Abderraman Mohamed acaba de tomar las riendas de Talleres de chapa y pintura Punta Blanca, localizado en Carretera de Servicio, en el antiguo barrio de Las Latas. La historia de este negocio familiar se remonta 15 años atrás, cuando su suegro, Fadel Mohamed, y su cuñado empezaron a trabajar en la nave. Enseguida se unió a ellos Abderraman Mohamed, que había adquirido su experiencia en Talleres Diego. En enero, Fadel se jubiló.
“Lo que es mecánica de automoción y todo el tema este, si no le gusta a uno, no creo que lo aprenda. Esto es por devoción, por gusto”, asegura Abderraman. A este ceutí de 48 años, admite, desde pequeño le fascinaba el “bricolaje”; la pintura y los “tornillos y tuercas”.
En el taller presupuestan y llevan a cabo reparaciones y peritajes. Cuando tienen que arreglar un paragolpes, explica el propietario del negocio, lo desmontan, quitan los accesorios –sustituyen los que haga falta– y pintan “la pieza en sí” para que no se noten la diferencia de color en la zona del impacto y quede “un trabajo fino”. Si el cliente no puede dejar o recoger su coche, los chapistas acuden a su domicilio.
“Tiene que gustarme, si no me gusta se modifica o se repite cualquier cosa hasta que quede bien, antes que venga el cliente y vea un trabajo mal hecho”, insiste Abderraman Mohamed.
Además, intentan solucionar lo antes posible: “Un día cualquiera es a cañón fijo, dándole caña a todo, porque hay mucha demanda de trabajo y hay que solventar los temas lo más pronto posible; los clientes necesitan los coches, que son sus pies y sus manos”.
Aunque cada día llegan muchos vehículos, en marzo del año pasado, con la primera declaración del estado de alarma, el ritmo de trabajo prácticamente se detuvo durante dos meses largos. “Fueron duros, claro. Estuvimos parados”, recuerda Abderraman. El taller era un servicio esencial, pero los clientes no podían justificar su desplazamiento hasta la nave. “Lo poquito que entraba era para pagar gastos, mantenimiento y sueldos”, relata el ceutí. Pero cuando empezó la desescalada, añade, “poquito a poco se empezó a ver el color”.
Su clientela es variada, indica, y después de tantos años localizados en el mismo sitio, es prácticamente fija. Hay particulares y compañías aseguradoras. “Ahora mismo tenemos dos chapistas y tres pintores que somos mis dos hijos y yo. Y tenemos tres fronterizos contratados”, enumera Abderraman. Con dos de sus cinco hijos ya en el negocio, el ceutí confía en el futuro del taller, que abre de lunes a viernes de 9 a 13 horas y de 16 a 20 horas.