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Nacimientos

Casualmente, llevado acaso por la curiosidad que mató al gato, me detuve el pasado domingo día 4 en la página 59 de este diario en la columna “Nacimientos”. En ella se da fe de los nacimientos habidos en nuestra ciudad durante 15 días del mes de junio. Exactamente, han nacido en esos días 35 bebés. Sabido es que si para valorar es necesario describir con cierto rigor, mediante una sencilla operación matemática deduje que el 75% de esos nacimientos pertenece a la comunidad que profesa la religión musulmana, y el 25% restante quizá a la cristiana y/o a otras. Acaso cierta inquietud me llevó a revisar algunas fechas anteriores y, sin ánimo de ser exhaustivos, he observado que los porcentajes de nacimientos de bebés pertenecientes al colectivo musulmán oscilan, de media  entre el 65% y el 75%. De todo ello se colige que el citado colectivo musulmán en nuestra ciudad avanza en términos absolutos a velocidad supersónica. En porcentajes, el colectivo que profesa la religión musulmana en Ceuta, según estadísticas de la UCIDE, es del 42%.
Las quejas de los ciudadanos ceutíes españoles musulmanes, tanto a título individual como afiliados o simpatizantes de UDCE, insisten, desde tiempo inmemorial, en que tanto las autoridades nacionales como las locales hacen poco o nada por el colectivo musulmán en lo que se refiere a trabajo, fracaso escolar, viviendas, escuelas, adecentamientos de sus barriadas, etcétera. Pudiera haber algo de cierto en ello en el peor de los escenarios, pero, a este respecto, los porcentajes anteriores de nacimientos de bebés de ese colectivo requieren, asimismo, cierta valoración.
Los musulmanes suelen casarse muy jóvenes, quizá demasiado jóvenes y suelen tener, como se ve, un número excesivo de hijos –tienen tiempo dada la juventud con que se casan–. La juventud de los contrayentes les hace ser poco maduros para afrontar una empresa de la envergadura del matrimonio, y, por tanto, tampoco les hace ser cuidadosos con el número de hijos. Por otro lado, muchos de ellos, y de ellas, acceden a ese estado sin haber completado una formación académica pertinente, sin un trabajo estable y regular y, quizá, sin una vivienda que reúna las características necesarias para albergar a una familia que aumentará exponencialmente en el número de hijos con el paso de los años. Todo ello confirma cuán difícil es transformar la estructura social y la forma de vida nacional no sólo de los países árabo-islámicos, sino de las comunidades islámicas asentadas en las sociedades occidentales. En el caso de Ceuta, no se ha de perder de vista que nuestra ciudad tiene una extensión limitadísima, y en el último recuento de población ha superado peligrosamente –repito, peligrosamente– los ochenta mil habitantes. Lo que eleva su densidad de población a algo más de 400 habitantes por kilómetro cuadrado. Una auténtica barbaridad no sólo en términos demográficos sino también desde cualquier punto de vista: social, económico, político, ecológico, etcétera. No debería tampoco soslayarse que el impacto, la “huella ecológica”, que esas ochenta mil personas imprimen en el medio ambiente es demoledora. No sería excesivo prever, por tanto, un posible estallido social de continuarse con estas cifras demográficas. Nuestra ciudad carece de la infraestructura debida para proporcionar suficientes puestos de trabajo a esa masa que continuamente se incorpora al mercado laboral. Pero no sólo es eso, sino que un gran número de personas de esa masa carece de la cualificación debida para optar y competir en el citado mercado laboral. Las elevadísimas cifras de fracaso escolar en Ceuta dan fe de ello. Por otro lado, los musulmanes ceutíes no son proclives a emigrar a la Península o a Europa. La mayoría de ellos opta por quedarse en Ceuta y dedicarse a trabajos de escasa proyección o en el peor de los casos exigir –repito, exigir– a las autoridades locales y nacionales un puesto de trabajo. Podemos recordar  ese grupo de parados –orquestados por CCOO– que lleva meses exigiendo, con modos muy discutibles, que las autoridades les proporcionen un ansiado puesto de trabajo. ¿Esa central sindical que dirige la ‘murga’ les ha hecho saber que sin una cualificación académica es muy, muy difícil optar a nada? Quizá se lo haya ocultado astutamente. “La resistencia humana –escribe el periodista Francisco Rosell–  a afrontar la realidad explica que muchos sigan dispuestos a creer a quienes los engañaron”. O los engañan.
Sería pertinente a este respecto interrogarse si  UDCE, grupo político afín a la comunidad musulmana, contempla o ha contemplado como un pesado lastre acceder al matrimonio a edades tan tempranas, así como tener un excesivo número de hijos. Lo que menos necesita ahora Ceuta son niños. Trabajo es lo que se necesita, pero no niños. Pero parece ser que, por lo visto, esta formación política gusta de practicar el victimismo y culpar a la Ciudad y al Gobierno de la nación del fracaso como grupo, y como individuos, de la comunidad musulmana de Ceuta. Cada uno es responsable de sus propios actos y sería miserable culpar a los demás de nuestros propios fracasos. A este respecto, el número tan excesivo de nacimientos acaso lleve alguna connotación religiosa o, tal vez, en el peor de los casos, sirva para conseguir fines espurios y siniestros con la vista puesta en el sur. Finalmente, habría que recordar una vez más que la realidad funciona como un elemento de denuncia mucho más poderoso que el discurso político.

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