“Ya tengo una edad en la que callarse/callarme no es una opción. Y por eso escribo”.
Ana Dueñas. Periodista
(1974-2023)
Me entero demasiado tarde de que Ana Dueñas ha muerto. Su pérdida me quiebra. La busco en sus mensajes. “Eres un encanto”, me escribió desde un hospital de Sevilla en una frase muy suya, pensando en mí incluso cuando más debía centrarse en ella. Ana anteponía a los amigos a sí misma. Lo hizo cuando estaba enferma, pero también antes. La conocí cuando trabajé en 2010 en El Faro de Ceuta. Yo era de los últimos en salir. Teníamos que escribir tres páginas diarias más una doble para el finde. Iba de culo. Cuando amenazaba el cierre y casi no quedaba nadie en la redacción, Ana se las apañaba para leer lo que yo había escrito y detectar errores. Sabía que me iría a casa más tranquilo. Creo que le divertía la lucha de todas las noches entre mis limitaciones más que obvias y mis ambiciones más que desbordadas en busca del texto perfecto. Compartíamos amor por el periodismo. El trabajo era precario; las horas, infinitas. Tirábamos de pasión. Charlábamos de todo y de nada, pero al echar la mirada atrás advierto que me enseñó mucho. Me ayudó a entender una ciudad compleja, me hizo ver que la violencia machista no era residual y me convenció meses antes de que llegara el 15M de la importancia de indignarse.
Como las personas de verdad, Ana no se llevaba bien con todo el mundo. Era generosa al extremo con su cariño, pero también elegía a quién se lo daba. Si te escogía, sentías incondicionalidad. Casi un amor de madre. Tenía además un sexto sentido emocional. Estaba jodido, dudaba de mí y de repente recibía desde Ceuta un mensaje por Facebook tan típico de ella. Ana me contaba que alguien en la redacción había encontrado uno de mis artículos de hace la tira y que lo había elogiado. No sé si se lo inventaba, pero esos mensajes ayudaban.
Después de marcharme, mantuvimos contacto. Ana, madre de dos hijas, enfermó y en su paso por hospitales siguió publicando textos impresionantes. “Por muy cerca que parezca Algeciras a una persona sana o a un burócrata en su despacho, los pocos kilómetros que nos separan son insufribles para una persona enferma… y no enferma de otitis o reuma, sino de cáncer”, argumentó en Por una Unidad de Radioterapia en Ceuta ¡Ya! (22/7/2015).
En Ana había una brújula moral necesaria en una ciudad fronteriza. “Desde que nací he sido testigo del odio al moro y a todo lo que pudiera tener relación con él por el miedo a que Marruecos invadiese Ceuta, por activa o por pasiva, porque nosotros, los ceutíes, somos los más españoles del mundo. Y eso no es malo, lo de ser español, digo. Lo malo es el odio al vecino”, escribió en El silencio de algunas personas buenas (11/12/2016). “He sido testigo de demasiadas conversaciones ante las que callaba por miedo a no encajar en la sociedad que me rodeaba. Pero ya tengo una edad en la que callarse/callarme no es una opción. Y por eso escribo”. Otro ejemplo de periodismo vibrante lo publicó tras la muerte de un crío marroquí que intentaba colarse bajo un camión en un ferri a la península. Lo tituló Réquiem por Ceuta (15/2/2019). “Ha muerto un menor, un niño, un NIÑO. Y los ceutíes ¿qué hacen? Vomitar odio, desprecio, asco (...) Debimos respetarle. Debimos entenderle. Debimos ayudarle. Debimos apreciarle. Deberíamos estar de luto. Por él y por nosotros. Porque algo de nosotros como sociedad, como pueblo, como hermanos que somos, también ha muerto”. Muy típico de Ana, mujer de empatía infinita, siempre preocupada por los demás. Me duele haberme centrado tanto en mí mismo en los últimos años y no haber estado más cerca de ella. Como a tantos de sus amigos, me hizo sentir el protagonista de la relación cuando la estrella siempre fue ella. Lo dejo escrito aquí, pero ojalá se lo hubiera dicho en vida.
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