No puede ser justo pagar menos salario por el mismo trabajo cuando la carestía de vida aumenta. Ahora bien, hay que ser conscientes que son medidas de urgencia para evitar tener que ser rescatados. Sabiendo que un tercio de todo lo que recauda el Estado español va a pagar las nóminas de los empleados públicos, no es una locura pensar que hay que reducir esa partida de modo urgente.
España se encuentra bajo el punto de mira de los mercados y a los pies de los especuladores, si el Estado tiene que pedir dinero prestado, porque lo que ingresa no es suficiente, los usureros estarán encantados de prestarle el dinero, eso si, a un interés muy alto, lo que acaba destrozando nuestra exigua capacidad de financiación. Por eso, los populares no han aprobado una cabronada, han hecho lo que cualquier estadista hubiese hecho, aunque a nadie le guste.
La cuestión no es tanto la adopción de medidas extraordinarias como el sablazo a los funcionarios, que además tendrá efectos negativos a corto plazo, ni la subida de tasas e impuestos cuyos nocivos efectos han sido demostrados a lo largo y ancho del planeta; sino la adopción de medidas definitivas que permitan un balance contable saneado y una liquidez hoy día inexistente.
Todo apunta a que el Estado deberá reducir su estructura: desde servicios prestados, a formas de prestarlos; el número de empleados públicos, su distribución y su forma de acceso; las formas de dirigir democráticamente a la comunidad, y por supuesto, las formas de recaudar.
Pero no todo son las cuentas del Estado, y lo que ahora se piensa injusto puede que valga para madurar con celeridad el desarrollo empresarial y la iniciativa privada, porque no creo que esta pueda moverse mucho más en un país con un coste en seguros sociales del 30% del salario, un IVA del 21%, y unos impuestos a los beneficios que siempre supera el 20%, constituyendo con esta terna la crónica de una muerte anunciada. Tampoco hay que dejar de lado el estímulo al consumo, algo que se antoja ilusorio con una tasa de paro cercana a la revuelta social, unos menguantes ingresos, y la subida de impuestos. Y si todo esto acaba muerto por asfixia por cubrir los gastos del Estado ¿De dónde vivirá ahora el Estado?
Es fácil y sano para la democracia echarse a la calle para rechazar unos ajustes odiosos pero forzosos.
Aunque no debemos olvidar que hace tiempo que Grecia fue rescatada y obligada a realizar una serie de subidas de impuestos, recortes sociales y recortes en la función pública muy similares a los que estamos viviendo en España y que estos recortes en el país heleno fueron contestados por manifestaciones violentas, que bajo el amparo de una justa razón, acabaron en batallas campales, cuyo único fruto fue aumentar el gasto en reparación de mobiliario urbano.
Por supuesto que en política hay narcisos, sátrapas, rateros, incompetentes, mentirosos y demás aulario de todos y cada uno de los defectos humanos. Hay que recordar que nuestros votos los han puesto ahí. Jorge Uriel Gomez
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