La desesperanza ha obstruido mis arterias, y el pulso vital está lejos de ser constante. La percepción del tiempo me sume en una parálisis corporal, y la espiral de silencios acaban siempre en un vacío atronador.
“¿Qué hacer con mi vida?” No encuentro respuesta a este enigma ancestral. Cuántos humanos no habrán sucumbido a su mirada inmisericorde.
Mi pequeña habitación en el piso compartido de la calle Luchana se ha convertido en el centro de un universo que solo existe en mi interior. Ha llegado la hora del juicio universal, y yo soy el único testigo.
La exposición de los hechos es desoladora: tras cinco años en la Facultad de Ciencias de la Información, aún me quedan diez asignaturas para terminar; el equivalente a dos años más de estudios en Madrid. ¡Tantas ilusiones depositadas en mí!
Sin embargo, la situación es aún más compleja de lo que parece: ha tiempo que abracé la insinceridad, y en el mundo de mis padres termino este año. Tal cual, me matriculo de las diez asignaturas para intentar la gesta, y cerrar este círculo interminable que es la licenciatura en periodismo.
Estamos al final del primer trimestre en la pequeña habitación de Luchana y el objetivo pierde realidad; el infierno avisa en el horizonte. Me defiendo: “No recurrí a la mentira como forma de hacer daño, sino para preservar la imagen que se tiene de mí. ¿Acaso el sentido del honor no es primero en el orden?”
La negatividad que te inflige la mentira te sume en un plano existencial donde las ideas delirantes tienen arraigo.
Así, en vez de establecer una comunicación redentora, basada en una exposición de motivos, empiezo a frecuentar los márgenes de los caminos, en busca de la identidad de los místicos (que solo existe en los sueños).
De mi caída y postración hablarán los libros del suplicio, pero a bien, la madurez ha cubierto su ciclo de veinticinco años. Y ahora, puedo enseñar que la sinceridad, la positividad, es el trayecto más corto para llegar a ese fin que es el bienestar psíquico.
La mentira, la negatividad, deja una herida abierta en el corazón de los sentimientos y en el honor, y hay que procurarle el cuidado de la recuperación.
Eso es lo que hago con mi espíritu de servicio en pro de la salud mental, y con las páginas incompletas de todo aquello que aprendí.
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