Se han producido dos hechos que me han hecho sentir obligado a escribir estas líneas. El primero ha sido el anuncio de la CEAPA (Confederación Española de Asociaciones de Padres de Alumnos) de la huelga de deberes para el mes de noviembre dentro de su campaña “no a los deberes”. El segundo, la reciente huelga del sistema educativo del 26 de octubre en la que el “sindicato” estudiantil (vaya usted a saber qué derechos laborales defiende un sindicato estudiantil) animaba y defendía que los estudiantes también hicieran huelga.
Respecto al segundo hecho, no voy a entrar en las causas que motivaron la protesta contra el sistema educativo. Considero que es positivo querer mejorar algo si uno cree que no funciona adecuadamente y entra dentro de los derechos reivindicativos del conjunto de la sociedad. Existen muchos métodos de protesta (manifestaciones, escritos, recogida de firmas, campañas de concienciación, reuniones negociadoras, elevación de propuestas al Parlamento a través de partidos con representación, etc) para conseguir exponer y luchar por una postura legítima.
Pero lo que nunca he comprendido, ni creo que seré jamás capaz de entender, el concepto de “huelga de estudiantes”. Parece un concepto diseñado por los adultos, porque un niño al acudir a clase no tiene un trabajo remunerado, no tiene esa obligación hacia un empresario o medio de producción que le da poder sobre él. Los promotores de las huelgas estudiantiles definen este concepto como una protesta. Sin embargo una huelga no es sólo una protesta, es una medida de presión en sí misma mediante la amenaza del perjuicio económico mientras dura, por ello se utiliza. Por tanto es absurdo pensar que si un niño no acude a la escuela a estudiar ello vaya a producir un perjuicio económico hacia el maestro, profesor o hacia la Administración educativa que le haga tener un poder de presión o negociación para conseguir algún objetivo. Al contrario, su ausencia en las aulas produce un perjuicio exclusivamente al menor, que no recibe la educación a la que tiene derecho. Por tanto, cada vez que alguien habla de promover una huelga de estudiantes tiendo a pensar que se está tergiversando deliberadamente ese concepto y utilizando a los menores como medio de protesta por parte de los adultos para sus propios intereses. Y señores, utilizar a los menores para fines políticos es una aberración, porque el único que sale perdiendo es el menor. Y no, no es admisible la excusa pueril de muchos padres de que ellos son los que deciden si enviar a sus hijos a clase, porque los padres tenemos una responsabilidad, la responsabilidad de que el hijo vaya a clase y estudie, no un derecho de propiedad sobre nuestros hijos para usarlos como medio de protesta.
Según lo explicado, volvemos al verdadero problema, a la madre del cordero: la actitud de algunos padres.
Esta actitud queda muy bien reflejada en el primer hecho al que hice referencia, la campaña contra los deberes de la CEAPA que quieren materializar en una “huelga de deberes”. Y aquí sí me voy a detener a expresar mi opinión sobre los motivos y sus consecuencias.
Voy a partir de una base, que es la pura lógica. En este mundo, cualquier cosa en exceso es contraproducente, de ahí que se hable de que en el término medio está la virtud. Es precisamente el término “excesivo” referido a los deberes el que esgrime la CEAPA para actuar contra ellos. Sin embargo la reacción es radical en sentido contrario. Porque frente a defender una moderación en la cantidad de deberes a través de un término aceptable o acorde con la media europea (que está en torno a 6 horas semanales de deberes frente a las 10 que dice la CEAPA que tenemos en España según su propias fuentes), lanzan una campaña “Fines de semanas sin deberes” dentro de otra mayor denominada “No a los deberes” que pretende su total eliminación. Esa postura podría parecer ilógica, puesto que responden un exceso por mucho con otro exceso por poco en vez de racionalizar esos deberes.
Las razones que dan para querer eliminar los deberes son variadas y muy loables todas: dar prioridad a las actividades familiares, recuperar el derecho del niño a tener tiempo libre y de ocio (recogido por la Convención de Derechos de Naciones Unidas, faltaría más), en definitiva proteger al menor del sistema que le oprime. Pero en esa relación de razones no citan la más importante, que es la enorme pesadez que supone para los padres estar supervisando o implicándose en la ejecución de dichos deberes, porque esa razón podría sonar demasiado egoísta por parte de los padres.
Las medidas que proponen se resumen en una: no hacer los deberes aunque los manden. Y para ello facilitan una serie documentos donde expresan fórmulas legales muy bien elaboradas para intentar justificar ante el docente que el niño no haya hecho los deberes, si bien la única razón es que a los padres no les da la gana.
¿Son aceptables todas las razones que dan? No, no son aceptables porque son falsas. Un niño durante un fin de semana puede hacer deberes, puede jugar, puede hablar con los padres, puede ver la televisión, leer, puede salir a hacer deporte, existe tiempo para todo. Puede seguir siendo niño sin necesidad de caer en la perversión de hacer creer a la sociedad que la única opción a muchos deberes es ningún deber.
Por una vez dejémonos de caretas. Tomar por tontos a los demás no es una buena estrategia, porque tarde o temprano alguien acaba por alzar la voz. Si un niño termina de hacer los deberes a las diez de la noche, desde luego algo falla, pero no necesariamente la cantidad de deberes. Pueden existir desde malos hábitos de estudio (que hay que corregir), permisividad de los padres a la hora de tener encendida la tele o con el móvil, la enorme cantidad de actividades extraescolares que los padres se empeñan en que sus hijos realicen, o muchas más causas. Y si la carga de deberes en algún momento realmente es excesiva, es evidente que puede y debe ser objeto de debate para que se modere dentro de unos márgenes educacionalmente aceptables.
Por tanto ¿es adecuada la postura de la CEAPA llevando a la insumisión infantil? ¿Qué mensaje estamos transmitiendo a los niños? El mensaje fundamental que se transmite es que es lícito poner en duda el criterio del docente, del maestro o educador por el bien de sus derechos. Perciben que su derecho es lo único que cuenta y que las responsabilidades y obligaciones son secundarias y siempre supeditadas a esos derechos. No podemos permitirnos que la autoridad de los maestros quede en entredicho delante de los menores y encima amparada y alentada por los mismos padres. Esa sería la mejor manera de mandar al cubo de la basura la educación de nuestros hijos.
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