Después de estar unos años en la cárcel, Fray Luis de León retomó de nuevo su docencia en la Universidad de Salamanca y, en su reincorporación, dijo a sus alumnos la famosa frase: “Como decíamos ayer…”. Pues bien, parafraseando al mismísimo Fray Luis de León digo a los lectores lo mismo, pues este pequeño escrito pretende ser la continuación de otro artículo con el título “Diálogo filosófico en el aula: contra la polarización de las democracias” publicado el pasado domingo día 27 de agosto en este mismo diario.
En el pasado texto defendí que uno de los aportes fundamentales de la filosofía a nuestra sociedad actual debe ser luchar contra la polarización, fundamentalmente contra la polarización afectiva que es la más peligrosa para una democracia. Pues bien, aquí hablaré breve y someramente sobre esa clase de diálogo filosófico llevado a cabo en el aula y que puede contribuir a este loable cometido.
Antes de continuar es necesario aclarar qué queremos decir aquí con diálogo filosófico. Me confieso enemigo de los debates y amante de los diálogos. La diferencia entre un debate y un diálogo es abismal. En un debate el fin es ganar al adversario haciendo que el auditorio acabe compartiendo la tesis del interviniente. Sin embargo, el fin de un diálogo es alguna clase de entendimiento entre los participantes. Si además hablamos de diálogo filosófico se trata de intentar entenderse con la verdad como horizonte, porque la filosofía persigue llegar a la verdad última de las cosas utilizando esa herramienta tan valiosa que tenemos; la razón o el pensamiento. En un debate no se persiguen necesariamente las verdades sino que el fin es vencer al supuesto enemigo. Pero eso no nos vale en una democracia. El debate puede servir como divertimento, como quien juega al monopoli, pero poco más. Lo interesante para alcanzar las mejores soluciones a los problemas o llegar a conclusiones más verdaderas es el diálogo. A propósito, la etimología de esta palabra es maravillosa: del griego dia (a través de) y de logos (razón). El diálogo se trata, por tanto, de una travesía entre dos o más personas a través de la razón, que es la herramienta o el sentido mejor repartido entre las personas, según el mismo Descartes.
“El fin de un diálogo es alguna clase de entendimiento entre los participantes. Si además hablamos de diálogo filosófico se trata de intentar entenderse con la verdad como horizonte”
De sobra es sabido que el diálogo es algo fundamental en un sistema democrático, pero se debe aprender a llevarlo a cabo. Por ello, antes de realizar diálogos se deben comprender y aprender ciertas herramientas que nos permitan poner en práctica un diálogo satisfactorio. Se debe comprender, por ejemplo, que perseguimos desterrar las falsedades y encontrar las mejores soluciones a problemáticas dadas. Aquí no hay competencia ni libre mercado. “O nos dejáis jugar o sos rompemos la baraja”, decía el grupo extremeño Extremoduro, aquí diríamos: “O ganamos todos o no gana nadie”. Desterrar falsedades y encontrar las mejores soluciones nos hace ganar a todos, cualquier otra opción es crear más problemas de los que hay. Se deben comprender y aprender también y de manera irrenunciable ciertas reglas de la lógica formal e informal que no voy a detallar aquí pero que tienen que ver con: qué es un argumento, diferenciar un argumento válido de uno que no lo es, reconocer falacias, reglas prácticas para llevar a cabo un diálogo, etc. En definitiva, debe haber una preparación. Participar de un diálogo conlleva una preparación.
El tipo de diálogo que aquí se propone para trabajar en el aula es uno entre muchos y es un experimento del que aprender. El profesor y el alumnado proponen temas de actualidad, complejos y polémicos. Una vez elegidos los temas a tratar se llevará a cabo un diálogo por tema. Algunos de los temas tratados el curso pasado fueron; ¿Tienen derechos los animales? ¿Son legítimas las acciones de los grupos ecologistas radicales?
Una vez elegido el tema, se divide a la clase en tres grupos al azar. Un grupo que defenderá una tesis determinada, otro que defenderá la contraria y un tercer grupo evaluador que será una especie de juez de la argumentación llevada a cabo en el diálogo. Todos los integrantes deben pasar, al menos una vez, por el grupo evaluador en alguno de los diálogos llevados a cabo. Cada diálogo se prepara en dos sesiones previas al mismo; una en la que el profesor expone la problemática actual presentando los materiales de apoyo; lecturas de filósofos, leyes vigentes de nuestro país en relación a la problemática, noticias, hilos de twitter, etc. Y otra sesión en la que por grupos se reparten el trabajo; realizar una introducción a su posicionamiento, buscar y pensar buenos argumentos, encontrar contra-argumentos a los argumentos que pueda esgrimir el otro grupo, realizar una conclusión después del intercambio argumentativo del diálogo… Finalmente, después de toda esta preparación, ya estamos en disposición de llevar a cabo un diálogo constructivo sobre la problemática a tratar.
Estudios realizados concluyen que una de las causas de la polarización afectiva son las discusiones en grupos cuyos integrantes son afines en creencias, posicionamientos políticos o ideologías, por lo que uno de los objetivos del diálogo filosófico en el aula es romper estos grupos burbuja. Se trata de confrontar ideas, ponerlas a prueba. Además, aquí no hay un grupo ganador, lo que rompe la dinámica de vencedores/vencidos tan perniciosa para el esclarecimiento de problemáticas sociales.
Por otro lado, la posición a defender en cada uno de los diálogos no tiene por qué coincidir con las creencias o ideas de cada individuo que compone los subgrupos, pues su pertenencia es producto del azar. Se intenta así contribuir a entablar un diálogo -tanto interno como externo- con posiciones ajenas a las propias, de manera que cada individuo esté abierto a los distintos planteamientos. Con esta metodología se pretende romper grupos afines, ya que la afinidad en los grupos es uno de los motivos de conformidad, desincentivando la disidencia y la búsqueda desinteresada. Así, cuando a un individuo le toque defender un posicionamiento que no sea afín a sus propias creencias o a las de su grupo afín, no entrará en juego la presión por no reconocer los posibles errores en su planteamiento inicial o por no ser aceptado dentro de un grupo con el que se siente pertenencia o afinidad.
El objetivo en el diálogo propuesto, como hemos señalado ya, no es encontrar un ganador sino argumentar bien. El juego consiste en argumentar adecuadamente y la recompensa es el reconocimiento a los buenos argumentos. A este objetivo ayuda el hecho de la presencia de un grupo específicamente evaluador que velará por las buenas argumentaciones y señalará las falacias que se puedan cometer. Con esta metodología, el alumno no tiene reputación que ganar ni que perder, pues debe adaptarse a un rol que le ha sido otorgado, de manera que la información y la deliberación sean un proceso no mediado por los elementos de pertenencia al grupo referencia que fomentan polarización.
Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato de Filosofía en Andalucía Licenciado en Filosofía y Máster de Profesorado por la Universidad de Granada Máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Salamanca.
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