Como no podía ser de otra manera el mundo se tambalea de nuevo ante la guerra. En esta semana y a pie de noticias, en las clases de Filosofía estuvimos analizando los motivos de la guerra a través de la historia: Territorio, poder, economía y un sin fin de motivos que nos llevan al conflicto bélico, a la hegemonía de las tiranías y a las dictaduras más espeluznantes que podamos imaginar.
Es curioso que celebremos año tras año el día de la paz, el día de la mujer trabajadora, el día de los derechos humanos; tenemos días para todo aunque no logramos implicarnos con efectividad a los propósitos en los que ponemos nuestro empeño.
El aula es una especie de pistoletazo de salida del mundo que intentamos construir: respeto, solidaridad, democracia, diálogo, trabajo en equipo, empatía; pero la realidad es testaruda y, al salir de clase, nos topamos contra un muro de piedra al que llamamos "Lo que es, lo auténtico" está a años luz de la educación en valores.
Los maestros y los profesores nos afanamos en dibujar la utopía como si estuviera a la vuelta de la esquina, vendemos una sociedad que debería ser perfecta. Somos los encargados de sembrar la esperanza por todos los rincones de la existencia.
Y así, se termina la escuela y los alumnos abandonan la edad de la inocencia habitando en la hostilidad como forma de vida.
¿Qué hacer? ¿Cómo acercar los problemas cotidianos a los currículos? ¿Bajo qué planteamientos tendremos que partir para enseñar a andar en un campo sembrado de minas?
Si fuéramos conscientes del poder individual de cada uno de nosotros podríamos ir apuntalando una humanidad en la agonía.
Deberíamos de concienciarnos que tenemos argumentos para frenar todo el belicismo imperante, asumirlo como una parte inalienable a la hora de ser personas y ser tratados como tales.
Sabemos de cientos de guerras, de bombas atómicas, de armas de destrucción masiva, de holocaustos, de campos de concentración, de pobrezas, de miserias. Sabemos de los que mandan y los que deciden, de los que obedecen por miedo, de los que acatan ordenes porque han sido adoctrinados para acatarlas. No estaría mal visitar este museo del horror y someter a crítica nuestros hábitos, actitudes, comportamientos y deseos.
Discutíamos hoy por qué no funciona la Democracia, ni las Naciones Unidas, ni los Derechos Humanos. La pregunta podría ser qué hacemos cada uno de nosotros para evitarlo en la medida de nuestras posibilidades.
No valen los gestos, tenemos que pasar a la acción, a la defensa de lo que nos hace libres, a la imperiosa necesidad de cerrar trincheras y fumar la pipa de la paz frente al humo que proclame la victoria.
Cuando el hombre deje de ser un lobo para el hombre y no nos sigamos la máxima romana: "Si quieres la paz, prepárate para la guerra" podremos entender que las balas, los cañonazos, las metralletas y las bombas son manifestaciones del fracaso de la humanidad.
Ha estallado la paz. Ceuta podría ser esa ciudad en la que serviría de experimento y exportarlo a todos los países y todas las culturas. ¿Qué o quién nos lo impide?
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