Categorías: Opinión

Mujer de poca fe

Pues le diré, amable lector, que si algo se cierra en falso es debido a que no se ha llegado hasta el fondo de los hechos. Y no sé por qué me barrunto que el ‘caso’ Carolina se ha cerrado en falso. ‘Alguien’ ha tenido prisa por echar tierra sobre él.  Y, claro, ese ‘alguien’ no ha sido otro que el ‘Querido Líder’ –para entendernos, el alcalde Vivas–. No dudo, asimismo, que la protagonista de toda la historia estuviera deseando que se la tragara la tierra, o, en todo caso, desaparecer cuanto antes de las páginas de los periódicos y del punto de mira de los ciudadanos y de los partidos de la oposición. Pero lo cierto es que el ‘Querido Líder’ la dejó a los pies de los caballos. Esa es la impresión que tengo y la que tienen no pocos ciudadanos. Por un lado, ella, Carolina, se asustó cuando tomó conciencia de la posible gravedad de sus palabras. Leí en algún sitio que incluso llegó a las lágrimas. Sus declaraciones no fueron flor de un día, sino, intuyo, que ya habrían echado raíces en su interior después de los años al frente de la cartera de Asuntos Sociales, y salieron, pues, de su boca casi sin darse cuenta del estropicio que estaba causando. Después ya fue tarde. Pensaría aquello de “tierra trágame”. Pero quiero creer que a la señora Carolina Pérez le faltó algo más de valentía, de osadía, para encarar la situación que ella misma había creado. Después de perdido, al río. Temió las consecuencias y se derrumbó. En ese momento fue ‘una mujer de poca fe’. De poca fe en sí misma, claro, porque vista la actitud que adoptó después el ‘Querido Líder’ estaba condenada de antemano, y además sin derecho al pataleo. Ella, Carolina, debió armarse de valor y como consejera de Asuntos Sociales debió echar mano de los documentos que, supongo, se deben custodiar en la consejería y justificar así sus palabras en la comisión del Senado. Documentos que, acaso, demuestren fehacientemente que es verdad, si no todo lo que manifestó, al menos gran parte de lo que dijo. Documentos para cerrar la boca a aquellos que han hecho sangre con la exconsejera, sabiendo de antemano que el común de los ciudadanos de esta ciudad está de acuerdo con mucho de lo afirmado por Carolina Pérez. Con esos papeles en la mano nos hubiéramos reído de la jodida cara que se les habría quedado a esos que circulan por estos pagos repartiendo carnets de demócratas y de ‘multiculturalistas’, interculturalitas y de tolerantes. ¡Qué lástima, Carolina, lo que nos hemos perdido! No debió, asimismo, ausentarse, como una apestada, de la segunda parte del pleno que tuvo lugar el viernes 25 de febrero ante el temor de que los socialistas trajeran a colación, una vez más, su intervención en el Senado. Actuó como ‘una mujer de poca fe’, eso es cierto.
Por otro lado, hay que traer aquí al ‘Querido Líder’, especialista en dejar en la estacada a quien le pueda ensombrecer el futuro. Este, por el contrario, sí que tiene fe en sí mismo. Según leí también en algún medio, que al alcalde Vivas le faltó tiempo, una vez que se conocieron las palabras de Carolina, para hacer tres llamadas: una de ellas a una autoridad religiosa musulmana; otra, a una autoridad política, también musulmana; y la tercera, a una autoridad cultural musulmana. ¡Vaya, vaya con el ‘Querido Líder’ y sus llamaditas! ¿Qué les diría a esos prebostes musulmanes? ¿Esperaba su bendición?
En este punto, bien podríamos echar la vista atrás, eso sí, sin ira (o con ira). Sólo a título descriptivo. Veamos. Cuando le pegaron fuego a la iglesia de San José ¿alguien llamó a alguien? Cuando apedrearon los pasos a la salida de la iglesia del Príncipe ¿alguien llamó a alguien? Cuando rompieron e incendiaron la urna de la Virgen situada en el Pozo del Rayo alto, en las inmediaciones del Sarchal, ¿alguien llamó a alguien? Cuando intentaron apedrear la sinagoga ¿alguien llamó a alguien? ¿Alguien ha llamado a alguien alguna vez?
Presumo que toda esta desdichada historia debería tener un corolario, una moraleja, como decían nuestros abuelos. Esa moraleja bien podría ser que antes de rasgarse las vestiduras habría que poner en circulación –sí, en circulación– el jodido espíritu critico y autocrítico y dejar de considerarse el ombligo del mundo y querer estar siempre en posesión de la verdad. Que todos hemos nacido por el mismo sitio, no se olvide. Y que en esta ciudad todos somos ante todo ciudadanos y que ya es hora de olvidarse de las jodidas comunidades, que no hacen sino agrietar el tejido social.
Y para tranquilizar a los espíritus más suspicaces, he de decirles que en mi vida he cruzado una palabra con Carolina Pérez. Ni la conozco, ni me conoce.

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