La negación de la vida desgarra el alma humana. Siempre. Si la muerte es prematura y brutal, aviva un instintivo sentimiento de injusticia que desborda el sufrimiento hasta hacerlo infinito. No existe emoción más intensa. El asesinato de un joven, abatido a tiros sin más causa que el azar, ha provocado una profunda consternación entre la gente de bien de nuestra ciudad.
El horror y la indignación, entremezclados, brotan a borbotones buscando un consuelo imposible. La herida abierta tardará mucho tiempo en cicatrizar.
Pero más allá del dolor, esta muerte tiene un componente social insoslayable, que obliga a una reflexión tan serena como inaplazable. Un dato concluyente. La víctima permaneció durante un eterno cuarto de hora yaciendo en el suelo sin que nadie se atreviera a socorrerlo. El pánico se ha apoderado de la barriada más populosa de Ceuta, hasta ese extremo. Miles de familias honradas y trabajadoras, que luchan diariamente contra las más variopintas adversidades, se ven condenadas a vivir aterrorizadas en un insoportable estado de permanente ansiedad. Radicalmente injusto. Inaceptable.
La situación que vive (padece) la barriada del Príncipe no es sobrevenida, ni obedece a una sola causa. Es el resultado de un complejo proceso social, influido por múltiples factores muy diversos, que no hemos sabido dirigir ni controlar. Se ha dejado crecer un monstruo cada vez más temible e inabordable. El problema es que, ya, Ceuta no se puede concebir sin el Príncipe. Por eso, la inhibición no es una opción. El sentido de la responsabilidad más que aconsejar, impone, una actuación inmediata y decidida para empezar a enderezar las cosas. Llevará tiempo, consumirá una gran cantidad de esfuerzos y recursos; y habrá que asumir errores, frustraciones y sinsabores. Pero no hay otra salida.
Nada más lejos de la pretensión de este artículo que buscar culpables o entablar un debate partidista; pero es preciso destacar que una gran parte de este problema está en la hegemonía política de la derecha. Y es necesario hacerlo porque la premisa para iniciar una nueva etapa es que se asuma colectivamente un cambio de mentalidad. Hasta ahora, todos los hechos y fenómenos que se han producido en el Príncipe se han explicado desde la concepción de aquella barriada como un ente territorial diferenciado en el que se confinaba una población advenediza que se organizaba siguiendo sus propias reglas ajenas al conjunto de la Ciudad. Este error de bulto ha ido generando una serie de falacias, traducidas en consignas que corrían como la pólvora, arruinando toda posibilidad de enmienda. El corolario de esta forma de pensar es la espeluznante frase “mientras se maten entre ellos…”. Ese maldito “ellos” es un pensamiento cancerígeno letal que debemos extirpar del imaginario colectivo, si no queremos terminar por extinguirnos como proyecto de vida en común. La derecha (más la social que la política) se ha atrincherado en airear y dar poder definitorio a hechos y anécdotas que aún siendo ciertos, no reflejaban la realidad en su totalidad, sino un parte muy marginal de ella. Se ha sustituido el todo por la parte, abusando de la fuerza comunicativa de los estereotipos. Con un diagnóstico equivocado es muy difícil aplicar remedios adecuados.
El PP nunca ha querido afrontar con decisión el problema del Príncipe porque piensa (probablemente con razón) que su electorado no se lo perdonaría. No se puede entender si no que una Ciudad con un presupuesto superior a 250 millones de euros anuales no sea capaz de barrer las calles de una barriada en la que viven más de 15.000 personas. La necesidad de mantener un discurso político formalmente pulcro, el reconocimiento en la intimidad de la gravedad de la situación y el empuje de otros sectores políticos y sociales, los ha impelido a poner en marcha algunas iniciativas. Todas ellas palmariamente insuficientes. Sin convicción ninguna. Huérfanas de compromiso. Meras excusas. Cuando se ha planteado una actuación integral y ambiciosa, la han rechazado con fría rotundidad. No se puede vaciar el mar Mediterráneo con una cucharilla. Es perder el tiempo, acumular desesperación y avanzar hacia el abismo. En la voluntad de los ceutíes queda el reto.
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