Opinión

Musulmanes de Ceuta: entre la excelencia, el estigma y los prejuicios heredados

Ceuta, esa ciudad puente entre dos mundos, es también un reflejo de tensiones sociales y prejuicios enquistados. Como ceutí musulmán, no escribo desde la queja fácil, sino desde la experiencia de quien lleva décadas construyendo, trabajando y aportando. Sin embargo, durante todo este tiempo, he tenido que enfrentar un peso que no me corresponde: el estigma.

Este estigma, alimentado por prejuicios y actitudes racistas, no es exclusivo de un sector político o social. Lo encontramos en todos los colores, desde la ultraderecha hasta quienes se consideran progresistas. Ser musulmán en Ceuta no es solo una cuestión de identidad religiosa; es una marca que, para muchos, se asocia automáticamente con lo sospechoso, lo ilícito o lo corrupto. Pero detrás de estas etiquetas solo hay ignorancia, miedo y, en el fondo, racismo.

El peso de los prejuicios

Un ejemplo cotidiano que ilustra este estigma es el siguiente: ver a un musulmán ceutí con una moto acuática o un coche de alta gama despierta inmediatamente sospechas en ciertos sectores de la ciudad. “Seguro que está metido en el narcotráfico”, dicen algunos con total naturalidad. No importa que ese vehículo haya sido fruto de años de esfuerzo, trabajo y ahorro. Para muchos, nuestra imagen siempre estará asociada a actividades ilícitas.

Pero el problema va más allá de las falsas acusaciones. En Ceuta, debido a su situación geográfica estratégica, ha habido históricamente personas dedicadas al narcotráfico. Como en cualquier sociedad, esas realidades no son exclusivas de un grupo concreto, pero aquí se tiende a generalizar y a cargar con una especie de culpa colectiva a todo aquel que tenga un familiar, un vecino o incluso un conocido vinculado a estas actividades.

Este fenómeno genera un prejuicio tan injusto como ilógico. A alguien que trabaja honestamente y paga sus impuestos se le pasa “factura social” por el simple hecho de compartir un entorno con personas que hayan tomado decisiones erróneas. Este tipo de señalamientos no solo son infundados, sino que también erosionan el tejido social, condenando a personas y comunidades enteras a cargar con un estigma inmerecido.

La lucha contra el autoestigma

Lo más doloroso no es solo el ataque externo, sino cómo afecta a toda una generación de jóvenes ceutíes musulmanes. Jóvenes preparados, con títulos universitarios y con ideas brillantes, que se ven frenados por una sociedad que prefiere etiquetarlos antes que darles una oportunidad real.

Peor aún, muchos musulmanes han terminado sucumbiendo a esta narrativa. Han aceptado convivir con la idea de que deben “separarse” de su gente, abandonar sus raíces y adoptar actitudes que agraden a quienes perpetúan estos comentarios racistas. Se ven empujados a renunciar a su identidad para encajar en un entorno que nunca debería exigirles algo tan injusto.

Esto no solo afecta a las relaciones internas de nuestra comunidad, sino que refuerza los prejuicios externos. Aceptar el autoestigma es ceder terreno al racismo y la discriminación, y esa es una batalla que no podemos permitirnos perder.

Ceuta y sus musulmanes: una historia de esfuerzo

Muchos olvidan que los musulmanes de Ceuta llevamos décadas trabajando por esta ciudad. Somos empresarios, médicos, profesores, funcionarios. Mi historia personal es solo una entre muchas: más de 20 años trabajando, pagando impuestos y generando empleo en sectores tan diversos como la hostelería, la distribución alimentaria, la energía renovable y la publicidad.

Sin embargo, en lugar de reconocimiento, recibimos sospecha. En lugar de valorar nuestro esfuerzo, se nos desacredita con comentarios racistas o despectivos. Este racismo, aunque a veces se disfraza de broma o crítica constructiva, tiene consecuencias reales. No solo perpetúa una visión injusta, sino que socava la cohesión social en una ciudad que necesita unidad más que nunca.

La lucha por la igualdad real

Denunciar estas actitudes no es fácil. Cada vez que alzamos la voz contra el racismo, nos acusan de victimismo o exageración. Pero no se trata de jugar ninguna carta racial, sino de exigir justicia.

Es hora de que Ceuta reconozca el valor de todos sus ciudadanos, independientemente de su origen o religión. Esto pasa por cuestionar prejuicios normalizados: ¿por qué el éxito de un musulmán genera sospecha? ¿Por qué se busca desacreditarnos en lugar de celebrarnos?

No pedimos privilegios ni trato preferencial. Exigimos igualdad: de oportunidades, de trato y de respeto. Queremos que se valore nuestra preparación, capacidades y esfuerzo, sin que el estigma empañe nuestros logros.

Un llamamiento a la convivencia real

Ceuta es una ciudad única, y su diversidad es su mayor riqueza. Pero esa diversidad no puede quedarse en un lema vacío. Necesitamos un cambio real en cómo nos vemos y tratamos entre nosotros.

Ese cambio pasa por reconocer que el racismo no es una opinión, sino una injusticia, y por visibilizar las historias de éxito de los musulmanes ceutíes. Derribar prejuicios es imprescindible para construir una sociedad en la que todos tengamos las mismas posibilidades de aportar y prosperar.

También pasa por hacer un llamado a nuestra propia comunidad: debemos romper con la idea de que para avanzar tenemos que renegar de nuestra identidad. No necesitamos demostrar nada a quienes nos desprecian ni cambiar quienes somos para agradarles. Nuestro valor está en nuestra integridad, en nuestra capacidad de construir y en nuestro compromiso con esta ciudad.

Los musulmanes de Ceuta no somos ni más ni menos que el resto. Somos ceutíes. Queremos que se nos trate como tales: no como sospechosos automáticos, ni como excepciones. Somos ciudadanos que hemos trabajado por esta tierra y queremos seguir haciéndolo, libres de estigmas y prejuicios.

Ceuta solo será fuerte si reconoce el valor de todos sus ciudadanos. Es hora de mirar hacia adelante, de abrazar su diversidad y de construir, entre todos, la ciudad que merecemos.

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