Categorías: Opinión

Narrativa para superar la dura realidad

Por unos días, gracias a las fiestas navideñas, he permanecido refugiado en mi casa del pueblo. Alejado del mundanal ruido, aunque informado, en lo esencial, de lo que acontecía. Una ligera indisposición me ha mantenido, además, apartado de los excesos en la comida y el alcohol, que de forma irracional, repetimos año tras año por estas fechas; y dedicado a caminar por el monte con mis perros, y a leer. Mi cuerpo lo ha agradecido. Mi mente también. Pero es de los libros de lo que quiero hablar.
Buscando en nuestra antigua biblioteca di con un libro publicado en 1951. Nuestra edición era la decimonovena, de 1969. Se trataba de “El Principito”, de Saint- Exupéry. Es de fácil y agradable lectura. Aunque aparenta ser una obra para niños, sin embargo contiene reflexiones profundas acerca del mundo y sus habitantes, que comprendes mejor conforme tienes más años. Fundamentalmente te ayuda a pensar. Las frustraciones que arrastramos desde la infancia por culpa de decisiones mal tomadas. El valor de la amistad. La inmaterialidad de las cosas importantes. La trascendencia de nuestras buenas acciones más allá de la muerte. La inutilidad de acaparar riquezas. La necesidad de pararse de vez en cuando a contemplar una puesta de sol. Como las buenas novelas, cuando acabé de leerlo, experimenté una especial satisfacción al comprobar que todos los hechos encajaban en una estructura temporal. Lo mejor de la obra fue la forma de narrar la historia.
Pero seguía teniendo otro libro pendiente de terminar. Se trataba de “Primero la gente”, de Amartya Sen y Bernardo Kliksberg. En esta obra, los autores reflexionan sobre los grandes problemas del mundo globalizado y abogan por un desarrollo ético de la economía, que sea capaz de mostrar caminos alternativos que mejoren la vida de las personas y frenen los niveles de exclusión social. Me llamó especialmente la atención el capítulo dedicado a la equidad en salud, ahora que está tan de moda lo de la “racionalidad” en el gasto sanitario. Nos recuerda Sen que la enfermedad y la salud deben tener un lugar destacado en cualquier discusión sobre la equidad y la justicia social. Es más, la equidad en salud es, según su punto de vista (que yo comparto), una característica central de la justicia de los acuerdos sociales en general, pues la equidad en salud no afecta únicamente a la salud, sino que debe abordarse desde un ámbito más amplio, incluyendo los problemas de distribución económica, y prestando la debida atención al papel de la salud en la vida y la libertad humanas.
También tenía curiosidad por leer “La corrosión del carácter”, de Richard Sennet, que un buen amigo me recomendó.  Me ha ayudado a mirar la crisis actual de otra forma.  Se trata de un análisis profundo del “nuevo capitalismo”, que en lugar de ofrecer un lugar de trabajo estable, una carrera predecible, que permitiría una programación de la vida de las personas, ofrece flexibilidad y exigencias de movilidad absolutas. Este ámbito laboral nuevo obliga a la transitoriedad y a la innovación permanente, pero a corto plazo. Esta nueva situación afecta profundamente al carácter, pues ataca la noción de permanencia, la confianza en los otros, la integridad y el compromiso, que facilitaban, en el modelo anterior, la inserción en la comunidad.  
Al hablarnos del fracaso en las sociedades actuales utiliza una clase de narrativa que se adapta mejor a las circunstancias contemporáneas. Siguiendo al novelista Salman Rushdie, nos dice que la narrativa vital del yo moderno es una especie de collage, una colección de accidentes, de cosas encontradas e improvisadas. En estas condiciones, efectivamente no puede haber una narración vital coherente, ni momento clarificador de cambio que ilumine el conjunto. La conclusión sería que “hay poco espacio para comprender el derrumbe de una carrera si creemos que toda la historia de una vida sólo es una colección de fragmentos. Tampoco hay espacio para analizar la gravedad y el dolor del fracaso si no es más que otro incidente”. Esto es lo que nos lleva a la corrosión del carácter.
Quizás sería bueno reflexionar sobre la última frase del autor: “…un régimen que no proporciona a los seres humanos ninguna razón profunda para cuidarse entre sí no puede preservar por mucho tiempo su legitimidad”. Para muchos, esa legitimidad ya la han perdido los regímenes actuales. Pero el cambio solo vendrá cuando haya una auténtica necesidad interior. Para esto, aún falta tiempo.

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