No diga Ceuta, diga Kansas City

A los que gustan de las películas del Oeste no será necesario darles detalles sobre la ciudad de Kansas City, Missouri, situada en el Centro Oeste de los Estados Unidos. Ciudad en donde pululaban pistoleros, tipos violentos y personajes de toda laya. Es una de las ciudades que más ha salido en las viejas películas del viejo Oeste de nuestra infancia, adolescencia y juventud. Allí, en Kansas, el sheriff del momento solía habérselas con tipos duros, rápidos en el manejo del Colt, y con violentos de toda especie. Las tropelías del facineroso de turno y de sus secuaces nos metían nuestro joven e ingenuo corazón en un puño. Aquellos desalmados imponían la ley del más fuerte en el pueblo y nadie se atrevía a enfrentárseles. Mataban a diestro y siniestro, al tiempo que se reían de la ley. Mientras todo aquello sucedía allí, en la pantalla, implorábamos que apareciera el héroe de turno –Gary Cooper, Alan Ladd, John Wayne, Robert Taylor, Errol Flynn, etcétera– para que diera su merecido a aquellos tipos.
Quién nos iba a decir que nuestra diminuta ciudad, Ceuta, se iba a convertir en una Kansas City del Norte de África. En una ciudad violenta. Asesinatos, mafias del narcotráfico, que pagan a sus chivatos para tener controlado al personal, bandas callejeras, que se dedican a apedrear –y en alguna ocasión a disparar– contra los Cuerpos y Fuerzas de la Seguridad del Estado, contra los bomberos y contra todos los foráneos que osen acercarse a los Príncipe, Felipe y Alfonso, edificaciones ilegales, apropiación indebida de parcelas, quema de coches, y un triste y largo etcétera. No hace falta recurrir a los más viejos del lugar para que nos digan que no reconocen a esta Ceuta. ¡Y todo ello sucede en una ciudad de 19,5 kilómetros cuadrados!
Acaso no nos habían preparado a los ceutíes –ni a nadie– para vivir en una ciudad que se ha vuelto hostil, ajena, huraña, violenta y agresiva. No la reconocemos como nuestra en muchos momentos. Hay que pensárselo dos veces para atreverse a abrir el periódico. Hay días en los que, en efecto, el diario chorrea sangre y violencia. Ha mejorado el continente, pero indudablemente el contenido se ha vuelto lamentable y peligroso. No se trata tanto de vivir en el pasado como de estar un tanto incómodo en el presente.
El resultado de todo esto, según se puede leer en los comentarios de los ceutíes a las noticias en ‘El Faro digital’, es que la brecha entre los ciudadanos de origen europeo y los de origen árabo-berebere se está haciendo cada vez más ancha. Se está corriendo el peligro de generalizar, de sacar el prejuicio a pasear y de que paguen justos por pecadores. Ceuta se está convirtiendo en una bomba de relojería que podría hacer explosión cuando menos lo esperemos.
Conocemos los hechos, lo que sucede, pero ¿quiénes son los autores? En las sociedades homogéneas no es difícil saber qué grupos cometen tropelías, pero en las sociedades multiheterogéneas todos los colectivos, independientemente de su procedencia, están bajo sospecha, pues por pudor y por ser políticamente correctos no se señala directamente, sin tapujos, a los culpables aunque pertenezcan en su mayoría a un colectivo. Lamentablemente –sí, lamentablemente–, en Ceuta apenas hay dudas de que casi todas esas tropelías vienen de la mano de individuos pertenecientes al segmento de población conocido como de procedencia árabo-berebere. Como muestra de ello son esos macrojuicios que se llevan a cabo en la Audiencia de Ceuta contra personajes acusados de asesinatos, de narcotráfico, de estragos contra propiedades y daños colaterales, apedreamientos y emboscadas contra los representantes de las Fuerzas del Orden, bomberos, destrozos en los autobuses que llevan a estudiantes al Príncipe, agresiones a médicos y enfermeras, atracos a taxistas y otras barrabasadas.   
¿A quién beneficia? A río revuelto todos pueden pescar y obtener réditos de una situación caótica como la nuestra. Los hay quienes viven del narcotráfico, y la cercanía de las Fuerzas del Orden les priva de llevar a cabo sus trapicheos. Están los marroquíes ilegales que se han asentado aquí y para sobrevivir lo hacen al margen de la ley. También hay que citar a los jóvenes, que llevados por el ímpetu de los pocos años y por la subida de adrenalina al cometer actos delictivos, se introducen en una espiral de difícil salida.
Tal vez quienes tienen su pensamiento y su mirada puesta en Marruecos también pudieran sacar algún tipo de rédito de esta situación, en la que cuanto peor, mejor (para ellos, claro). Y, en fin, me atrevería a señalar que acaso haya grupúsculos fundamentalistas en la ciudad a los que no les guste la occidentalización de las costumbres y, tal vez, por omisión, o por mimetismo de otras latitudes, pudieran contribuir de alguna forma a este caos ciudadano.
Me temo, para finalizar, que a no pocos ciudadanos pertenecientes a ese sector de población árabo-berebere les gusta ubicarse en el victimismo, y, en vez de quejarse, podrían controlar a sus jóvenes, denunciar a los facinerosos y no mirar para otro lado.
Asimismo deberían hacer una introspección y analizar su comportamiento personal y no culpar a los demás de su infortunio. Sin su ayuda, Ceuta–Kansas City tiene poca solución. Es inútil que esperemos a John Wayne. No vendrá.