Creo que una manera adecuada de celebrar el Día de la Constitución es releyéndola, valorando sus beneficios, examinando su cumplimiento y analizando la conveniencias y los procedimientos para realizar sus posibles modificaciones. Partamos del supuesto de que no es una verdad sagrada, eterna ni intocable, pero tampoco, una ley maldita, provisional ni arbitraria. Hoy se cumplen 42 años del Referendum en el que el pueblo español aprobó por amplia mayoría esta Carta Magna que, desde 1978, sigue en vigor. Si, como principio, podemos afirmar que las leyes democráticas constituyen unos instrumentos de defensa y de protección de los valores más importantes de los ciudadanos y de la sociedad, una Constitución significa el marco que establece los límites de las demás leyes, los cimientos que les proporcionan estabilidad y la estructura que garantiza la defensa de los derechos y orienta las reglas de la convivencia en paz.
Aunque no seamos eminente juristas ni acreditados historiadores, aunque no hayamos estudiado Derecho Constitucional, os propongo que reflexionemos sobre la importancia de Constitución en nuestras vidas ciudadanas diarias. Los que ya somos mayores podemos rescatar algunos recuerdos del proceso de elaboración y algunos episodios de estos cuarenta y dos años de vida. ¿Qué balance podemos hacer mirando los episodios más importantes de esta historia? También podríamos preguntarnos sobre de su presente: ¿sigue siendo actual y válida? Y, después, sobre su futuro: ¿ha de ser modificada? ¿en qué medida?
A mí, las imágenes sobre su tramitación que más se me han que quedado grabadas son las veces que aquellos políticos de diferentes -y a veces opuestas ideologías- la “proclamaban” como la defensa de la libertad y de las libertades y como instrumento para salvaguardar nuestros derechos.
"También podríamos preguntarnos sobre su presente: ¿Sigue siendo actual y válida?"
En mi opinión, el resultado de aquel intenso esfuerzo político, intelectual y social ha sido que, durante estos cuarenta y dos años, la gran mayoría nos hemos sentido relativamente cómodos. Efectivamente, fue y es una constitución del consenso y de la concordia: todos cedieron algo de sus ideas y de sus proyectos. Creo que podemos afirmar que, en cierta medida, eran constituyentes no sólo los parlamentarios sino también algunos españoles que aportaban sus opiniones en la prensa, en la radio y en la televisión. Recuerdo cómo en los medios de comunicación eran abundantes los artículos que expresaban sus deseos de que España fuera un país moderno, abierto y libre como los demás con los que compartíamos raíces culturales, morales y espirituales. Fueron muchos los periodistas que expresaban las ansias de libertad de la mayor parte del pueblo: las ganas de vivir juntos, de progresar juntos, de compartir solidariamente los trabajos y los problemas o, en resumen, la convicción de que todos los españoles somos iguales y libres. Estoy convencido de que la mejor manera de actualizar y de “poner en valor” la Constitución es aprovechar todas las oportunidades para subrayar lo mucho que nos une por encima de lo que nos separa y seguir alimentando el deseo de libertad.
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