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Mujeres en la línea sin derechos: la realidad del porteo entre Ceuta y Marruecos

Es la línea de la falta de derechos. La línea de la indignidad. La línea en donde todo puede pasar pero, a su vez, la que necesariamente tienen que elegir cientos de mujeres para conseguir el pase a Ceuta. Desde las 16.00 horas, féminas con historias, con nombres y apellidos, con penurias a rastras se posicionan en la carretera de Marruecos con sus carritos vacíos buscando cargarlos de mercancía, siendo los eslabones de un negocio al que España y el reino alauita ya han puesto fecha de caducidad.

Entrarán a primera hora del lunes, pero pasarán toda la noche a la intemperie, tapadas con plásticos para, quizá, ni tan siquiera pasar. Es el día a día de una vida sobre la que se ha escrito mucho, sobre la que se han hecho múltiples informes pero que no cambia. A los coches patera ya los han marcado. No entran desde principios de esta semana y así seguirán, con amagos de manifestación. A los que sacan los bultos a pie les espera también un punto y final. Cada vez tienen más dificultades para ejercer un trabajo de hormigas que mueve muchos millones.

Activistas ceutíes como Reduan M.J. están ya cansados de poner en evidencia estas situaciones. Pero no cesan en la lucha, ni en la visibilización de este drama. Marruecos invierte para desarrollos que no llegan a la puerta de Ceuta, no llegan a estas mujeres que ejercen el porteo de los lunes y miércoles ni a los hombres que hacen lo propio martes y jueves.

Reduan M.J. advierte sobre el no cumplimiento de los derechos humanos, esos que se pierden entre las ruedas de carros de compra preparados para cargarse de bultos. Marruecos no garantiza, hoy por hoy, la subsistencia a muchas madres de familia que dependen de este tráfico para alimentar a sus hijos. Muchas viudas, otras marcadas por la vida. El tránsito de los coches de lujo que cruzan ambos países por la frontera choca con las imágenes apostadas a pie de carretera, de quienes forman ya parte de un paisaje que parece aceptado como normal cuando no lo es.

Las horas pasan, la noche entra y se aventura una madrugada de espera para asomar una posible entrada que quizá se materialice en un buen día de trabajo o, como también sucede, se pierda en horas de derechos pisoteados.

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