Lo dice la ministra Elma Saiz y tiene toda la razón. “Hemos escolarizado a más de 30.000 ucranianos desde que empezó la invasión rusa y no hemos escuchado ni un solo titular”. No hace tantos años un delegado del Gobierno en una mesa con periodistas dijo que había que seleccionar qué inmigrantes debían venir. Uno de los plumillas presentes soltó un comentario: “Rubios y de ojos azules, claro”. Pues sí, esa era la inmigración que quería el gobernante, por cierto, del PP.
Y es que hasta con esto de la inmigración somos racistas. Impera la doble moral para todo, y aquí el que molesta es el niño al que el PP llamaba en los plenos mofeta y ahora algunos siguen llamando mena, ese niño al que se le culpa de todos los males. Que si ladrones, que si violadores, que si homicidas… Se llevan todas las perlas delictivas que luego los voceros de esos racistas se encargan de difundir de manera masiva buscando convertir la falsedad en la verdad que muchos aceptarán cual borregos.
Ese niño es el que no quieren en algunas comunidades, ese niño es el que se convierte en un objeto al que hay que “repartir” buscando “cupos”.
A eso hemos llegado, a contar inmigrantes como filetes en la carnicería, al peso hasta equilibrar la balanza que nos conviene.
Para ese niño no hay acuerdo, para ese menor el PP monta en cólera buscando mil y una excusas para boicotear reuniones en la búsqueda del acuerdo.
No son rubios y de ojos azules, como aquellos inmigrantes que tan bien veía aquel mandamás de la plaza de los Reyes obsesionado con los menores marroquíes y con los saltos de subsaharianos y con quienes les trataban como personas, aunque no fueran ni rubios, ni de ojos azules.
Ahora en esta época en la que la religiosidad y la auténtica navidad se confunden con miles de eventos para regalar anís, polvorones y montar actividades colocando alumbrados en los que se olvida también el sentido real de este periodo (nos cuelgan gatitos y paquetes de regalo dejando arrinconadas las figuras propias de un Belén), los mayores que ya no creen en nada aspiran a “repartir” como filetes a niños que nadie quiere.
Y llegamos a un nivel de cosificación y de desprecio generalizado al menor que se ve como normal. No son rubios.
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