Todos en la vida hemos sentido alguna vez la sensación de no saber qué hacer con nuestra vida. La vida, querido lector es pura contingencia. Me explico: venimos al mundo sin que se nos pida permiso. Nuestros padres lo deciden por nosotros. Si conoce a alguien que ha elegido vivir, por favor, póngame en contacto. Dejando las bromas a un lado, lo cierto es que, si bien el ser humano es libre, no lo es nunca del todo. El único ser libre sería, en el caso de que su existencia fuese real, Dios. Y hablo del Dios de Spinoza. Para Spinoza Dios es causa sui. Necesariamente se tiene que concebir como existente. Es aquella idea tan bonita de que su esencia implica la existencia. Pero no quiero “aburrirles” con lecciones de filosofía de la religión.
Hoy quiero intentar hacer un ejercicio diferente. Le hago una pregunta, lector: ¿Ha sufrido usted alguna vez en su vida, o, por el contrario, su vida ha sido todo un camino de rosas? ¡Vaya pregunta! Si esta es el tipo de preguntas qué hacen aquellos que se dedican a la filosofía, pensará, querido lector, que es mejor que no nos paguen por ello. Dejando a un lado las bromas, los que nos dedicamos a la filosofía, no nos preguntamos eso. Todos hemos sufrido y sufriremos en la vida. La filosofía se ha preguntado y se pregunta eso si por las fuentes del sufrimiento. Pero tampoco quiero hablarles de eso. De lo que hoy les quiero hablar algo, que considero mucho más sencillo.
La palabra metafísica es muy compleja en el ámbito filosófico, pero para lo que aquí nos interesa la tomaremos en su significado literal. Metafísica, así tomada sería lo que está más allá de la física. La física sería la naturaleza. Aunque esto no es del todo cierto, pero para que tengan ustedes cierta idea, los griegos usaban el término physis para hablar de la naturaleza. La “ph” de los griegos fue evolucionando a la f que hoy conocemos. Pero esto es secundario también.
Volviendo a Schopenhauer: Consideraba que el ser humano es un animal metafísico. Recuerde que metafísico es aquello que está más allá de la naturaleza. Y animal, sí, porque Schopenhauer consideraba que el ser humano es un animal. ¡No entremos en como la filosofía anticipó la teoría de la evolución! En definitiva: el ser humano es un animal que, por su propia naturaleza, tiende a traspasar los límites de la naturaleza. A eso lo llamamos como necesidad metafísica. Sin entrar en detalles, para Schopenhauer toda la vida es una necesidad continua, en sus palabras, podemos decir, que somos sujetos, que estamos sujetos a la voluntad. Otro apunte más: la necesidad metafísica que es inherente al ser humano lo suplen, a juicio de Schopenhauer, la religión (Schopenhauer es uno de los primeros en considerarse ateo, aunque tampoco podemos entrar ahora en esto) y por otro lado la filosofía. Filosofía y metafísica los podríamos considerar como sinónimos.
“Busco con ansía la trascendencia, y sólo la encuentro en un lugar, un lugar llamado inmanencia”
La filosofía es peligrosa, querido lector. Nos hace ver cosas que, sin los ojos bien abiertos, no se ven. Siempre que nos dan dos opciones estamos cometiendo una falacia: Si tiene un hijo y le dice: Elige entre venir a las doce de la noche, o no salir. Si su hijo le dice: Estas cometiendo un falso dilema, puedo venir a las doce y media. ¡Entre dos opciones siempre se puede plantear una tercera, cuarta alternativa! ¡Corra, su hijo es potencialmente un filósofo!
Hace años, cuando estudié a Schopenhauer en la carrera escribí la frase que ahora reproduzco: “Busco con ansía la trascendencia, y sólo la encuentro en un lugar, un lugar llamado inmanencia”. La inmanencia, querido lector, para lo que aquí nos ocupa, sería que no hay que subir al cielo, sino que en la tierra podemos encontrar consuelo. No quiero hablarles sobre mis posicionamientos religiosos. Lo que quiero es que retengan esa frase. “Busco con ansía la trascendencia, y sólo la encuentro en un lugar, un lugar llamado inmanencia”.
Durante mucho tiempo, me la he repetido yo. Pues bien, ahora sí, lector. La vida es contingente, o al menos eso creemos. Puedo decirles que cuando menos lo espera, te sorprende ¿me equivoco? En mi caso, creo que es así. Y todo esto, para decirle lector, que ahora me voy a dirigir a una persona. Es la persona a la que le he mandado este texto. Tú, has aparecido como si nada, aunque eres todo. No te he comentado en profundidad de que he sido durante mucho tiempo muy pesimista. Sin embargo, el conocerte a ti, ha hecho que mi pesimismo no sea tal. Acabo con un poeta. Dice el poeta que “tu risa es una ducha en el infierno”. Esa sonrisa tiene un nombre y si, es el tuyo. Tu sonrisa, por hacer mención al título de este artículo, es esa inmanencia que se hace trascendente.
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