Cuenta Plutarco en su obra “De Defectu Oraculorum” lo siguiente: “Acerca de la muerte de tales seres (se refiere a los daimones o genios), escuché el relato de un hombre ni loco ni fanfarrón. Era Epitherses, padre del orador Emiliano, de quien han escuchado lecciones también algunos de vosotros, conciudadano mío y profesor de letras. Dijo éste que cierta vez, al viajar a Italia, se embarcó en una nave que transportaba mercadería y abundantes pasajeros.
Ya al atardecer en las cercanías de las islas Equinades cesó el viento y la nave fue llevada cerca de Paxos. La mayoría estaba despierta, y muchos bebían sin haber terminado la cena. De pronto se escuchó una voz desde la isla de Paxos que nombraba a cierto Thamús con un grito y la consiguiente admiración. Este Thamús era un piloto egipcio no conocido de nombre por muchos de los pasajeros. Dos veces calló a pesar de haber escuchado, a la tercera prestó oídos al que lo llamaba. Éste levantando la voz dijo: “Cuando llegues frente a Palodes, anuncia que el gran Pan ha muerto”.
Supe de este texto de Plutarco releyendo la obra “Mysterium coiunctionis” de Carl Gustav Jung. El famoso psiquiatra suizo llamaba la atención sobre las consecuencias de la pérdida de las imágenes eternas y los símbolos que fueron esenciales para nuestros antepasados. A este respecto, comentaba C.G.Jung que “si se le hubiera prestado atención (a la desaparición de los símbolos), se habría elevado un lamento fúnebre por el dios perdido, igual que en la Antigüedad al morir el gran Pan”. Al leer este planteamiento de Jung enseguida lo enlacé con mi intuición sobre el llamado macizo de Hafa Qeddana en la cercana cadena montañosa del Haus, de la que también forma parte el Yebel Musa, popularmente conocido como la Mujer Mujer.
No me había fijado en el macizo de Hafa Qeddana hasta que en el último solsticio de verano coincidimos mi familia y yo en el mirador de San Antonio con mi colega el profesor José Osuna. Hablando de la posición del sol en su caída sobre la figura tendida del Atlante dormido, llamó nuestra atención sobre la referida montaña que tiene forma de cabeza humana. Según las observaciones de José Osuna, el sol se pone tras el perfil de esta enigmática figura en el día del solsticio de invierno. Este interesante dato lo incluí en mi trabajo sobre “Ceuta y el mito de la renovación de vida” que forma parte de las actas de las XXV Jornadas de Historia del Instituto de Estudios Ceutíes. En mi escrito reflexioné sobre otros mitos que en mis investigaciones he vinculado al Yebel Musa, como el de Sísifo o el de la fuente del agua de la vida. Sobre este último mítico lugar y la montaña antropomorfa del Atlante dormido pude contar con las interesantes aportaciones de Carl Gustav Jung, quien relacionó la leyenda de al-Khidr con el signo de sagitario, cuya entrada coincide precisamente con el solsticio de invierno y suele personificarse en una figura que aúna la forma de una cabra y de un pez. En su desplazamiento por la silueta del Atlante dormido, el sol comienza como cabra en el solsticio de invierno y se va transformando en pez hasta que a principios del mes de mayo se sumerge en las aguas del Estrecho de Gibraltar. Siguiendo este hilo llegué a relacionar la figura antropomorfa que dibuja el macizo de Hafa Qeddana con el dios Pan. Según algunas fuentes mitológicas, la constelación de capricornio se creó a partir de la guerra de los dioses, cuando Pan escapó al río Nilo y la mitad de su cuerpo sumergido se volvió el de un pez. Al terminar la guerra, Zeus lo regresó a su forma normal y dejó en las estrellas un recuerdo de esa criatura.
El dios Pan es el señor de lo salvaje y está asociado a la naturaleza, los bosques y los pastizales, de los que deriva su nombre. No contaba con grandes templos para rendirle culto, más bien la adoración a Pan se centraba en la naturaleza, a menudo en cuevas o grutas. Solía estar en compañía de las ninfas y otras deidades del bosque. En la Antigüedad tardía, escribió C. G. Jung, “Pan ya no era el grotesco dios pastor, sino que había adquirido significado filosófico. Entre los naasenos de Hipólito, es una de las formas del polimorfo Atis y sinónimo de Osiris, Sophia, Adán, Coribante, Papas, Baco, etc…”. Tal y como concluí en mi obra “El Espíritu de Ceuta”, el “genius loci” de nuestra ciudad no es otra que Sophia Aeterna. La muerte de Pan, por tanto, fue también la de Sophia. Quizá sea más correcto hablar de dormición que de muerte, como le sucede al Atlante yacente. Ambos, Pan y el Atlante, unidos por la cadena del Haus, solo aguardan a que regrese el Alma de Mundo a la tierra y a los templos interiores que albergamos todos los seres humanos.
La muerte de Pan supuso la desacralización de la naturaleza y la huida de los dáimones a sus escondrijos de las montañas. Los árboles dejaron de ser la morada de las Dríades y Hamadríades; las grutas de Oréades o el mar de las Nereidas. Paisajes sagrados como el del Estrecho de Gibraltar fueron profanados hurtándoles su sacralidad. Cuando Pan está despierto lo está también la naturaleza. Su despertar depende de nuestra mirada. En el día del solsticio de invierno, hace poco más de un mes, me asomé al mirador de San Antonio. Esa noche los rayos postreros del sol se asomaron tras las estribaciones de Hafa Qeddana para teñir de rosa el istmo, el puerto, la Almina y la bahía mediterránea de Ceuta. La composición paisajística era extraordinaria y el momento que viví indescriptible. Me estremeció tanta belleza que lejos de agotarse se incrementaba según el día se retiraba para dejar paso a la noche. El rosa se fue tornando rojo centrándose en el rostro del dios Pan.
Mi cámara fotográfica no tiene capacidad para captar toda la belleza que tenía ante mis ojos, así que la dejé a un lado y me concreté en grabar la escena con los ojos del corazón. Las imágenes que tomé han quedado almacenadas en la memoria de mi alma y siempre me acompañarán. Estaba asistiendo al despertar del dios Pan y con él a de la naturaleza. Me pareció escuchar el grito de Thamus para anunciar, al contrario de la ocasión anterior, no la muerte de Pan, sino su regreso. Siempre ha estado allí, pero hasta ahora no lo habíamos visto.
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