Todavía hay personas que se oponen a las leyes que dan una protección especial a la mujer. Los encuentras entre los amigos, vecinos y compañeros de trabajo que no se avergüenzan en posicionarse con argumentos de poco peso y mucha bajeza moral. Puedes mostrarle datos estadísticos sobre la violencia que sufren, mostrarles noticias, contradecirlos con hechos, pero no cambian su posicionamiento escudriñando argumentos que los retratan.
Una violencia de la que no están exentas las mujeres que viven es sociedades avanzadas, ni las que poseen una buena posición laboral, cultural o económica, porque la violencia a la mujer es trasversal, no entiende de clases sociales y las alimañas que las provocan están inmersos en todas las capas sociales, igual que sus cómplices.
Estas últimas semanas hemos conocido que unas cuarenta mujeres han acusado al director de cine y escritor estadounidense James Toback de acoso sexual valiéndose de una superioridad emocional o intelectual. Muchas de las víctimas relatan el mismo modus operandi, el mismo miedo, el mismo asco, la misma indefensión por el desequilibrio de poder entre el acosador y las victimas.
Unas denuncias que han dado la vuelta al mundo por tratarse del maravilloso universo de Hollywood, pero debajo de la alfombra roja hay mucho dolor, mucha mierda, mucho silencio, mucho cómplice cobarde. Sin embargo Hollywood no es muy diferente a tu entorno laboral, la ciudad o barrio donde vives y no han tardado en salir defensores del director negando los hechos o argumentando la posibilidad de haber rechazado las pretensiones. Las famosas artistas de Hollywood sufren las mismas consecuencias que cualquier mujer trabajadora, porque en definitiva, su delito es ser mujer en un mundo de depredadores.
Pueden banalizar, pensar que es un caso aislado, pero desgraciadamente no lo es, porque el cineasta estadounidense Quentin Tarantino ha admitido en una entrevista que hacía décadas que conocía que el productor Harvey Weinstein cometía abusos sexuales y confesó que se sentía avergonzado por no haber hecho nada al respecto. En definitiva, se dan las mismas circunstancias para que estas cosas ocurran: “Poder, miedo y silencio cómplice”.
Desgraciadamente las mujeres de clases más desfavorecidas sufren esta violencia acosadora con mayor frecuencia e intensidad, además de aparecer otros fenómenos como la explotación sexual de mujeres en extrema pobreza. En nuestro país los Cuerpos de Seguridad del Estado han incrementado los efectivos dedicados a la investigación de la explotación sexual debido al fenómeno migratorio. Este aumento de efectivos y una legislación que protege a las víctimas facilitan un resultado muy gratificante en la lucha contra estas organizaciones criminales.
En definitiva, existen leyes que protegen de forma especial a las mujeres, leyes que en mi opinión, además de proteger a las mujeres, deberían penalizar con mayor contundencia a los acosadores, explotadores y, por supuesto, a los clientes. Sin embargo, no estaría de más que se implementarán las campañas de concienciación en defensa de las mujeres víctimas de explotación y violencia machista, porque se podría acabar con la mentalidad de energúmenos que tienen que escudriñar argumentos para oponerse a leyes que protegen especialmente a las féminas.
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