Necesitamos tranquilidad

A veces las cuestiones -o las circunstancias si lo prefieren - no son las que hacen mirar el presente y también el futuro con tranquilidad. No se trata de esa tranquilidad facilona que es propia de quienes no se preocupan de casi nada, sino de aquella que debe tener su raíz en la obra bien hecha y que ha costado mucho esfuerzo- a veces muy duro - llevarla a cabo. ¡Cuántas horas de permanente atención se necesitaron para no perder el rumbo en ningún momento! ¡Cuántas horas, también, para rectificar y reordenar lo que se pudo hacer mal, o no se tuvo en cuenta en la forma debida! El ser humano debe hacer caso, siempre, a esa advertencia de la conciencia - por pequeña que sea - que nos señala algo que no está bien, algo que nos hace daño, aunque sea leve; algo que nos priva de tranquilidad de espíritu.
No se puede trabajar, ni pensar siquiera, cuando el espíritu no tiene paz, cuando está embargado por una preocupación del tipo que sea. Es cierto que en muchas ocasiones se entierran esas preocupaciones en la bolsa del olvido, pero ahí estarán pesando de alguna manera sobre todo nuestro ser y paralizando la mente o haciéndonos tomar, a la desesperada, una actitud poco o nada conforme con la dignidad humana. Esa es la realidad que, desgraciadamente, abunda en los tiempos actuales. Las noticias que nos inundan, a diario, son alarmantes; anuncian más dificultades y privaciones, que se suman a las ya existentes que son muy duras. Mucha gente no tiene lo necesario para poder vivir, aunque sea con muchos apuros; otros no tienen nada, ni trabajo ni esperanza de conseguirlo. ¿Dónde está la tranquilidad para estas personas?
No la hay; esa es la realidad en nuestros días y todo el mundo debe ser consciente de la existencia de esa situación - saturada de gravedad y de oscuros presagios - para hacerle frente con denuedo e inteligencia. No debe haber otras cuestiones que distraigan la mente y roben el tiempo a quienes están llamados a buscar y encontrar las soluciones necesarias. Unos tienen la responsabilidad de encontrar la solución y otros de ayudar a que aquellos puedan encontrarla. Cualquier otra dedicación es claramente lesiva para toda aquella gente que lo está pasando mal y que casi ha perdido la esperanza de que pueda variar esa triste situación en la que se encuentran. Hay que fortalecer la llama de la esperanza; hay que dedicar esfuerzo, por mucho gente, a encontrar la tranquilidad que se necesita para que la vida en la sociedad no sea un verdadero martirio.
Es una llamada fuerte a la responsabilidad, a la actuación con la mente puesta en servir seriamente a los demás. a los que nada tienen y que tanto necesitan, Hay que demostrar, con hechos claros y concretos, que se está dando la batalla a esas dificultades que nos vienen oprimiendo desde hace algún tiempo. Batalla que muchas veces se libra en los despachos de quienes están al frente de las naciones y que son conocidas sólo por una breve reseña periodística, pero que tiene un fondo en el que a veces la lucha es intensa y hasta dura. Es bueno tener fe en la labor que esas personas, muchas. están llevando a cabo. Esa fe nos proporcionará la tranquilidad que necesitamos. Es mucho mejor esa postura que no la de fomentar esas manifestaciones que enturbian el ánimo. Todos tenemos la obligación de aumentar la fe porque con ella conseguiremos la tranquilidad que necesitamos.
Hay que sembrar buena semilla - la de la paz - y cuidarla con esmero así como protegerla de cuanta ocasión de hacerle daño se pueda presentar. Todo tiene su tiempo de maduración. No lo estropeemos con torpes y desafortunadas maniobras. Día a día hay que ir logrando, con nuestro tenaz esfuerzo, la tranquilidad que todos necesitamos.