultural y solidaria, pero esta idea supone extinción de privilegios y eso es peligroso para quienes disfrutan de ellos.
Tampoco estamos exentos de críticas, muy duras, de los que piensan que la forma de superar la marginación que sufre el colectivo musulmán es su aglutinación en torno a un partido político propio sostenido por el factor identitario. Nunca soldó una fractura abundando en ella. Se cura uniendo, y sujetando con paciencia.
No es fácil en este tiempo y en este lugar militar en Caballas. No es un partido para débiles. Es un combate amargo, ingrato y a contracorriente. Pero también tiene esa dosis de romanticismo que ha caracterizado todas las grandes hazañas de la humanidad. Esa es la fuerza de Caballas. La lucha apasionada por una idea hermosa. Y contra ello, nada pueden los hombres de corazón diminuto, armados con sus miserias y babeando su venenosa bilis.
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