El próximo lunes será el día de los Santos Inocentes. Sobre este asunto he escrito en varias ocasiones. Hay dos artículos que publiqué en estas páginas hace tiempo, que he releído y aconsejo a mis lectores que lo hagan también. El diario El Faro de Ceuta los tiene todos en mi blog.
Empezando por el último, titulado “El Otoño de los Inocentes”, se publicó el 22 de septiembre del pasado año. En él recordaba aquellos años de estudiante de bachillerato en el internado, en los que esperaba con ansiedad el comienzo de las clases en otoño para volver a la rutina estudiantil. Pero también hablaba del momento político por el que atravesábamos en España. Decía lo siguiente: “...sigo creyendo que un acuerdo de izquierdas entre el Partido Socialistas y Unidas Podemos, es la alternativa. Fue el mensaje claro que dio el pueblo español en las urnas. Y, aunque lo previsible es que siga siendo el mismo mensaje tras las próximas elecciones, el problema está en que esa gran masa de inocentes en la que nos han convertido los estrategas de los distintos partidos puede ser que reaccione de una forma inesperada.”.
El segundo artículo al que me refiero se titulaba “Los Santos Inocentes”, y se publicó el 28 de diciembre de 2014. Hablaba de la consolidación de la lucha contra el Cambio Climático, de las demandas contra la corrupción a nivel nacional e internacional, de las nuevas Metas de Desarrollo Sostenible y del hartazgo al que estaban llegando los ciudadanos en nuestro país, que había dado origen al movimiento liderado por la coalición Podemos y al cambio de paradigma político, desde el sistema de bloques ideológicos a otro mucho más compartimentado, que obligaba al pacto y la negociación.
Pero también me refería al origen de la festividad de los Santos Inocentes, que estaba en “…la orden que dio Herodes de matar a todos los niños con la intención de eliminar con ellos al Niño Jesús, futuro rey de los judíos”, y del retrato que Miguel Delibes hizo en su novela del mismo nombre sobre las humillaciones a las que eran sometidas las clases más humildes en la España de los años 60. Y me preguntaba “qué pasaría si algún día ese niño y ese loco que todos llevamos dentro, se cansaran y comenzaran a burlarse de los poderosos más allá del tiempo fuera del tiempo”, recordando así la denominada “Fiesta de los locos”, que prohibió el Concilio de Trento, de la que nos daba cuenta el antropólogo e investigador del CSIC Manuel Mandianes en su estudio “Navidad, Reyes y Locos”.
Hoy quiero hablar de los Santos Inocentes de verdad. De los niños y niñas que están a nuestro lado y que, pese a su corta edad, nos hablan con el corazón y con la verdad. En nuestro caso son dos las nietas. Una, la más pequeña, de apenas dos añitos, a la que el nuevo confinamiento nos ha impedido ver en persona desde hace meses. Y ahora, cuando parecía que lo íbamos a conseguir, los consejos de los científicos y expertos, ha vuelto a imposibilitar, esta vez de forma voluntaria, que nos juntemos. Sin embargo, las nuevas tecnologías nos hacen que la veamos casi a diario. Ella, pese a su corta edad, tiene asumido que ese es el medio habitual de vernos. A través de la videoconferencia nos cuenta las novedades: los nuevos juguetes que le han regalado, sus nuevas palabras y la forma de expresar el cariño hacia nosotros. Casi siempre lo hace dándole besos al aparato. En otras, sigue miméticamente con sus gestos, lo que le indicamos por el móvil. Aunque, esto no impide que, a veces, se le olvide que está en una realidad virtual y nos llame con su manita para que vayamos. Es cuando peor lo pasamos.
En el caso de la más grande, desde que comenzó la pandemia ha demostrado un grado de responsabilidad fuera de lo normal. Salvo las dos primeras semanas, allá por el mes de marzo, que las pasó realmente mal, en cuanto interiorizó la situación y se concienció de la gravedad de la situación, todo su empeño estuvo en extremar las medidas de seguridad en las relaciones con sus padres y amigos. Y especialmente con sus abuelos. No quería ni pensar que alguno de sus abuelitos (su otra abuelita vive en Rabat) se pudiesen contagiar con el virus maldito.
Lo primero que hizo fue elaborar un video casero explicando en un lenguaje cercano y sencillo el origen del virus y sus peligros. El video estaba orientado a concienciar a sus compañeros y compañeras de colegio de la necesidad de extremar las precauciones y a ayudarles a entender la necesidad de realizar actividades que les sirvieran para sobrellevar el confinamiento extremo de la primera ola de contagios. Este video fue difundido, incluso, en la Universidad de Granada, en una magnífica página que se creó por un grupo de profesores para hablar de los “Héroes del COVID”, destinado a contar las historias de todos aquellos personajes que con su callada labor habían contribuido a la lucha contra la pandemia.
Ahora, en la segunda ola de contagios, nos ha advertido de la necesidad de mantenernos aislados y de no juntarnos, ni siguiera los familiares más allegados, para celebrar la Navidad. Esta ha sido la razón de que la pasada Noche Buena, que siempre la celebrábamos con familiares, hasta llenar la planta baja de la casa, la hayamos pasado solos los dos abuelos, aunque en compañía virtual de hijos y nietas a través de las videoconferencias.
No obstante, para compensarnos, escogió una película que lleva en pantalla casi un año, para, con la excusa de que la lleváramos al cine el Día de Navidad, llevarnos ella a nosotros. Aparentemente era una película de dibujos animados más, dedicada a los Trolls.(Trolls World Tour). Sin embargo, ella había accedido a ver un pequeño resumen y había leído su contenido, para así asegurarse de que nos gustaría.
Era una maravillosa historia de Trolls, separados entre ellos por sus tendencias musicales. Cada tribu tenía una “cuerda”, de las seis cuerdas que representaban a cada una de las principales tendencias musicales. Los antiguos habían llegado a la conclusión de que la perfecta armonía estaría en que cada tribu viviera separada de las demás, dedicada al desarrollo de su única tendencia musical. Sin embargo, la tribu más rebelde, la del Rock, encabezada por un reina, aparentemente fanática y ambiciosa, pretendía realizar una gira mundial a través de los territorios de las otras cinco tribus, para arrebatarles sus cuerdas, y así hacerse con el dominio total del mundo a través de su música.
Sin embargo, la tribu de la música Pop, que también estaba encabezada por una reina persistente y bondadosa, aunque muy inocente, hizo que fallaran los planes en el último momento. Sin pretenderlo, consiguió que se dieran cuenta de que la armonía del mundo estaba en la diversidad, no en la uniformidad. La historia acabó en un magnífico concierto en el que se mezclaban todas las sensibilidades y estilos musicales, y todas las tribus y géneros, para dar lugar a un maravilloso mundo de color y alegría.
Cuando nuestra nieta nos preguntó qué nos había parecido la película, le respondimos que nos había gustado mucho su realización, con magníficas imágenes y mejor sonido. Pero que, sobre todo, el maravilloso mensaje de paz y armonía que difundía.
Sin lugar a duda, ha sido nuestro mejor regalo de Navidad.
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