Categorías: Opinión

Ni seguridad ni esperanza

El orden de los acontecimientos sigue tiñendo de oscuros colores, virando sin cambios hacia el negro, nuestra cotidianeidad. Sería prolijo e inútil volver a desgranar las cuentas de un rosario que de sobras es conocido y ha llegado a adquirir solidez en el imaginario popular: los nombres de la crisis.
Después de una etapa de discreto silencio, el 15-M ha hecho acto de aparición en distintas ciudades españolas con afluencia y apoyos diversos. En no pocas ocasiones, los focos de los medios y el debate se han centrado en el síntoma, pero, quizás con bastante menos frecuencia interesándose por las causas del mismo. Se ha prestado mucha más atención al fenómeno del 15-M como si de una foto fija se tratase, que esforzarse por verlo en su dimensión socialmente dinámica. Esta manifestación social, de rostro predominantemente joven, no es el alboroto de gentes ociosas, aburridas o sumidas en estado de abulia, que han descubierto en el desconcierto de las autoridades y políticos una diana sobre la que lanzar los dardos de su bilis. Si bien es cierto que no representan, no ya al conjunto de la ciudadanía, sino al extenso grupo social de los jóvenes, no menos cierto es que, como síntoma, representan algo más que su escueta presencia. Son la expresión de un malestar profundo que aqueja a nuestra sociedad, es la brecha abierta que se ensancha paulatinamente, alejando en distintas derivas al común de los mortales del mundo de las élites sociales, políticas y económicas.
Como todo magma social, el 15-M es abigarrado, confuso y desordenado. Está pintorescamente de acuerdo en lo que le disgusta, pero aún no sabe expresar con claridad y coherencia lo que quiere. Ese magma contiene elementos de racionalidad y sus posibilidades contrarias, de modo que, algunas instancias pueden sentir la tentación de amoldarlo a sus intereses más inmediatos y oportunistas, o bien de combatirlo con medios inadecuados y, por ende, ineficaces, que lo volverían más inestable. No es fácil controlar un estado de ánimo social en beneficio propio, ni las fuerzas antidisturbios pueden disiparlo con la porra. Es algo más sutil que se propaga entre las gentes, como si de un virus se tratase, abriéndose paso en el organismo social merced a un sistema inmunitario debilitado crecientemente por el paro, la pobreza, la exclusión social y el más abyecto de los abandonos. Hemos desarrollado un mundo material que nos tenía que liberar de los aspectos más crudos de la existencia, pero lográndolo parece que hayamos perdido la dimensión humana, la mirada ética y la actitud compasiva sobre la misma vida humana, de modo que, nuestras existencias están ahitas de cachivaches pero profundamente vacías. Hemos conseguido una seguridad ubicua, pero hemos perdido la esperanza diaria. Nos hemos hecho cómplices, consciente o inconscientemente, del mal que anida en nuestras alturas.
Aún podemos hablar de multitud con todo un despliegue de variopintas criaturas, tribus, enseñas y aspiraciones ¿pero cuánto tiempo tardará esa marmita en cocer algo que supere nuestra hipócrita capacidad de asombro o nuestro acomodado cinismo? En estos tiempos que sacuden a nuestra vieja Europa, ante la mirada pasmada de quienes hace tiempo tendrían que haberse afanado en construirla sin tantas fisuras, las máscaras grotescas del mundo pictórico de Solana pueden convertirse en siniestros actores de un aquelarre social, económico y político de difícil administración y gestión. Aún no percibimos en la escena pública el sujeto que pueda escribir negro sobre blanco en el palimpsesto del 15-M, transformando el panorama de las ocupaciones multitudinarias de plazas y calles por la acción devastadora de las masas discrecionalmente manejadas.  Debido al descrédito social de instituciones tan clásicas como partidos y sindicatos, la crisis puede devenir infección y ésta desplegará sus más oscuras y siniestras banderas, aquellas que acompañan a la ruina del pensamiento crítico y la abolición de la libertad individual. La ciudadanía no debería esperar a que los políticos muevan su ficha, sino que, al tiempo que critica la deriva de los hechos y protesta por sus consecuencias, tiene que crear redes solidarias, de resistencia y de ayuda mutua ante el salvaje temporal que nos amenaza. La gente no debe sentirse sola, debe tener la certeza de que el camino lo hace acompañada. Por todo ello, se hace necesario un esfuerzo colectivo, una apuesta más allá de consideraciones ideológicas partidistas, que encuentre en el consenso democrático la respuesta que deben dar los españoles en tan adversas circunstancias, prestando exquisita atención a la realidad, la inquietud y los anhelos de la ciudadanía. El Gobierno de la Nación tiene que despertar del sueño tecnocrático, bajar de la nube en que se ha convertido su mayoría absoluta, y recorrer las calles a fin de corregir los desequilibrios en el esfuerzo, pues no puede ser que, a la hora de la verdad, a los de arriba se les llene la boca con la España retórica, mientras que son los desfavorecidos y perjudicados los que se dejan siempre la piel por la real.

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