Opinión

Nepalí

Dicen de los amores platónicos que cuando encumbras la orilla de su boca ya, esos amores, no son platónicos. Sin embargo, lo bonito de los amores platónicos es que su leyenda no acaba, incluso con el beso deseado y cumplido, puesto que su mirada escatológica subestima nada más y nada menos que La República de Platón.
El árbol no besa al rio, la nube no da la mano a la tierra, el arcoíris no susurra a la carretera, las expresiones del arte no le pide la mano a los barrios, las revoluciones no están escritas en las leyes, las cimas de las montañas no embelesa a los mares, el mensaje de la botella no nace de un pupitre, la universidad no piropea al analfabeto, el verso no rima al moderno, Latinoamérica no quiere adaptarse a la saliva del progreso occidental, la desigualdad no se cita en un bar con el indolente, y así podemos seguir asociando parejas que en un principio parecen amores platónicos. No obstante, pueden ser que algunos de éstos dúos nos proyecten las mejores estampas y, otras de éstas parejas, si se enamoran, quizás, ayude que el mundo cambie. Así que no desafiemos a los amores platónicos no vaya ser que…
En la vía del tren de mi vida perviven vagones de amores platónicos y siempre imagine que el día que conociera uno éste se destaparía inmediatamente en una persona real. Una vez asomó el día, no ocurrió como fantaseé en mi viñeta imaginaria, si no que, de manera platónica, el vagón permanece en el rail del atlas de mis pasiones.

El árbol no besa al río, la nube no da la mano a la tierra, el arcoíris no susurra a la carretera, las expresiones del arte no le pide la mano a los barrios, las revoluciones no están escritas en las leyes

El desenlace de la primavera coincide con la premura del verano y es ahí en ese trueno inhóspito donde a veces se desata los amores platónicos. A mi me paso, subrayando que esos besos han sido de los más esperados y, a su vez, tan preciosos como el susurro de una cascada en ese periquete de chocar con la roca y la hoja de la jungla. Aunque manifiesto que esos ósculos que tiritaron durante las noches han sido propiciado por un rostro de calado femenino “hermosamente sencilla”.
Trotamundos más allá del Canal de la Mancha, en tierras británicas, para buscar un idioma en tu sequito intelectual y eso te hizo independiente. El escudo de tu fuerza de voluntad y parsimonia adorna en ti una persona inquebrantable y eso hace que logres todo lo que te propones, de ahí tu profesión institucional e indefinida. Mujer tan profunda, como los esqueletos de un cementerio, que chocan inevitablemente con su sensibilidad y, con ello, cuando agasajas mi faz tienes la capacidad de convertirme en menos pobre y hacer de mis retales más tristes…menos tristes.
Fíjate si eres poderosa amor platónico que tu mano con gotitas de limerencia, al colisionar con los límites de mi sistema inmune, posee el poder de calmar mi mente dispersa, inquieta y divagadora. Esa mente que edifica mundos paralelos al real; de lo contrario, si habitase en el real hace tiempo que estaría perecido y nuestros besos jamás se hubiesen encontrado.
Con la misma vehemencia, la vida, también, te enmarco en la galaxia del desamor, desgarrando hasta el más hastío de los dolores. En este sentido, el duelo, te abraza como un compañero pero con cola, tridente y cuernos de demonio provocando que orbites por los senderos oscuros de nuestra azotea, arrugando los atardeceres y dilapidando cada amarre de las emociones. Además, por mucho que quieras huir, el duelo se camufla entre gabardinas grisáceas creyendo que se fue; sin embargo, nuevamente es detectado debido a su rabo entrelazado que figura la estancia perenne de su aura deprimida. En esta línea, amor platónico, el amor y el desamor son como la luna y el sol ya que ambos son importantes tanto para nuestras historias como para nuestros días. Lo que te da una te lo quita la otra y viceversa. También, los mejores amores y los peores desamores no se saben si se producen en el equinoccio solar o en la madruga lunar ya que luna y sol son tan caprichosos como el mismo amor y desamor.
No hay que tenerle miedo al amor y mucho menos al desamor ya que su luz nos embriaga, de igual manera, que los besos que se da sol con el mar en el crepúsculo y las carantoñas que se obsequia los rayos de la luna con las calles de nuestra ciudad
Por ello, de esos desamores otros amores emergen, en cualquiera de sus afluentes ya sea en la amistad, trabajo, inquietud, entre otros elementos, indicando así su personalidad infinita. Supiste rehacerte a golpe de valorarte, te encumbraste y vistes radiante a cada paso que das hasta el punto que cupido se tapa los ojos al verte cuando asoma desde los balcones del casco histórico de la ciudad trimilenaria. Ahora más que nunca vuela amor platónico y en unos de esos vuelos hazme un hueco, buscando un rincón para paliquear y así, de paso, intentamos arreglar el planeta. Eso sí, si el encuentro se hermosea con uno de tus besos, pues mejor.
Atlética como las cordilleras del Himalaya; ojos rasgados de esquimal; carácter indomable como los monzones; interminable como Asia; aura pura venida del “om”; sonrisa inmarcesible como los colores del mándala; de actitud amoldable como la sociedad nepalí ante los avatares de su idiosincrasia inequitativa; de corazón alto como el Everest; temperamento caliente en su proceder inconformista como el fuego necesario ante las bajas temperaturas de los confines de Siberia; y con cara de niña eterna que ilumina un ademán “hermosamente sencilla”.
¡Ay! Amor platónico, una día en la penumbra del lago oscuro de la noche y totalmente desvelado, te observe y apreciando tu perfil, mi aula neuronal anduvo hasta la siguiente conclusión:
Siempre razonaba que los Dioses nos tenían envidia ya que al ser inmortales no disponen de vivir grandes momentos como el último y eso es lo que nos diferencian de ellos y ellas; y, precisamente, aposándome a tu vera, en la tangente nocturna, me di cuenta que tal pecado capital, de origen divino, era certera. Asimismo, amor platónico, sumérgete entre los besos, los viajes, los encuentros con los amigos y amigas, los paisajes, la lectura de un libro, las aulas de un instituto, la entrada de un teatro, la compañía de un animal y el acompañamiento de un familiar, como una posible última vez. De ahí, que los cuentos finitos nos lanzan en un paradigma tremendamente privilegiado ya que vivir la vida intensamente es un elemento que nos cristaliza en seres únicos.
Sin embargo, los Dioses cómo van ser eternos si son creación del hombre. El hombre no tiene tanto poder para generar seres inmortales. Quizás los elaboró ante el miedo de un futuro ausente en la tierra por naturaleza y, con ello, se aseguraría un posible Edén. También, pintar Dioses le proporcionó un poder de “justificar actos”: todo acto se realiza en nombre de Dios; e “incrementar ego”: deposito algo a los necesitados, y así Dios ya está contento conmigo y me evangeliza en un buen samaritano. Aunque, previamente, en nombre de Dios ya se le robó los recursos a los autóctonos del territorio –véase caso americano-.
La inmortalidad no la posee ningún Dios ya que la logramos nosotros con nuestro presente que es lo único que poseemos. Nuestros actos nos definirán, para bien o para mal, y serán llamaradas eternas en nuestras historias. En este caso, lo único que es inmortal es el tiempo que es quién realmente nos juzga y / o seremos absueltos. Ese mismo tiempo amor platónico fue lo que nos separo, nos unió y mañana dictaminará. Vive la vida como la última vez, coloreando pasiones, y obtendrás lo que la persona siempre añoró; es decir, la inmortalidad.
Al verte, por primera vez, mude un ser nefelibata galopando en despeinar el sur de tu cara. Una vez, pise tierra, tus besos han sido el estallido final que han bautizado mi persona en ateo de dioses inmortales para adorar a la mujer “hermosamente sencilla”.
Te doy besos en la mejilla, una y otra vez, como el sol al mar en esos atardeceres, con nubes color melocotón, al despedirse de la ciudad. Apareciendo el destello verde preámbulo de una luna infinita que con sus pigmentos de claros oscuros engalanan las más bellas historias de amores platónicos.
Los amores platónicos son como los ríos ya que con el curso de sus besos no desaparece sino desemboca en un mar platónico. Por ello, en el océano, entre ola y ola, navegamos, en el continuo hallazgo de sus caricias.
Y allá, en las embriagadoras citas de mi horizonte temporal, la mujer de mirada nepalí siempre será mi amor platónico, porque es “hermosamente, sencilla”.
X la revolución de los desiguales…

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