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La muerte de su padre, el cáncer de su madre y atrapada en Ceuta

Somaya Chakour es una de esas trabajadoras del hogar, las mal llamadas ‘muchachas’, como algunos denominan en Ceuta a las mujeres de Marruecos que prestan servicio en casas, que se quedó atrapada por el cierre inesperado de una frontera.
El 13 de marzo Marruecos, su país, fue contundente y como medida preventiva ante la actual pandemia, declaró la emergencia sanitaria nacional y echó la llave al Tarajal. Desde entonces nadie había cruzado al lado marroquí ni al español hasta el pasado 22 de mayo. El rey Mohamed VI daba la orden de comenzar también en Ceuta las repatriaciones de las personas que figuraban en una lista que parecía que solo tenía el reino alauita.
Muchos de estos marroquíes atrapados y de estas mujeres veían un atisbo de esperanza y se agarraban a ella como si fuera un clavo ardiendo. Horas de desinformación, nervios, carreras hasta el pabellón de ‘La Libertad’ e incluso muchos cargaban con sus maletas hasta el Tarajal. Pero se toparon con una realidad: no podían pasar a su país ni volver con sus familias.
Una de ellas fue Somaya. Podría ser una historia más entre tantas, pero sus manos temblorosas, sudorosas; su expresión cabizbaja; su nerviosismo y sus lágrimas revelan que no ha sido precisamente un camino de rosas. Y flores, como las de su vestido.

Cada día a las siete de la mañana salía de su casa en Tetuán para llegar pronto a la frontera

Cada día a las siete de la mañana salía de su casa en Tetuán para llegar pronto a la frontera. Comenzó a coger el autobús hasta Ceuta cuando solo tenía 22 años. Ahora tiene 28 y desde entonces se ha dedicado a limpiar casas y cocinar para las ‘señoras’ ceutíes para las que ha trabajado. Cada mañana llegaba a Ceuta sobre las 10 u 11 de la mañana y no emprendía el camino de regreso a su casa hasta después de comer.
“Sí, yo me marchaba todos los días cuando terminaba el trabajo a casa”, comenta emocionada a FaroTV. Su sueldo es el único sustento de una familia muy humilde y de un hogar en el que viven sus seis hermanos y su madre. Aunque ahora no puede mandarles dinero porque tampoco tienen ninguna cuenta bancaria en Marruecos a la que hacer un envío.
Desde hace dos años trabaja en casa de Jesús Manzanares, un ceutí de 65 años que ya está jubilado, y que al quedarse viudo decidió buscar a alguien que le ayudara con la limpieza de su casa y contrató a Somaya “con todo en regla”.
Desde el mismo día que se cerró la frontera se ha quedado atrapada en Ceuta. Se quedó dos días en la frontera y “al tercer día vino aquí a la casa ya que no tenía dónde ir”. “Entonces, ¿yo qué hago? Como la conozco pues le dije, bueno quédate aquí en la casa y ya veremos cómo vamos tirando, si se abre la frontera o vemos qué podemos hacer”, cuenta Manzanares.
En estos dos meses Jesús se ha convertido, quizás, en el padre que ahora le falta. Su progenitor fallecía con 70 años a causa de un infarto de corazón al mes de estar ella confinada en Ceuta. Además, su madre está enferma de cáncer y tiene que ir hasta Rabat cada 15 días para tratarse. Pero Somaya no es capaz ni siquiera de hablar de su familia ni de cómo se siente. Está rota.
“Estoy bien, un poquito así por el problema de si marcho a Marruecos, la frontera está cerrada, mi madre mala y mi padre que ha muerto”, relata Somaya.
Esto hizo que Jesús, quien cree que ni las autoridades de Marruecos ni las españolas “están teniendo sentimientos ni corazón”, no dudara en mover cielo y tierra para poder ayudarla y enterarse de a dónde debía ir para apuntarse en las famosas listas que se estaban confeccionando con los nombres de cientos de marroquíes con multitud de historias. Somaya está apuntada en la lista de Luna Blanca.
Además, Jesús hace una semana la llevó al pabellón de La Libertad pero ya fue tarde. Debido a la falta de información con la que se están gestionando las repatriaciones, llegaban horas después de que se hubiese efectuado el traslado a Marruecos de sus compatriotas y ya no podían hacer nada.
“Como las repatriaciones las están haciendo de noche y a unas horas que no se entera nadie, ni qué listas se están haciendo ni nada... al tenerla aquí en casa digo... de aquí no va a salir nunca. Y la chica está deprimida y falta de su familia”, contó Jesús.
Para ninguna de las repatriaciones la han llamado. Pero la noche de la última, el pasado 25 de mayo, cogió sus cosas, se despidió de Jesús y junto a una amiga se fue hasta la frontera con la esperanza de que las dejaran salir.
“Ella cogía se iba de noche o se enteraba en tal sitio e iba a donde era, pero cuando llegaba ya estaban en los autobuses montados y ya no se podía ir”, continuó.
Por eso, ahora cada noche duerme en la zona de mujeres del pabellón con la esperanza de que en cualquier momento Marruecos autorice otra repatriación y sea la elegida. Aunque allí no se siente segura. Jesús la recoge cada mañana para que se duche, coma algo, lave su ropa, se despeje y hable con su familia desde su casa con más tranquilidad, y por la tarde la acompaña de nuevo a ‘La Libertad’.
Somaya es una chica tímida y reservada que ha sufrido mucho en estos dos meses y medio. El dolor por la pérdida de su padre y la enfermedad de su madre lo está viviendo sola. Y en un silencio que solamente rompe para agradecer a Jesús todo lo que está haciendo por ella y para llamar a sus familiares, que al otro lado de la frontera, también se rompen por teléfono.
Está abatida, decaída y algo demacrada porque no le entra nada en el estómago y apenas come. Su mes sagrado, el Ramadán, también ha sido muy duro. Lo ha celebrado sola, aunque gracias a que Jesús consiguió un ejemplar del Corán ha podido rezar. Pero ni en la oración encuentra consuelo.
Son muchas las transfronterizas que se han quedado en un país que no es el suyo atrapadas en las casas en las que trabajaban limpiando, cocinando o cuidando niños y que en estos dos meses se han convertido también en su hogar, en el que encuentran algo de aliento, pero no el calor de los suyos, su familia. Otras no han tenido tanta suerte: duermen en la calle.

Somaya y Jesús se despiden cada noche a las puertas del pabellón de La Libertad

Somaya y Jesús se despiden cada noche a las puertas del pabellón de La Libertad con la esperanza de no volver a verse en un tiempo, por lo menos hasta que todo vuelva a la normalidad y que ella pueda venir cada mañana a Ceuta a trabajar como hacía tres meses atrás.
La joven está en un sinvivir desde que se cerrara a cal y canto el Tarajal. “Quiero marchar a Marruecos, mi madre está mala, mi padre ha muerto y aquí no tengo a nadie”, concluyó Somaya.
Este tipo de situaciones terminan haciendo siempre daño a los más desfavorecidos. Como Somaya hay muchas más mujeres atrapadas en nuestra ciudad que suspiran y pronuncian tímidamente “inshallah” con la esperanza de volver a su país. Muchas de ellas incluso con hijos al otro lado de la frontera que llevan meses sin sus madres.
Podría tratarse de ficción, pero no. Esta es la realidad de muchas mujeres marroquíes que están atrapadas en Ceuta. Parece mentira que el Gobierno español, el marroquí y la Ciudad no sean capaz de descolgar el teléfono y arrimar el hombro para que las historias de todas estas personas lleguen por fin al otro lado del Tarajal y puedan volver a sus casas, de las que se arrepienten de haber salido aquel 13 de marzo. ¿Cuánto tiempo más van a tener que esperar?

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